Peligro: Tevez siempre hace lo que se le antoja
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Carlos Tevez siempre hace lo que quiere, solo complace sus antojos. Se fue a China cuando quiso y volvió cuando se le ocurrió. ¿Boca lo necesitaba? No. El campeón se mantuvo puntero desde que se marchó hasta que regresó. Claro que le sobra jerarquía para esta liga de remiendos, pero siempre dependerá de sus fragilidades emocionales y de su voracidad competitiva. Cuando huyó entre gallos y medianoche, dejó trascender que estaba saturado de un fútbol carnívoro. Pero el fútbol argentino es tan feroz como antes, y él se ha cargado una mochila de rulemanes al asegurar que ganar la Libertadores es su obsesión. Le costará si no encuentra el colmillo, porque retornó herbívoro y desangelado.
Las declaraciones suelen complicarlo a Tevez. Si algo no le interesa, no lo disimula. “La selección/ la selección/ se va a la p... que la parió”, cantó alguna vez trepado al alambrado para celebrar el título xeneize en el Apertura 2003. Uno de sus tantos desplantes albicelestes. “Jugar en la selección te quita prestigio”, también apuntó en tiempos de Sabella. Ahora balbuceó que estar en Rusia sería “consagratorio”. Si alguien no piensa como él, cae en desgracia. Si lo sabrán Alex Ferguson y Roberto Mancini. Cierto día en el City hasta festejó con un cartel que decía: “RIP Fergie” (“Que en paz descanse: Ferguson”). Tiempo después se disculpó... Es que tiene el arte de reinventarse, de borrar su disco rígido y generar una hipnosis colectiva. Tevez cae bien, suele contar con la complicidad popular –y de varios medios– porque la gente ve en él algo de superhéroe. Quizá porque reúne defectos que los argentinos nos empecinamos en jerarquizar.
No suele pensar en el bien común. Él lo certifica, con confesiones que tendrían que avergonzarlo. “Estuve siete meses de vacaciones”, aceptó con picardía sobre su decepcionante estada en el Lejano Oriente, nada profesional después de haber firmado un contrato de 40 millones de dólares por temporada. También confesó que participó de una operación para ganarse un lugar que Batista no le había reservado en la Copa América de 2011: “Le tiré el nombre al Checho y jugué con el apellido. No estaba preparado, pesaba 85 kilos”. En ambos casos, el daño ya estaba hecho.
Tevez desconcierta. Y condiciona. No piensa jugar de 9, más allá de ensayos puntuales como el clásico de anoche. ¿Entonces? Barros Schelotto debe olvidarse de su fetiche 4-3-3 y reamar lo que funcionaba, nada más frustrante para un técnico previsor. La gobernabilidad de Guillermo tiembla porque Tevez siempre hace lo que se le antoja.
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