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Casi no hay testigos de semejante huella. Casi no hay gente: el mágico Palacio está desierto porque los incidentes creados en el partido con Tigre dejan su respuesta. Huracán debe jugar sin público. Olimpo, en un principio, no se hace problema. Es más: sin el calor acostumbrado de la gente del Globo, se puede jugar más distendido, más suelto. Y encuentra en una tarde de sábado cualquiera un triunfo inolvidable. El 3 a 1, que logra luego de ir perdiendo, es el primer éxito en el torneo, después de cinco derrotas y curiosos seis empates en cero. Consigue, además, una cifra extraordinaria: en un partido marca más goles que en todo el certamen, apenas dos. Y corta, al fin, parte de ese mismo maleficio: convierte luego de 780 minutos, luego del tanto de Cobos a Central, en la derrota por 3 a 1 de la cuarta jornada. Un festín de datos. Todos positivos, al fin, para el entusiasta equipo de Bahía Blanca.
La victoria se construye, así de repente, en los últimos 17 minutos, en los que señala los goles. El uruguayo Royón, a la salida de un tiro libre. Un remate cruzado de Jonathan Blanco. Y un tiro preciso de Klusener. Royón ingresa en el final del primer tiempo en el lugar de Amoroso y le transforma la mentalidad al equipo bahiense. Se convierte en una formación audaz y pincha el globo, literalmente, de su oponente.
Huracán gana por un penal inventado por Torassa (no fue infracción de Sills), anotado por el mismo hábil conductor. Asociado con Toranzo, lidera el desarrollo con frialdad. El primer tiempo acaba con esa sentencia: Huracán, en cualquier momento, marca el segundo. El fútbol es maravilloso: todo puede pasar. En la segunda mitad, Huracán está maniatado, acorralado, sin frescura. Olimpo se anima con la sabiduría de la humildad. Y tiene su fiesta impensada en el Palacio.


