Fútbol en El Salvador: jugar con 45°, tatuajes peligrosos y por qué no hay que usar las camisetas 13 y 18
Cuando abandone su condición de futbolista argentino varado en El Salvador, regrese a Jujuy y cumpla con el período de aislamiento y cuarentena, el salteño Maximiliano Martínez se imagina como el orador central que concentra la atención del resto con su relato."Si me preguntás por mi experiencia en El Salvador te digo que fue mala, pero me cultivé en un montón de cosas. Mañana me siento a comer un asado con mi gente y tengo un montón de historias para contar", expresa el volante ofensivo (27 años) en diálogo telefónico con LA NACION desde la capital San Salvador.
Tres meses después de haberse incorporado, Martínez se enteró de un día para el otro de que se quedaba sin club, que Chalatenango le rescindía el contrato tras ser titular en cuatro partidos. Pasaba a estar desocupado, a pesar de que había firmado un vínculo hasta diciembre con el club que está cerca de la frontera con Honduras. "Chalatenango tenía por presidente al alcalde de la ciudad (José Rigoberto Mejía) y fue comprado por empresarios salvadoreños que están en los Estados Unidos. Es algo normal aquí, que venga alguien y compre un equipo como si nada. Los nuevos dueños decidieron traer otros jugadores extranjeros y no seguir contando con mis servicios. Los antiguos propietarios fueron unos desalmados, me dejaron sin trabajo en medio de la pandemia. Vine el 15 de enero y estuvimos casi dos meses sin cobrar. Haciendo la cuenta, de cinco meses cobré tres, sumando el de la rescisión. Una locura. La dirigencia que se fue me dejó en la calle, me pidieron la llave del departamento que ocupaba. La situación es delicada, el club se manejó con mucha informalidad", agrega el volante ofensivo, que pasó por Gimnasia y Tiro, Central Norte (ambos de Salta), Racing de Olavarría, Sarmiento de Resistencia, Real Potosí (Bolivia) e Independiente de Sucre.
Mientras agradece las gestiones para el vuelo de repatriación del cónsul argentino Matías Valverde ("Siempre estuvo en contacto, nunca me dejó solo. Espero tener prioridad por ser un extranjero sin trabajo"), Maxi Martínez está viviendo en una casa de familia en San Salvador: "Es gente amiga que conocí y me abrió las puertas hasta que pueda regresar. En la casa también está mi compañero paraguayo (Marcos González), que se quedó sin club".
Por ahora no pasa apremios económicos: "Tengo resto para aguantar un tiempito más. Un jugador extranjero en El Salvador puede cobrar entre 2000 y 8000 dólares por mes en un equipo mediano, como Chalatenango". Con esta afirmación quiere relativizar una frase suya que fue título en algunos medios: "En tono de chiste dije que iba a tener que vender pupusas (una especie de tortilla) o mango en la calle para sobrevivir. No llego a esa situación límite, pero tampoco se me caerían los anillos si tengo que hacer otra actividad para comer".
Por el coronavirus, el campeonato de primera división se interrumpió el 8 de marzo. Ese escaso tiempo de competencia fue suficiente para que se diera cuenta de que se había equivocado con el destino elegido: "El nivel del fútbol salvadoreño es duro, parecido al de la B Nacional, pero con más roce, más picante. Y bastante complicado en lo que es la infraestructura de los estadios. Vi cosas terribles, de no creer para un fútbol profesional. Algo muy básico en algunos clubes, muy precario en cuanto a vestuarios, cancha, césped, todo. Hay vestuarios en los que no entran los 18 futbolistas convocados. Hay que vivirlo".
Y cuenta su experiencia personal: "Me tocó debutar contra Jocoro, en la ciudad Santa Rosa de Lima. No entrábamos todos en el vestuario, algunos nos cambiamos en el micro. Y eso que era un partido televisado. La cancha no tenía césped y la temperatura era de 45 grados. No había nadie en la cancha. Eso es la primera división. Nuestro club era mejor en lo relativo a las instalaciones, tiene aire acondicionado en los vestuarios. Mi representante me trajo sin saber cómo era el fútbol acá, está arrepentido. Tuve ofertas para seguir jugando en El Salvador, pero no quise, prefiero ir a otro país más responsable".
La cuenta @FutbolistasAXEM hizo un relevamiento de los argentinos en el fútbol de El Salvador: Osvaldo Escudero (DT), Rodrigo De Brito y Juan Aimar (Santa Tecla); Daniel Messina (DT) y José Vizcarra (Águila); Guillermo Stradella (FAS), Matías Coloca (Independiente de San Vicente), David Boquin (Sonsonate) y Juan Sarulyte (Jocoro)
Más allá de lo futbolístico, Maxi Martínez tuvo otras vivencias que le quedaron grabadas. Se calcula que en El Salvador, sobre una población de seis millones de habitantes, hay alrededor de 70.000 maras, como se conoce a los integrantes de pandillas delictivas, asociadas a los crímenes, asesinatos, torturas y extorsiones. Un flagelo que también padecen Honduras y Guatemala, que junto con El Salvador integran el triángulo norte centroamericano, una de las regiones más sangrientas del mundo. Según datos de las Naciones Unidas, en El Salvador se contabilizan 51 homicidios al año por cada 100.000 personas, más que en Honduras (40) y Guatemala (23).
Los maras llevan parte del cuerpo cubierto de tatuajes. Martínez empezó a tomar contacto con esta realidad apenas desembarcó en San Salvador. La tinta grabada en sus brazos lo convertía en sospechoso: "El día que llegué, la policía me tuvo una hora encerrado. Fue jodido lo de los tatuajes en el aeropuerto, una anécdota bastante complicada. Cuando uno se interioriza de la problemática, se da cuenta de que no es broma. Ponete en mis zapatos. ¿Sabés lo que es llegar a un país y que te tengan detenido durante una hora? Tuve que explicarles el significado de cada tatuaje, sobre todo los de los números. Tengo un par de fechas, nada raro, la del día que debuté en primera, de mi cumpleaños".
El tema de los números es crucial: la pandilla de maras más peligrosa es la MS-18, la Mara Salvatrucha; la otra es la MS-13. Son antagónicas. Ningún equipo de fútbol usa las camisetas 13 y 18 en la numeración del 1 al 30. Es un acuerdo tácito, nadie ocupa esos números para evitar relacionarse con alguna de las dos pandillas y exponerse a un ataque del bando contrario. "El mejor ejemplo es el 'Loco' Sebastián Abreu, cuando vino a jugar al Santa Tecla, donde fue campeón y goleador. No pudo usar la 13, el número de toda su carrera. Ahí te das cuenta de que esto no es joda. Yo usaba la N° 8", ejemplifica Martínez.
El día a día social también tenía sus complicaciones: "Caminando por la calle o en un shopping, la gente me mira los tatuajes, tengo que esconder los brazos. Ese fue mi gran problema. No se puede vivir con esa paranoia. Estando acá me arrepentí de haberme tatuado, me decía en qué momento se me ocurrió tatuarme tanto, te juro".
La seguridad amenazada lo mantuvo siempre alerta: "No viví ningún episodio desagradable, gracias a que seguí las recomendaciones. Acá se habla de los maras en voz baja. Acá me di cuenta de que en la Argentina somos unos bebés de pecho. Es algo que te puede sorprender en la vereda de tu casa. En algunas ciudades, a las seis de la tarde tenés que estar adentro de tu casa. Lo hablaba con mis amigos, no es manera de vivir así. Uno va al supermercado y tiene a un militar apostado con una carabina M4. Al local que se vaya, hay alguien con una ametralladora. Acá están acostumbrados, pero yo no. La gente cuenta cosas terribles, es un golpe para el que viene de afuera. Acá hay asesinatos todos los días. Viví en Salta, en Bolivia, en Buenos Aires, pero donde sentí miedo de verdad es acá".
Esta convulsión social, padecida desde hace años, es más letal que la pandemia del coronavirus. El presidente Nayib Bukele impuso una estricta cuarentena. Hasta este domingo, la cifra de muertos en el país era de 12 personas, sobre 490 casos positivos, con 154 recuperados.
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