Tiempo de valientes
“Es junio. Estoy cansada de ser valiente”, escribe Anne Sexton en el poema “La verdad que los muertos conocen”. Y la voz de su verso no es la de una robusta guerrera que expresa su pesar, quitándose la armadura y dejando caer el cabello por fuera del casco metálico. La valentía no es bravura para la escritora que ganó en los años 60 un Premio Pulitzer con Live or die y luego se quitó la vida. Tenía 45 años y un desequilibrio emocional que hay que ser valiente hasta para nombrarlo.
Sexton se multiplica ahora en las pantallas grandes y pequeñas: medio siglo después, desde que empezó el mes, mucha gente repite aquello: tired of being brave. Puede leerse como una bandera, una advertencia, un eco coyuntural. Lo ponen en letras bonitas, con fondos neutros, también en inglés. Algunos parafrasean la cita, pero nadie dice resignada. Cansada sí, porque sostener las propias convicciones, decir que no cuando muchos parecen coincidir en que sí (o viceversa), exponerse sin disfraces, mostrarse diferente en una cultura tan dispuesta a expresar desprecio, no quedarse callado, ignorar para dónde sopla el viento, ese digno proceder que todos los días hace que el valiente sea tal cosa, cansa, pero no agota. ¿A quién no le dijeron, y quién no pregonó alguna vez, que a los miedos se los afronta, que la valentía es la espada que hiere de muerte al temor?
La gran valentía –y otra vez: olvidémonos de los héroes de película, de los hidalgos de estampita, de los épicos aventureros de la Historia– se ejerce en expediciones a acá la esquina. Frente a una autoridad (la madre, el jefe, ese gerente general, un policía, el presidente) y también frente al espejo. El valiente quiere ir más que volver. A veces pasa por corajudo, intrépido o audaz, nunca por irreverente, ofensivo o imprudente. Eso es otra cosa. Vale más ser valiente entre valientes, aunque sea más fácil destacar entre cobardes.
Solo en las últimas semanas los “valientes” con toda la literalidad de la lengua estuvieron en la primera plana de los diarios, en el trending topic de las redes sociales. Los contendientes de una guerra y quienes deben sobrevivirla (qué pesar que haya más de una), los extranjeros que son (mal)tratados como invasores, los deportistas que se juegan hasta la última gota y también los periodistas que resisten ataques y amenazas del poder por hacer lo que tienen que hacer. Valiente es Darín para Lali Espósito y al revés también. A juzgar por la condición y la palabra ¿de moda?, pareciera este ser tiempo de valientes, aun cuando todas las épocas fueron y lo serán. Que como escribió Borges en la Milonga de Jacinto Chiclana, “entre las cosas hay una de la que no se arrepiente nadie en la tierra. Esa cosa es haber sido valiente”.
Y asumir riesgos y defender creencias, cómo no. Seguirle el juego a Lucrecia Martel en esa invitación inaplazable que nos hace con gracia, imperiosa, en un video que afortunadamente se volvió viral esta semana. Dice la lúcida cineasta a una audiencia embelesada que no sale en cámara, pero se adivina llena de jóvenes: “Pienso que nos toca algo que nos da mucho trabajo y es muy cansador: nos toca inventar el futuro próximo. Así como lo hizo Julio Verne, Philip Dick, toda esa gente que nos abrió los ojos (o se ve que mucho no, porque estamos en esa), tenemos que enfrentar el futuro. Y yo lo que les propongo es: inventemos un futuro que nos guste, que no sea solo el apocalipsis de la proyección de la tecnología hacia el futuro. Tratemos de imaginarlo (esto es urgente). Si alguien dice que no sabe qué hacer, sepan que hay que inventar el futuro ya –contagia Martel–. Si están haciendo música, inventen el futuro; están en educación, inventen la educación; están haciendo cine, inventen el cine; hay que inventar de cero”.
Qué vértigo, qué responsabilidad, qué potencial, qué ganas de no ser cobarde.