Un gran amigo, más allá de las diferencias
La muerte de Eduardo Galeano es la de uno de mis amigos. La tristeza es entonces la de haber perdido algo de mi propia vida. Lo conocí al poco tiempo de haber sido creada la revista Crisis, que él dirigió. Me acerqué a su redacción y le propuse una sección de literatura de lengua portuguesa que contemplara la de Brasil, Portugal y africana de esa misma lengua. Le pareció bien, me resultó de inmediato un hombre grato, hospitalario y sencillo. Recuerdo que esa misma tarde me entregó la copia de un poema de Chico Buarque de Holanda. Me dijo: "Se lo han prohibido en Brasil y me lo envió para que lo publicáramos nosotros. ¿Te animás a traducirlo?".
Se trataba de "Aparta de mí este cáliz". Yo había vivido largos años en Brasil y había quedado unido para siempre con su literatura. A Chico lo había conocido cuando él era un estudiante de Arquitectura, era muy amigo de uno de mis amigos de Brasil. Me lo presentó un día cuando aún no había encontrado su camino como compositor y cantante. Poco tiempo después se conoció "Qué será", la canción que hizo de él un poeta reconocido por Carlos Drummond de Andrade. Me llevé el poema a mi casa, trabajé en su traducción. Con ella en sus manos, Galeano me dijo: "Está bien. Vas a dirigir la sección de literatura en lengua portuguesa".
A partir de ese momento nos hicimos cada vez más amigos. Prosperaron la sección de literatura afro-luso-brasileña y nuestro acercamiento. Jugábamos juntos al fútbol los miércoles a la mañana con Jorge Asís, con Boy Olmi, con Guillermo Allerand. Yo sólo había publicado hasta ese entonces Poesía contemporánea del Brasil. Me lo había editado Aldo Pellegrini. Él, en cambio, era ya un escritor célebre.
Trabajábamos en mi casa muchas veces por la noche. Él en lo suyo, yo en lo mío. Recuerdo uno de sus cuentos, esbozado en el living de mi casa, se tituló "La muchacha en el tajo del mentón". Esa muchacha después iba a ser su esposa. Era muy amigo de mis dos primeros hijos y ellos lo supieron querer.
Galeano logró hacer de la revista Crisis una propuesta cultural equivalente en calidad a la revista Sur con una orientación de centroizquierda. Otro episodio memorable de nuestra relación de trabajo se refiere a los días previos a la elección de Portugal, después de la Revolución de los Claveles, de 1974. Galeano sostenía que el dossier que mi sección debía dedicarle al tema tenía que estar centrado en el candidato del partido comunista, Cabral. Yo sostenía que no, que el centro debía ser la figura de Mario Soares, pues confiaba en que era él quien ganaría las elecciones. Discutimos, siempre en un clima muy fraternal. Me dijo: "Bueno, está bien. Dedica el dossier a Mario Soares, pero si gana Cabral publicás una nota aclarando que el propósito del director de la revista era hablar primordialmente de Cabral. Y si gana Soares yo no voy a publicar una aclaración, pero voy a darte la razón".
Ganó Soares. Y jamás conocí en Crisis la menor censura a mis propuestas. Nuestras diferencias con el tiempo se acentuaron en el orden ideológico. Yo era un hombre joven de orientación liberal. Su pensamiento de izquierda fue el que lo llevó a componer Las venas abiertas de América latina, su pensamiento y su condición de viajero infatigable porque no había rincón de América latina que no conociera. El tiempo, me parece, probó que la consistencia literaria de esa obra es mayor que la fortaleza de sus ideas políticas.
Creo que Eduardo, en política, propendía a la polarización entre buenos y malos, entre víctimas y verdugos. Si hubiera matizado su pensamiento en este orden, creo que no habría encantado jamás con su libro al ex presidente Chávez.
La canción de nosotros, su novela, evidenció que no era ese género el ideal para el desarrollo de su mejor talento. El formato que lo consagró como un gran escritor fue el de los textos breves, casi aforísticos que hilvanándose en un conjunto brindaban no sólo una visión luminosa de los temas que abordaba, sino que también permitían advertir hasta dónde su talento narrativo lo situaba como un estilista de excepción. Días y noches de amor y de guerra, La memoria y el fuego prueban sobradamente, entre otros libros, lo que digo. Aun mis hijos encontraron lugar en sus páginas. Episodios memorables de su infancia fueron recogidos y transfigurados poéticamente por Eduardo. Su nombre para mí es el de la mejor amistad, el de la posibilidad de admirar y celebrar su memoria como un sitio donde la poesía encontró un hogar.
El autor es ensayista y filósofo
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