Desbarajuste de precios tras la maxidevaluación
La disparidad de valores entre productos o servicios similares fue una constante en 2018, agudizada por la fuerte contracción del consumo
No es frecuente que antes -y no después- de Navidad, haya habido rebajas puntuales por cantidad de hasta 50% en los precios de muchos productos tradicionales como ocurre este año. O que la elección de regalos navideños no fuera por impulso sino el resultado de minuciosas comparaciones previas vía web, avisos o vidrieras, calculadora en mano, para decidir qué comprar, dónde hacerlo y cómo pagar.
La disparidad de precios pasó a ser el común denominador de este año, tras el terremoto cambiario y su correlato de inflación más alta con bolsillos más flacos, agudizada en los últimos meses por tasas reales de interés aún más elevadas. A tal punto que los precios que exhiben góndolas o vidrieras pasaron a ser un punto de referencia para calcular descuentos, que no son captados por las estadísticas y desvirtúan cualquier promedio.
Hoy pueden advertirse diferencias de 20 hasta 50% entre productos de la misma marca en distintos comercios; proliferación de ofertas selectivas o puntuales; aumentos superiores a rebajas previas; envases con menor contenido y precio similar o más alto; bonificaciones sorprendentes en bienes durables sobre valores que no siempre se exhiben y subas o bajas en dólares en un sinfín de rubros. Otro tanto ocurre con servicios personales u hogareños dentro de un mismo barrio.
Una compra de 50 sandwichs triples de miga puede costar lo mismo que dos plateas de teatro; una botella de agua mineral de 500 ml en un maxikiosco, más que un litro de nafta premium y una vuelta de calesita porteña duplica con creces el boleto mínimo de colectivos de la Capital Federal.
Un verdadero desbarajuste que, según las dos acepciones de la Real Academia Española, significa desorden y confusión.
No es para menos, si se tiene en cuenta que el nuevo billete de 100 pesos (con la figura de una taruca, ciervo autóctono del NOA) acaba de debutar con una equivalencia de 2,55 dólares, cuando hace un año era de US$5,28 para sus antecesores en circulación con la imagen de Julio A. Roca y Eva Perón.
La escalada del dólar, frenada en octubre con el torniquete monetario y que en números redondos cerrará 2018 con una suba de 100% en doce meses, genera una resaca de distorsiones en los precios relativos que tardará varios meses en ser asimilada.
Ninguna maxidevaluación tiene efecto neutro y menos en la Argentina, donde el dólar impacta no solo en los costos de insumos y bienes importados, sino también en combustibles, fletes, energía y productos exportables, principalmente alimentos. A esto se agrega que la restricción y el encarecimiento del crédito estiran la cadena de pagos y que la mayor inflación intercala márgenes más altos -para cubrirse- en cada uno de los eslabones de las cadenas de producción, transporte y comercialización, no siempre convalidados por la demanda.
Hacia adelante, la buena noticia es que el índice mayorista subió apenas 0,1% en noviembre, después de haber acumulado un alza de 74% con respecto al mismo mes de 2017; un punto de inflexión tras varias subas mensuales de dos dígitos. Hacia atrás, la mala fue que la depreciación del peso frente al dólar -del orden de 52%- y su dispar traslado a precios provocó una fuerte caída en el poder adquisitivo (-10/12% real en el caso de los asalariados en blanco) que desplomó el consumo interno. Ni hablar de los trabajadores en negro o los cuentapropistas que conforman el penúltimo segmento de la pirámide de ingresos. O de los jubilados y pensionados que solo después de mediados de 2019, con un semestre de rezago, podrán recuperar la pérdida de este año con la nueva fórmula de movilidad, según cómo evolucione la inflación en los próximos meses.
Excepto en el reducido segmento social de mayores ingresos, el grueso de los consumidores (en "modo austero recargado", como los describe el especialista Guillermo Oliveto) pone los precios bajo la lupa y recurre alternativamente a distintos canales formales e informales (supermercados minoristas y mayoristas, autoservicios, comercios de barrio, ferias y "manteros") para comprar lo indispensable. Según la consultora Kantar Worldpanel, más de una cuarta parte (26%) del gasto total en productos de consumo masivo en supermercados responde a promociones con rebajas reales de precios y se concentra en bebidas (especialmente vinos y cervezas) y congelados.
La contracara de la contracción del consumo es la necesidad de las empresas de no perder ventas, ya sea liquidando stocks (para evitar las altas tasas de interés) o reduciendo márgenes a través de descuentos en distintas líneas; que, por otro lado, son una forzada forma de enfrentar la competencia desleal de quienes venden en negro sin ticket ni factura. Por caso, la Cámara Argentina de Comercio detectó que en noviembre la venta callejera creció casi 45% interanual en las principales avenidas de Buenos Aires.
En pequeña escala, el desbarajuste provocado por el heterogéneo traslado a precios de la devaluación también se refleja en la canasta fija de 30 productos de consumo masivo que releva esta columna en la misma sucursal porteña de una cadena de supermercados. Si bien resulta una muestra cada vez menos representativa ante tanta disparidad de precios y cambios en el consumo masivo, el ticket de compra registró un alza de 60,8% interanual, al pasar de $2531,9 en diciembre de 2017 a $4072 este mes.
Pero el dato más relevante es que -sin considerar ofertas-, cinco productos muestran entre puntas incrementos de tres dígitos en las góndolas: jamón cocido (186%); carne picada magra (175%); supremas de pollo (132%); fideos guiseros (110%) y pan francés (100%). O sea que subieron tanto o más que el dólar. Un escalón más abajo se ubican detergente cremoso (86%); pata-muslo de pollo (75%); agua mineral en botella (73%); yerba mate (72%); bebidas de baja gasificación (70%); café molido (67%); azúcar (49%); amargo serrano (47%); queso en barra (48,6%) y postres dietéticos (41%). Para el resto, las alzas oscilan entre 15/20% (gaseosas de primera marca) y 30/39% (servilletas y papel higiénico).
Empresarios de distintos rubros coinciden en que el consumo masivo tocó su punto más bajo en noviembre. Y que, con el medio aguinaldo, el heterogéneo bono de fin de año y el refuerzo de planes sociales, diciembre aporta un leve respiro, junto con la intensificación de ofertas selectivas y reintegros en tarjetas. Para comienzos de 2019 las expectativas se apoyan en la renegociación de las paritarias que cerraron en torno de 23% y una desaceleración de la inflación, aunque no prevén una recuperación de la pérdida del poder adquisitivo de este año.
En cambio, las perspectivas son más alentadoras en el sector de electrodomésticos, donde la desacumulación de stocks sostiene las ventas de televisores y acondicionadores de aire con precios al contado similares o más bajos que en 2017, a diferencia de electrónicos donde la devaluación impactó de lleno en notebooks y, en menor medida, en celulares. Aunque el costo del crédito complica las ventas, también advierten una incipiente tendencia de los consumidores a vender dólares atesorados para aprovechar ofertas en electrodomésticos. También en este terreno advierten una competencia indirecta de los viajes al exterior, con pasajes en dólares entre 30 y 40% más baratos que hace un año y facilidades para traer celulares y electrónicos con menores franquicias aduaneras.
Más complicado es el panorama en la industria automotriz, donde las ventas de 0 kilómetro cayeron 40%. Varias terminales buscan reactivarlas en el margen con descuentos de 30% (en promociones por 48 horas), bonificaciones o financiación en 12 cuotas sin interés por un montos de $ 100.000, aunque el problema es que los precios subieron este año al ritmo de la devaluación.
Para 2019 el desafío para la Casa Rosada no es solo bajar en más de 20 puntos la inflación de este año, que cerrará en torno de 48%. También será realinear precios relativos (en especial, tipo de cambio y tarifas) para que las expectativas no se desmadren como en 2018.
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