Mundial Rusia 2018. Sergio Agüero, de aquel primer café con Jorge Sampaoli a los 12 minutos que le cambiaron la cara
Los 30 los cumplirá en Barcelona, el sábado que viene, justo adonde llegó un mes atrás envuelto en las dudas que nacían de su rodilla derecha. Sergio Agüero celebrará el cambio de década en la atmósfera de la selección con un rictus bien distinto al que tenía por aquellos días catalanes. Estaba atormentado por el déjà vu que le venía a la mente; no fuera cosa que se repitiera el escenario de hacía cuatro años, cuando las recurrentes lesiones lo convirtieron en un fantasma que caminó por las canchas de Brasil. La solución vino en lo que tarda uno en girar la vista. El muchacho entró y salió del quirófano con la velocidad del 9 que corre en diagonal, encuentra el pase y remata: fueron apenas 12 minutos los que hicieron que su cuerpo retrocediera cinco años. Las manos del doctor Cugat, al que había llegado por recomendación de Guardiola, obraron el cambio de estado: rodilla sana, cara de contento. "Desde 2013 que no me sentía así", comparó la semana pasada, ya al abrigo de Ezeiza, con esa sonrisa recuperada made in Kun. Ahora, a nada de su tercer Mundial, siente como si fuera el primero de su vida. Porque lo es, en cierto modo: nunca en los anteriores había transitado la vigilia con la sensación de que sí sería titular. Ahora sí. A los 30.
En Sudáfrica 2010, ocho años atrás, era un nene que miraba todo con asombro. Venía de atrás, a la cola de Tevez, Messi, Higuaín y también Di María. Titular contra Grecia en un partido descartable, sus minutos los sumó desde el banco; como contra Alemania, cuando Maradona lo puso en medio del 4-0 en contra, sin margen para rehacer ese desastre. Para Brasil 2014, el primer semestre de ese año lo lastró: cuatro desgarros consecutivos –el último, durante el torneo– hubieran sido suficiente para que ni entrara al Maracaná a jugar la final. Pero una mirada de Messi puede valer más que mil palabras y su amigo tuvo el honor de disputar 74 minutos contra Alemania. De participar, así como estaba, poco y nada. ¿Y qué será de él en Rusia 2018? Llegará a Moscú después de transitar a los tropezones toda la etapa previa: "No ir al Mundial sería lo más doloroso de nuestras carreras y de nuestras vidas", dijo en octubre de 2016 después de errar un penal, recibir silbidos y que la selección perdiera 1-0 ante Paraguay, en Córdoba, en las eliminatorias, con la amenaza de no conseguir el pasaje latiendo fuerte. Fue un punto límite, el más oscuro suyo con la camiseta argentina desde que Basile lo hizo debutar en 2006.
Cambio de locación: "Me hicieron bien estos primero días de trabajo acá. Siento felicidad", dijo ayer con sus palabras y su gesto, en una entrevista con el sitio web de la AFA. Un giro de 180 grados operó de un año a esta parte. Cuando asumió como entrenador de la selección, en junio de 2017, Sampaoli no lo tuvo ni sentado en el banco en la primera gira. Algo de provocación había de parte del DT, que buscaba una reacción del que pronto se convertiría en el máximo goleador de la historia de Manchester City. Y la encontró una tarde de domingo en Londres: Agüero se tomó un vuelo temprano para encontrarse con el técnico. Fue al pie: quería volver, tenía ganas. Volvió y al principio fue suplente de Icardi. Pero el tiempo –accidente automovilístico en Ámsterdam mediante– y sus progresos surgidos del aprendizaje con Guardiola se cristalizaron. Y ya todo es como era antes: Kun y Pipa llevan el cartel de centrodelanteros de la selección, sin terceros a la vista.
El sábado se hace anochecer en Ezeiza. Ya pasó la final de la Champions League, que vieron por TV, y los 23 elegidos corren con ganas. Es la práctica más intensa de la semana, a unas horas de hacer una abierta para chicos de escuela en la cancha de Huracán, este domingo a la mañana. Agüero quiere meterse en el circuito de los bajitos: Messi, Lanzini y Lo Celso dibujan un trío nuevo, del que Sampaoli espera que nazca el juego del equipo. Kun tendrá otra misión, la que misma que persigue sin éxito desde aquellos fríos de sudafricanos: gritar un gol en un Mundial. Tiene 35 en 83 partidos con la selección, ninguno inolvidable: ser el tercero en el ranking –detrás de Messi y Batistuta– no lo conforma, con razón. En sus dos Copas del Mundo anteriores enhebró 419 minutos en 8 presentaciones (tres de titular), pero ni una foto histórica. Su gol a Brasil en las semifinales de los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 es todavía la mejor imagen suya con esa camiseta que tal vez deje de usar después de Rusia. La que le permite jugar con Messi, enterrada ya su pretensión de ser alguna vez compañeros en un club. En el predio andan a la par, como siempre: estrenaron hace unos días la habitación 8 del complejo, recién remodelado, igual que fueron compañeros de cuarto en la concentración de Belo Horizonte cuatro años atrás.
"Liberate y jugá", le dijo Sampaoli en aquel café londinense, cuando estaban sentando las bases de la relación. De eso se trata el asunto, de liberarse: si Agüero logra sacarse de encima el peso de las malditas tres finales perdidas que carga con el resto de la vieja guardia, tendrá todo el camino allanado. Porque jugar, sabe.
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