Tigre: brotes de bambú y nueces pecan, el nuevo mercado que apuesta por los productos propios del Delta
Origen Delta está conformada por 35 productores que apuestan a potenciar las creaciones de la zona
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Hace muchas décadas que el Delta dejó de ser una región de producción agropecuaria para concentrar su economía principalmente en el turismo. Una gran parte de la población local trabaja dando servicios a esa actividad y otros se dedican a la forestación y a la recolección de junco y mimbre, las únicas actividades productivas que aún permanecen activas y sirven para abastecer a un puñado de industrias de la provincia de Buenos Aires. Los jóvenes emigran al “continente” para estudiar y trabajar, ya que sus oportunidades si se quedan en el delta suelen ser en hoteles y cabañas o dedicarse a la jardinería, la limpieza, la gastronomía o conducir lanchas. La luz eléctrica no cubre las tres secciones, el combustible es caro y el transporte público es limitado.
Pero hasta la década del 60, el Delta era una zona de producción agroganadera muy importante. No solo se comercializaba la madera, también se vendían frutas, verduras y otras productos de uso industrial y doméstico, además de las artesanías que daban valor agregado a las plantaciones autóctonas. Además de las políticas públicas que dejaron atrás un modelo productivo para la región, las numerosas crisis económicas de los últimos 70 años terminaron de corroer la sustentabilidad económica de la zona. Las industrias cerraron y los oficios propios de esa ecozona se fueron perdiendo. Rubén Sejenovich, presidente de la asociación civil Origen Delta, supo ver este panorama cuando decidió irse a vivir a las islas. Oriundo de Entre Ríos, conoce bien las reglas del río y sus mandatos. No le temía a la falta de luz ni de conectividad y, aunque se dedicaba a la comunicación y el marketing, dejó todo para reinventarse en un entorno natural más cercano al de su infancia.
“Tenía una empresa de diseño de páginas web en aquel entonces y la mantuve, yendo y viniendo de Buenos Aires. En 2008 me interioricé en el bambú y empecé a trabajarlo en las islas.” A partir de ese momento, el “Ruso”, como todos lo llaman, conoció a algunos productores y entendió que ahí faltaba una organización que los agrupara e impulsara los proyectos que muchos soñaban pero no concretaban en forma individual. Así nació Origen Delta, una asociación que tiene la finalidad de que la producción local vuelva a ocupar su lugar en el Puerto de Frutos.
Hoy está formada por 35 productores, aunque en algún momento habían llegado a ser 70. “Durante la pandemia, decidí salir con un barco a vender. Estábamos desesperados. Sumé pescado y algunos productos más que abrieron nuevos negocios y la Prefectura nos tuvo que autorizar porque éramos esenciales”, explica Sejenovich. Fue un tiempo de crisis que trajo muchos desacuerdos, pero prevaleció el objetivo de llegar a tierra firme y desembarcar en Buenos Aires.
En el Puerto de Frutos
“¡En todos los lugares turísticos del mundo hay un local de regionales, pero en Tigre no! — dice Sejenovich—. El Puerto de Frutos se convirtió en un shopping de decoración y los productos son nacionales e importados. En 2018, finalmente, logramos tener un espacio gracias al CAPI (Consejo Asesor Permanente Isleño), que reúne a las organizaciones sociales isleñas, y proponen al Estado proyectos que generen políticas públicas para el Delta. Es un instrumento muy efectivo de participación ciudadana y Origen Delta es una de las organizaciones que forman parte de ella. Además, la propuesta es dar talleres de carpintería, artesanías y tener una cocina y un comedor comunitario”.
Este año también tratarán de sumar acuerdos con hoteles y restaurantes para ofrecer sus productos.
“Logramos desembarcar finalmente en Tigre gracias a que un funcionario de Turismo vio la Bambucita [el primer local que Sejenovich construyó todo en bambú sobre el Río San Antonio, donde él vivía y vendía allí lo que los productores le daban en consignación]. Hoy logramos tener dos locales pequeños en el Puerto de Frutos y uno en la Estación Fluvial, lo que amplió muchísimo la venta no solo a los turistas, sino a los mismos isleños” explica.
En los locales se pueden comprar artesanías (instrumentos musicales y juegos construidos en bambú, mates, cestería, objetos de decoración y para la cocina), alimentos orgánicos (dulces caseros, productos medicinales y cosméticos con plantas del lugar, nueces pecan, conservas), textiles pintados por artistas de la región y hasta una bicicleta también construida en bambú.
Los productores
En la cooperativa hay productores nacidos en la isla y otros que vienen de la ciudad, como Flavia Gómez, de 51 años, que vive en el Paraná Guazú, la tercera sección del Delta y la más precaria en servicios públicos. No tienen luz eléctrica y el transporte es muy poco frecuente. Llegó del conurbano como maestra jardinera, hace 25 años y se casó con un isleño, con quien tuvo dos hijas. Dejó la docencia cuando ellas eran pequeñas para dedicarse a su crianza y las mujeres del lugar le enseñaron a hacer cestería y otras artes de su cultura isleña.
“Yo tejo hamacas y canastos con formio, una planta con la que antes se fabricaba el hilo sisal. La fábrica quedó abandonada y las plantaciones también. Nos ocupamos de replantar, cosechar y dejar secar, un proceso que lleva mucho tiempo”, detalla Flavia, que debe competir con productos de plástico, importados, que imitan este arte ancestral.
Sus hijas la ayudan con las redes sociales. Ahora está intentando sumar modelos de sillas. Ella, su familia y sus vecinos intentan preservar la vegetación de las quintas abandonadas de su zona y tienen el proyecto de hacer una reserva para que el turismo no lo arruine. “No tenemos aún el dinero para escriturarlo, pero los cuidamos para que nadie venga a tirar abajo los árboles y poner vacas”, dice.
Los dulces de Origen Delta los cocina Elsa Cabrera, que también vino de afuera. Tiene 50 años y se dedicaba a la costura hasta que conoció a Hugo Seute hace 12 años y vio que su quinta estaba llena de frutales añosos que habían plantado sus abuelos. Antes de conocerla, todos sabían que Hugo regalaba la fruta a los vecinos, a los conductores de las lanchas colectivas y a familiares. Pero un día, Elsa probó de hacer dulces con recetas de su hermana y algunos secretos que le daban las antiguas vecinas del lugar.
“Empecé con frascos regalados y solo hacía dulce de ciruela. Se hizo tan conocido que me empezaron a pedir de otras frutas, así que probé con todo lo que encontraba en la quinta y así llegamos a tener nuestra marca que hoy se vende en el local”, cuenta Elsa, que recomienda su dulce de leche casero con leche ordeñada en el lugar.
Origen Delta intenta generar más trabajo, cuidar el medio ambiente y recuperar los saberes de artesanos y productores como Don José Cenizo para que no se extingan y sean fuentes de trabajo para nuevas generaciones. “Yo siempre trato de dar consejos sobre cómo trabajar el mimbre y la madera. Son muchos años de experiencia que hay en todo lo aprendido y me gustaría que no se pierdan”, dice, sentado en el banco de su muelle.
“Mimbrero” y habitante de las islas de toda la vida, vive en el Arroyo Espera y con sus 12 hermanos trabajaron, desde chicos, en la recolección y venta de frutas que tenía a cargo su padre. En los 80, ante la falta de demanda, tuvieron que dedicarse al mimbre. Don José tuvo que aprender solo a trabajarlo, “con un manual de Kapelusz que encontré por ahí” y le enseñó a sus hermanos. La cestería les dio buenas ganancias, pero llegaron los 90 y la política económica los dejó nuevamente sin trabajo. Volvieron a remontar el negocio en el 2000 y hoy, con 72 años, inmovilizado hace dos décadas por una enfermedad, sigue anotando los pedidos en un cuaderno y sigue tejiendo teje cestos. Sus hijos y sobrinos no quisieron seguir con el negocio.
Durante este año, los locales llevarán su nombre en la entrada, la marca estará terminada y los productos llevarán el logo elegido por todos los miembros de la asociación. Y no solo eso: Origen Delta espera abrir las puertas de su cocina y taller comunitario para que más productores se sumen.
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