Incertidumbre y nostalgia: dos palabras del “diccionario River” que Gallardo había eliminado
Cuando Marcelo Gallardo asomó su figura y repitió su viejo ritual de ir saludando a cada uno de los alcanzapelotas, apenas una decena de testigos de los casi ochenta mil que abarrotaron el Monumental sabían quién era Benjamín Krom. El pibe, con los sentimientos en carne viva, era un mar de lágrimas en el que se fundían su tristeza adolescente y una profunda admiración. El entrenador, en un gesto tierno y paternalista se animó a abrazarlo, acariciarle la mejilla y consolarlo ante su angustia. Krom juega en la octava división de las inferiores del club. Su vida y su conciencia futbolera, igual que para toda esa juventud atravesada por una banda roja que aprendió a mirar fútbol en la última década, solo registra un nombre y una sociedad: el River de Gallardo.
A diferencia de Benjamín, futura promesa del club, a Enzo Pérez, Franco Amani, Javier Pinola y Juan Fernando Quintero los conoce todo el país futbolero. Sus lágrimas y su emoción tenían una ligazón absoluta con la del pibe. La gratitud es transversal, la nostalgia no distingue de edades. La partida del guía los atravesó a todos.
En el llanto de los jugadores está la conciencia, no necesariamente del final de sus carreras, pero si del ciclo más brillante del que pudieron ser protagonistas y ese detalle, los acerca de modo inexorable a un pasado que obviamente no volverá. Su tiempo como futbolistas, en la mayoría de los casos, tendrá un desarrollo que va a exceder al proceso que termina, pero difícilmente el éxito cualitativo y cuantitativo los acaricie como en estos años.
Con los lógicos altibajos de una competencia permanente, en los que la dinámica de los resultados jamás garantiza el éxito y por consiguiente cierta “inmunidad”, el River de Gallardo fue la expresión de algo que funcionó en el micromundo del fútbol, dentro de una sociedad altamente disfuncional. El apego por el desarrollo lógico de los procesos, la sensación de protección y de escudo humano que podía frenar cualquier tipo de agresión, que invitaba a creer que para todo había una solución, aunque después la misma no llegara, es la que se va con la partida del entrenador.
Recordando sus palabras y buceando el archivo, en el anuncio de continuidad del año pasado había pistas de la decisión concretada hace algunos días. Si algunos jugadores de calidades notables, eligieron en diferentes momentos del ciclo cambiar de vida aceptando que la exigencia a la que los sometía el entrenador ya era suficiente como para merecer cierto remanso, ahora fue el técnico quién cayó preso de sus propios métodos. Consciente de que a la hora de la exigencia el “lei motiv” siempre debe ser, el máximo o nada sin términos medios, cuando Gallardo detectó que aparecían grises en su paleta de colores, decidió dar por concluida la obra. En algún momento debía pasar.
El desafío futuro es tan gigantesco como el vació a llenar. Sostener el modelo sin intentar copiarlo será clave. Habrá que entender que el continente debe mantenerse firme, pero el contenido necesitará autonomía para expresar su versión más auténtica, aceptando que ya nada será igual.
Alguna vez encendió las señales de alerta a la dirigencia con la “guardia alta”. En otra circunstancia estimuló a los hinchas “a seguir creyendo porque hay material para creer”.
La despedida dejó la puerta abierta para el retorno, con la ilusión de volver a cruzar caminos. La mezcla de alivio y melancolía al comunicar la decisión quedó plasmada en la sentencia de que todo lo vivido “fue una historia hermosísima”. Con letras bien grandes y alguna lágrima pegada a la piel, ese último hit ya se volvió remera.
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