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Los Juegos Olímpicos de la era moderna tambalearon después de la edición racista de Saint Louis 1904, que incluyó competencias para pigmeos, indios, negros y animales que asquearon al barón de Coubertin. Londres acudió salvadora y recuperó al deporte organizando la edición siguiente, de 1908. En 1936, el Comité Olímpico Internacional (COI) volvió a meter al deporte en un festival racista: los Juegos de Berlín en la Alemania de Hitler. Londres, nuevamente, salió al rescate con sus austeros Juegos de 1948, los primeros de la posguerra. Pekín, sede de los últimos Juegos, en 2008, fue una obscenidad de 60.000 millones de dólares. Londres, por tercera vez, asume ahora feliz la tarea de retornar a unos Juegos más humanos. El Reino Unido, cuyo modelo deportivo en las escuelas de elite inspiró a Coubertin a reflotar los Juegos Olímpicos, recuerda sin embargo otra edición. La de París 1924, cuando el judío de origen lituano Harold Abrahams y el religioso escocés Eric Liddell corrieron por el oro para Gran Bretaña en medio de la adversidad. Si vivieran, la música inolvidable de Vangelis podría acompañarlos ingresando este viernes al Estadio Olímpico con la antorcha. Carrozas de f uego sería una postal perfecta para inaugurar Londres 2012.
El film que ganó el Oscar en 1981 fue reestrenado hace diez días en versión digital en más de cien salas del Reino Unido. Y la banda sonora de Vangelis acompañó el recorrido de la antorcha en su paso por la playa escocesa de West Sands, la imagen más célebre de la película. Entre los elegantes alumnos de la Universidad de Cambridge, Abrahams, estudiante de abogacía, sufre por judío, por su ambición de ganar y su entrenamiento casi profesional, de la mano de su preparador ítalo-árabe Sam Mussabini. "¡Dios diferente, actitud diferente!", dice una autoridad del Trinity College, que declara persona no grata a Mussabini. Abrahams es el primer alumno en la historia del Trinity que da la vuelta al patio antes de que suenen las doce campanadas del mediodía. Supera a su compañero Andrew Lindsay, un lord que compite sólo por placer y salta evitando tocar copas de champagne que su mayordomo coloca sobre las vallas. Inscripto en salto en largo, Abrahams publica una carta anónima en el Daily Express y logra que lo pasen a los 100 metros, su prueba favorita, en la que obtiene un triunfo histórico ante los atletas de Estados Unidos. Liddell, un cristiano evangélico de padres misioneros nacido en China, ex rugbier y mejor velocista, queda fuera de los 100 metros porque se entera en pleno viaje de que la prueba se corría en domingo, "Día del Señor". Rechaza presiones del príncipe de Gales y de la prensa y ese domingo oficia un servicio en la Iglesia Escocesa de Rue Bayard. Liddell, que sale tercero en los 200 metros, corre los 400 gracias a que lord Lindsay le deja su plaza. Sorprende a todos ganándoles a los estadounidenses con récord mundial. "Dios -dice Liddell en el film- me hizo con un propósito, pero también me hizo veloz, y cuando corro siento que le complace."
David Wallechinsky y muchos otros historiadores olímpicos se encargaron de advertir que Carrozas de fuego , promocionada como "una historia verdadera", se había tomado excesivas licencias. Abrahams sufrió tal vez antisemitismo, pero ganó impulsado por el deseo de superar ante todo a sus hermanos mayores, también atletas que habían representado a Gran Bretaña en Juegos anteriores. La hazaña del patio del Trinity College no fue suya sino de lord David Burghley, a quien el film muestra como lord Lindsay. Campeón olímpico en 400 metros con vallas en Amsterdam 1928, lord Burghley, con el tiempo marqués de Exeter, parlamentario conservador, miembro COI por 48 años y gobernador de las islas Bermudas, enfureció en 1981 con la aparición de Carrozas de fuego . Nunca saltó sobre copas de champagne y menos aún pudo ceder su plaza a Liddell en los 400 metros, porque ni siquiera se había clasificado para la final. Jamás quiso ver el film. Y Liddell, en rigor, no se enteró en pleno viaje a París de que los 100 metros se correrían un domingo. Lo supo seis meses antes y pudo prepararse con tiempo para competir en 200 y ganar los 400 metros. Carrozas de fuego tiene muchas otras licencias, pero sí fue cierto que Liddell gozaba de enorme respeto por mantener sus convicciones religiosas antes que el éxito deportivo. Y que, por eso, su triunfo en los 400 metros, como dijo una crónica de Press Association, fue "el más popular" en los Juegos de París.
Coubertin ordenó que sus últimos Juegos como presidente del COI fueran en París, pese a que la capital francesa ya había sido sede en 1900. El barón seguía calificando de "ilegal" la presencia de mujeres en los Juegos y lord Earl Gerald Cadogan, miembro inglés del COI, se oponía al pago de viáticos para atletas que debieran abandonar sus trabajos y dejarles dinero a sus familias. La figura más rutilante de París 24 fue Paavo Nurmi, el finlandés volador, que ganó cinco oros en seis días y a quien el COI acusó luego de "profesional". Brilló también con tres oros el nadador Johnny Weissmuller, primer Tarzán de Hollywood. Los Juegos Olímpicos primero en la ciudad de Wenlock y luego nacionales que el británico William P. Brookes organizaba ya desde 1850 y una visita que realizó en 1883 a las "public schools" inglesas inspiraron a Coubertin a reflotar los Juegos, aunque el barón abandonó con el tiempo el elitismo británico que autorizaba a competir sólo a los "gentlemen". Ya en los mismos Juegos de París 24 Coubertin vio de qué modo sus compatriotas protagonizaban un escándalo en el rugby contra Estados Unidos y en el boxeo por las mordidas que descalificaron a Roger Brouse. Esgrimistas italianos abandonaban su competencia cantando "Giovinezza", el himno fascista de Mussolini.
Carrozas de f uego, situada inicialmente en Cambridge, deleitó por igual a Margaret Thatcher y a David Cameron, ambos graduados en Oxford. En su libro El cine británico de la era Thatcher, Chantal Cornut-Gentille D'Arcy destaca que el film fue estrenado un año antes de Malvinas y lo describe como de un "nacionalismo nostálgico", con "una visión conservadora" de un pasado "perfecto" y, por eso, "irrecuperable". Si bien Abrahams y Liddell pueden ser atletas que cuestionan la hipocresía institucional, Carrozas de f uego, dice la autora, nos seduce con imágenes que privilegian la magnificencia de esas instituciones y de la era victoriana. "El pasado como espectáculo". El Daily Mirror publicó ayer que la atleta sorpresa que ingresará el viernes al estadio Olímpico con la antorcha podría ser la princesa Ana, integrante del equipo británico de equitación en los Juegos de Montreal 76. Su madre, Isabel, celebró el mes pasado sus 60 años de reinado con un pico de 85 por ciento de popularidad, muy por encima de los políticos y los hoy odiados ejecutivos manipuladores de la city. "Los Windsor son una versión lúgubre de la familia Addams, pero forman parte del gran negocio de Londres. Cuestan caro pero son rentables." Lo dice el publicista Richard Branson en el libro Historias de Londres . Su autor, el periodista Enric González, llama a ese capítulo "Buckingham SA".
Abrahams, abogado, dirigente, político y periodista, murió en 1978. Ben Cross, el actor que lo interpretó en Carrozas de f uego y que aún vive, llegó a hacer de Rudolf Hess en una serie de la BBC. Ian Charleson, el actor que hizo de Liddell, murió de sida en 1990. Liddell, cuya técnica, según la atleta Paula Radcliffe, es una de las peores que se recuerden de un corredor campeón olímpico, abandonó las competencias al año siguiente de su éxito. Volvió como misionero a Tientsin, la ciudad china donde nació. Trasladado a la peligrosa Xiaochang envió a su esposa y dos hijos a Canadá. La Segunda Guerra Mundial lo confinó a un campo de concentración japonés en Weihsien. Una gestión de Winston Churchill pudo facilitar su vuelta. Cedió su lugar a una mujer embarazada. Murió preso de un tumor cerebral en febrero de 1945. No podrá ser él quien entre el viernes al estadio con la antorcha, en unos Juegos hoy mezcla de circo, templo, nacionalismo y también heroísmo deportivo. Liddell siguió educando en el campo de concentración hasta poco antes de morir. Y también hacía de referí cuando los niños jugaban al fútbol. Los partidos se jugaban los días domingos.




