Deus ex machina
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Cuando el héroe se encuentra perdido, sin salida, acorralado a la vez por los enemigos, el cansancio y la falta de municiones, el guionista puede (y suele) recurrir a un dispositivo literario viejo como el teatro grecorromano. Se llama Deus ex machina, porque hace 2000 años la ayuda salvadora adoptaba la forma de un dios que bajaba sobre el escenario y socorría al héroe. Como en esa época el público ya era exigente, pero no había efectos especiales, la única forma de hacer que un dios bajara del cielo era por medio de sogas y poleas. Es decir, una máquina.
El recurso se sigue llamando así hoy, y, por supuesto (me da un poco de vergüenza aclararlo), solo funciona en las películas. Repito, solo funciona en las películas. En el mundo real, los problemas requieren soluciones eficaces y racionales. Pero, por desgracia, hemos naturalizado el que la política tienda a recurrir al Deus ex machina. En lugar de procedimientos razonados y transparentes, muchos problemas prácticos, básicos, incluso toscos son enfrentados mediante eslóganes y credos. Asuntos que en casa resolveríamos en un santiamén (perdón, eso fue sin querer), en política se transforman en batallas épicas a las que inexorablemente les espera la derrota. A menos que baje un Deus ex machina.
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