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Qué pasó con la pelota de la jugada de Diego Maradona y el gol de Claudio Caniggia a Brasil en el Mundial de Italia 90
La historia de la Etrusco que salió de Torino y permanece desde hace 30 años en Río de Janeiro
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Marcos Eduardo Neves tenía 12 años y era alcanza pelotas del Clube de Regatas do Flamengo cuando, en 1987, Renato Portaluppi, de 25, fue contratado por el Mengao. Seguramente por esos días no esperaba mayor recompensa por su labor que el agradecimiento y el saludo del actual entrenador de Gremio cada vez que le devolvía el balón al campo de juego. Es que, según cuenta, solamente buscaba generar alguna complicidad con su nuevo ídolo y para ello le preguntaba desde el borde del terreno si su apellido era con doble “T” o con doble “P”. Renato sonreía y seguía entrenando.
Neves vivió toda la vida en Leblón, cerca del barrio de Gávea, donde se ubica el predio del club del cual era socio y por eso tenía el privilegio de estar en la sede cuando se entrenaba el plantel profesional. Allí, él y cientos de chicos hacían fila con el objetivo de convertirse en gandula, como se conoce en Brasil al alcanza pelotas, tanto para los entrenamientos como para los partidos. Ser elegido, como le solía suceder a Neves, le daba la posibilidad de colaborar con sus ídolos Renato, Bebeto, Leonardo, Carlos Mozer, Aldair, y de alguna manera ser parte del equipo.
En esos entrenamientos y partidos fue construyendo una amistad con el recién llegado de Porto Alegre que le permitió al poco tiempo ser un invitado frecuente a sus asados, en los que conoció a su familia y se hizo muy querido por todos. Hoy, ya como periodista y escritor de varias biografías de futbolistas, entre ellas las del mismo Renato (Ángel o Demonio, la polémica trayectoria de Renato Gaúcho) y una actual que está por lanzar sobre Sebastián Abreu, Marcos guarda siempre una historia para contar y un objeto para mostrar que pasarían por encima como a un alambre caído al episodio tristemente célebre del bidón de Branco durante el Argentina 1 Brasil 0 del 24 de junio de 1990.
Renato Portaluppi, reconocido crack brasileño de los años 80 e ídolo total de Gremio, club con el que ganó la Copa Libertadores y la Intercontinental en 1983, era una fija en la lista de Brasil para México 86, pero una trasnochada en la previa del mundial hizo que Telé Santana lo dejara afuera de los convocados. Desde aquella frustración se puso como objetivo jugar una copa del mundo y hacer todo lo que estuviera a su alcance para lograrlo.
En el medio del trayecto hacia su debut mundialista, firmó con Flamengo para jugar al lado de Zico, ganó la Copa América con la Selección, en 1989, y finalmente fue convocado por Sebastião Lazaroni para Italia 90 y compartir el Grupo C con Costa Rica, Escocia y Suecia, pero Renato no la tenía nada fácil para ser titular: Careca brillaba al lado de Maradona en Napoli; Müller, de Torino, era quien mejor se entendía con Careca y luego estaban nada más ni nada menos que Romario y Bebeto, que habían tenido una gran Copa América un año antes. Encima, en esos años no podían ir todos los jugadores al banco de suplentes. “Solo podían ir cinco al banco, por eso Lazaroni decidió que se turnaran y a Renato le tocó ser suplente justo en el partido contra Argentina”, explica Neves.
Sentado en el banco del ya derribado Stadio Delle Alpi, Portaluppi vio como su amigo Diego dejaba cuatro rivales en el camino y se la servía a Claudio Caniggia para que gambeteara a Claudio Taffarel y estableciera el 1-0 definitivo con que el equipo de Carlos Salvador Bilardo, y más que nunca, de Maradona, pasaría a los cuartos de final. Faltando siete minutos para terminar el partido, un desesperado Lazaroni decidió hacer modificaciones y mandó a la cancha a Paulo Silas y, luego, a los 85, a Renato Portaluppi. Fue inútil, el resultado ya estaba sentenciado y Brasil no tendría recompensa por el baile que le había dado a la Albiceleste durante 81 minutos.
Cuando el francés Joël Quiniou pitó el final, la pelota cayó a unos pocos metros de donde estaba Renato, quien obviamente estuvo muy lejos de haber marcado un hattrick pero igualmente la ocultó debajo de su camiseta y se fue corriendo con ella al vestuario. A pesar de la inesperada y dolorosa derrota de Brasil, que ya completaba 20 años sin ser campeón del mundo, para él era un trofeo y un recuerdo de su única participación en un Mundial. Sí, es que a pesar de todo, había cumplido un sueño, y la Etrusco se lo recordaría por siempre. “Ojalá hubiese agarrado yo esa pelota, pero Renato fue más rápido”, lamenta ante LA NACION y con humor Paulo Silas, quien junto a Portaluppi tuvieron ese puñado de minutos finales que no alcanzaron para lograr al menos el empate en Turín.
Marcos, ya con una amistad consolidada con Renato, seguía yendo a su casa para los habituales churrascos, en los que el delantero solía invitar a diferentes jugadores y otras amistades. Y cada vez que se jugaba algún picadito o un futevóley, todo el mundo aplaudía el momento en que sacaba su trofeo. “Yo sabía que esa pelota era la del Argentina-Brasil y de la jugada de Maradona, porque él lo había contado en varias entrevistas”, advierte Neves, que siempre miraba con mucha admiración ese objeto al que Maradona había trasladado con su zurda desde el círculo central hasta el borde del área para luego cederle tres cuartos de gol a Caniggia.
Hasta que una tarde de 1991, año en el que Renato vistió las camisetas de Botafogo y Gremio, el delantero que solía usar una vincha desafiaba al futevóley a su amigo, el fallecido Luis Carlos Toffoli, más conocido como Gaúcho, el mismo que un año después reemplazaría a Gabriel Batistuta con la camiseta de Boca en la final perdida ante el Newell’s de Marcelo Bielsa. Infelizmente la Etrusco se pinchó y Renato ni lo lamentó ni atinó a arreglarla, simplemente la tiró a la basura y el joven Neves se quedó con la mirada fija en el tacho. Cuando vio que nadie se acercaba ni tomaba cartas en el asunto, no resistió la tentación de ir a por el balón: “Yo, sentado en la mesa comiendo, me quedé pendiente de lo que él iba a hacer con la pelota. Cuando tiró la Etrusco a la basura, no lo podía creer. Y poco después, muy disimuladamente, me acerqué e hice lo mismo que él en el mundial, me metí la pelota en mi remera y me la llevé”.
Durante la charla con LA NACION, Marcos pide permiso para dejar el Zoom y se va a buscar la pelota para exhibirla tal cual se la llevó ese día, hace 30 años, con un tajo y un poco gastada por el uso, no solo el de aquella tarde de Turín sino también en los asados de la casa de Renato. “Decidí dejarla así como estaba. Hoy muchos me dicen, vamos a ponerle una cámara nueva y a veces me tiento, pero después pienso que se podría perder o alguien la podría robar”, explica el poseedor de uno de los tesoros de las copas del mundo que adquiere valor año a año. La Etrusco que guarda orgulloso en su escritorio es sin dudas parte de otro fútbol que muchos como él añoran, en el que “las selecciones eran más fuertes que los clubes y en que los jugadores solían marcar épocas”.
Objetivamente, la pelota no deja de ser un objeto viejo y en desuso, pero claro, para un futbolero tiene un incalculable valor documental, simbólico, sentimental y, por supuesto económico si se lo pusiera en alguna subasta. Para Neves este objeto tuvo varias resignificaciones, habiendo sido en primer lugar la pelota de una frustración, pero pasando el tiempo convirtiéndose en una cábala durante ocho años, ya que desde 1990 a 1998, fue la pelota de la última derrota de Brasil en un Mundial. Y claro, el significado mayúsculo adquirido por la el esférico es el que le dio el hecho de haber sido pateado por Maradona, el genio que murió en noviembre de 2020 a los 60 años: “Claramente esta pelota va tener mucho más valor con el correr de los años y de hecho yo estaría dispuesto a donarla si hubiese un museo de Maradona. Mientras tanto prefiero cuidarla porque mucha gente no tiene noción del valor de las cosas”.
Neves, siendo brasileño, vio muchos cracks y muchos de ellos fueron sus ídolos, como Zico, pero deja en claro que nunca vio un jugador más grande que Maradona: “En el Mundial 86 yo tenía 11 años y nunca se fue de mi cabeza lo que hizo Diego. Hace poco le mostré a mi hijo de 20 años no solo los goles, sino los mejores momentos de Maradona en esos partidos, contra Corea, Uruguay, era como una divinidad jugando. Es el mejor jugador que vi y por eso esta pelota quedará siempre conmigo”.
Lo vio de cerca también, apenas logró llegar a su ubicación en el Maracaná durante la Copa América de 1989: “Entré al estadio justo cuando Maradona la mató con el pecho en la media cancha contra Uruguay y la pelota pegó en el travesaño, esas son cosas que solo los genios tienen. Era el preliminar de Brasil-Paraguay pero yo quise llegar temprano para ver a Maradona”, recuerda emocionado desde su casa en Rio de Janeiro quien sabe bien lo que es guardar una reliquia durante 30 años.
-Dada la amistad que tenés de hace muchos años con Renato Portaluppi, ¿alguna vez le contaste que tenés esa pelota?
-No, nunca volví a hablar con Renato de este tema para que no le dieran ganas de recuperar la pelota. El la tiró a la basura y la basura es basura. Y si él no la quería, había quién la quisiera.
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