La ultraderecha nacionalista gana posiciones en la Unión Europea y complica el apoyo incondicional a Ucrania
El premier belga Bart De Wever fue uno de los protagonistas de la cumbre de la semana, y el último en unirse al círculo de líderes euroescépticos que traban la presión a Putin
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PARÍS.– Sus pares europeos lo sabían bien, el gran público lo descubrió esta semana: la ultraderecha nacionalista gana posiciones en la Unión Europea (UE) con una nueva estrella, el primer ministro belga Bart De Wever. Para el bloque, resulta cada vez más difícil sostener un apoyo incondicional a Ucrania.
“Ahora, si ustedes me lo permiten, necesito ir a mi dacha de San Petersburgo, donde mi vecino es [Gérard] Depardieu y al otro lado de la calle está [Bashar Al] Assad. Creo que podría ser alcalde de ese pequeño pueblo"… La boutade, lanzada en conferencia de prensa al término de la cumbre europea del 18 y 19 de diciembre en Bruselas, estuvo destinada a responder a los periodistas que habían acusado al primer ministro belga de “hacerle el juego” de Moscú, negándose a utilizar los haberes rusos congelados en el depositario Euroclear, domiciliado en Bélgica.
“Eso fue una broma. Si escriben sobre ello, asegúrense de decir que estaba bromeando y que se rieron”, agregó con su característica ironía belga, antes de dejar la sala.
Al frente del gobierno belga desde hace un año, Bart De Wever se opone desde hace meses a la incautación de los activos rusos frente a una mayoría de europeos. Soberanista flamenco, ese hombre de 55 años, ha conquistado a los belgas con su humor asesino, sus eternos trajes de tres piezas, su gato Maximus y su firmeza en la defensa de los intereses del país. Pero los europeos partidarios de un apoyo incondicional a Ucrania no piensan lo mismo que sus socios belgas.
En todo caso, su nombramiento aumentó el peso de la familia euroescéptica en el Consejo Europeo, y confirmó la derechización de un tablero político marcado a fuego por otros grandes representantes de esa corriente extrema, que ya cuenta en la mesa de los 27 con la presidenta del Consejo italiano, Giorgia Meloni, el primer ministro checo Andrej Babiš, el húngaro Viktor Orbán y el primer ministro eslovaco, Robert Fico, dirigente del Smer-SD. Históricamente clasificado en el centroizquierda, hoy populista y euroescéptico, Fico se alió para gobernar con el partido de extrema derecha SNS (Partido Nacional Eslovaco). Apenas instalada, esa nueva coalición, que cuenta con varios ministros prorrusos, se apresuró a anunciar la suspensión de las entregas de armas a Ucrania.
Hoy, la N-VA de De Wever, que primero se unió al grupo Alianza Libre Europea, agrupación de formaciones nacionalistas e independentistas en el Parlamento Europeo, es miembro del grupo Conservadores y Reformistas Europeos (CRE), euroescépticos que se presentan más bien como “euro-realistas”. Entre ellos, Identidad y Libertades de la francesa Marion Maréchal, el PiS polaco, los Demócratas de Suecia y Fratelli d’Italia de Giorgia Meloni, con quien De Wever mantendría una relación “privilegiada”, según uno de sus allegados. Ambos defienden el mismo programa en materia de inmigración y tienen las mismas dudas sobre la capacidad de Europa para trabajar por el fin de la guerra en Ucrania.
No obstante, si bien en el espectro de los partidos europeos la N-VA se sitúa ciertamente entre las formaciones nacionalistas, es considerada “respetable” por la mayoría de las fuerzas pro-europeas. Tanto que, tras las elecciones europeas de junio pasado, algunos responsables del grupo PPE (conservadores) e incluso del grupo centrista Renew, estudiaron la posibilidad de acoger a sus diputados. Como el italiano Fratelli d’Italia de Giorgia Meloni, el partido flamenco no cuestiona en absoluto el apoyo a Ucrania ni las sanciones contra Rusia, a diferencia de Estados miembros como Eslovaquia o Hungría. Además, los otros miembros de su coalición tienen un sólido anclaje proeuropeo.
Pero a medida que la guerra se eterniza en el corazón de Europa, las horas, días y semanas ocupadas en agotadoras tratativas para llegar a un acuerdo con esos actores ultranacionalistas, desalientan a más de un dirigente.
“De Wever y Meloni tienen el mismo perfil. Nadie puede decir que están en contra de Ucrania pero, para convencerlos de adoptar una medida que cuenta con el favor de la mayoría del bloque… son mil horas de negociación”, reconoce un diplomático europeo.

En flamenco, “no” se dice “nee”. Y esa palabra, Bart De Wever consiguió imponerla al resto de sus socios europeos esta semana, mostrándose inflexible en su rechazo a la incautación de los activos rusos para financiar a Ucrania, obligándolos a optar por un préstamo de 90.000 millones de euros garantizados por el presupuesto del bloque. Pero, además, desde que asumió su cargo el 3 de febrero de 2025, se ha destacado -no sin provocar cierta irritación- en la mesa del Consejo Europeo por su intransigencia, en contra de las posiciones tradicionales de Bélgica, país generalmente cooperativo y proeuropeo.
Líder del partido independentista N-VA, De Wever asumió el gobierno tras ocho meses de negociaciones, un plazo habitual en Bélgica. Desde entonces, ese ultra-conservador parece haberse convertido a las virtudes del federalismo. Al punto de dejarse ver junto al rey Felipe, durante las ceremonias de la Fiesta Nacional, el 21 de julio, mostrando su buena relación con quien encarna la unidad de Bélgica.
¿Convicción verdadera o estrategia del camaleón? Los belgas están sorprendidos, encantados, y aplauden a quien antes le causaba miedo. Pero fue en el curso de una reciente intervención pública, que toda Europa quedaría con la boca abierta.
“¿Quién, en esta sala, realmente cree que Rusia va a perder en Ucrania? Es una fábula, una ilusión total”, declaró, añadiendo que esa derrota (de Rusia) no sería “deseable”, porque haría “inestable” a un país dotado de armas nucleares.
Objeto, afirma, de una “presión increíble” para liberar las decenas de miles de millones de activos rusos depositados en el banco belga Euroclear y que hubieran debido garantizar un préstamo a Ucrania, De Wever calificó siempre el proyecto de la Comisión Europea como “fundamentalmente erróneo”. Dar dinero del “malvado Putin” a Ucrania sería una “bella historia”, pero “incluso durante la Segunda Guerra Mundial no se confiscó el dinero de Alemania”, repite.
Hay sin embargo algo más en esa empecinada negativa: los intereses generados por esos activos congelados aportaron alrededor de 6900 millones de euros en 2024 a Euroclear, de los cuales una parte se devuelve al Estado belga en forma de impuestos. Si estos activos se utilizaran para financiar a Ucrania, Bélgica perdería alrededor de 1000 millones de euros en ingresos fiscales en 2025, según estimaciones de los dos principales periódicos belgas. Ese beneficio presupuestario, que en privado el dirigente flamenco califica de “gallina de los huevos de oro”, es un argumento fuerte -aunque sotto voce- para De Wever.
En pocos meses, el jefe del gobierno belga se ha construido una reputación en el círculo europeo. “Es sólido. Es tan firme e inflexible como (la exprimera ministra británica Margaret) Thatcher”, reconoce un diplomático francés desde Bruselas. A ojos de un alto funcionario de un país del Este, el flamenco no es “más que un clon de Viktor Orbán”.
“A diferencia de sus predecesores belgas, no tiene, en todo caso, ninguna ambición internacional. Sigue siendo ante todo un hombre del ‘terruño flamenco’”, agrega.
Y, en el “terruño” belga contaba, antes de la cumbre europea, con un apoyo casi unánime: en la cámara de diputados, una mayoría que incluye a los extremos aprobó su determinación, los editorialistas le son globalmente favorables y, según una encuesta de Ipsos publicada el 15 de diciembre, el 67 % de los belgas se declaraban opuestos al desbloqueo de los fondos rusos.
Un año después de asumir el poder, el hombre que el periodista Charles Bricman describía en 2011 en su libro ¿Cómo se puede ser belga? (Flammarion) como “un pez frío cuya masa inmóvil no traiciona ningún sentimiento ni emoción” parece haber completado su sorprendente transformación. Después de haber mantenido durante mucho tiempo una ambigüedad respecto a su relación con la extrema derecha, acaba también de cortar definitivamente los lazos con Vlaams Belang, un partido xenófobo que describe como “brutal, áspero, grosero”, y con el que dice que siempre se negará a aliarse.

¿Acaso ese euroescéptico, que soñaba con una alianza de regiones independiente, considerado en 2011 como “una de las personalidades más amenazantes para el futuro de la UE” por el ensayista Marcel Sel en Los secretos de Bart De Wever (Editions de l’Arbre) será también capaz de revisar su visión de la Unión Europea?
“Solo el tiempo lo dirá. Yo creo que su ambición desmesurada podría provocar el milagro”, vaticina una fuente europea.
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