Sus deseos son órdenes, señor Presidente... por ahora
Boca vs. River. River vs. Boca. Hasta el cabezazo de Michel al arco de Figueroa Alcorta, la final por la Copa Libertadores era esa para los argentinos. El ombligocentrismo que hace pensar que todo depende de uno, que el mérito y el demérito son siempre propios como si no existiera un adversario –ni siquiera cuando ese adversario es brasileño, nada menos–, había puesto el tema del superclásico decisivo en América casi como una epifanía en el ambiente mediático-futbolero.
Tanto que el propio presidente de la Nación –ex ídem de Boca, es cierto– se refirió a la cuestión, con un llamativo "prefiero que gane un brasilero [sic] y no tener esa final". Pues a diferencia de lo que sucede en otros ámbitos –muchísimo más relevantes– de la realidad nacional, su deseo parece encaminado a cumplirse. Parece, solamente.
En ese péndulo que es el foro del fútbol nuestro de cada día, en el que se emite sentencia antes de que se expida el juez (el resultado), hoy resulta que River está eliminado y que Boca recobró la mística copera. Como si no fuera el vigente River de Marcelo Gallardo el que hace tres años, después de perder en su cancha por 1-0 a manos de un equipo de Brasil –Cruzeiro–, se despachó con un 3-0 en tierra verde-amarela y desechó el último obstáculo serio camino a su tercera conquista. Y como si no fuera este Boca de los Barros Schelotto el que tanto ha sufrido en cruces mano a mano por copas y en clásicos ríspidos, de esos que demandan más temple que técnica.
Si todo estuviera determinado de antemano, los brasileños ya tendrían su final 100% propia por la Taça Libertadores. Más victorias, más goles, más diferencia de tantos que los argentinos, y ningún sufrimiento para pasar la rueda de grupos. Pero no dieron nada por hecho de antemano. Vinieron a Buenos Aires con mucho respeto y precaución. Gremio le hizo doler a River su oficio y su estado físico, pero sin ornamentos. Y Palmeiras no fue el del 2-0 de abril en La Boca. Pareció tieso por La Bombonera, por el público, por el prestigio del anfitrión.
Puede cambiar todo la semana que viene. Puede haber una definición Palmeiras vs. River. También una Gremio vs. Boca, obvio. Pero los brasileños hablan en estos días más de otra confrontación, Bolsonaro vs. Haddad, que de Porto Alegre vs. San Pablo. Sería un clásico, pero no un superclásico. Ventaja del fútbol argentino, que sí tiene uno, el más grande del continente. El que el señor Presidente de su país no quier ver.
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