La banda de Seattle tuvo su debut porteño ante una audiencia que reclamaba una deuda pendiente; crónica y fotos
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Cuando Pearl Jam tocó por primera vez la Argentina, en noviembre de 2005, el aire que se respiraba en el estadio de Ferro era diferente, distinto al de sus dos visitas posteriores a La Plata y Costanera Sur. Sin el marketing viral ni los tweets que lo califiquen como imperdible antes de que suceda (y como inolvidable después), el concierto así lo fue, pero por mérito propio. El clima que se vivió anoche en el Luna Park para ver por primera vez en vivo a Alice in Chains tuvo algo de eso, y un poco también del primer concierto que dio acá Stone Temple Pilots. Si bien las tres bandas fueron agrupadas en una misma movida, siempre marcharon por distintos caminos musicales y tuvieron diferentes niveles de popularidad. ¿Cuál fue, entonces, el denominador común entre estas tres noches? Que todas sirvieron para saldar una deuda pendiente con la adolescencia y juventud de cada uno de los presentes.
Frente a 8 mil personas, Alice in Chains salió a revalidar sus credenciales de "los más pesados del grunge", etiqueta que hoy, a 25 años de su formación, seguramente sería otra. Con una simple puesta de pantallas LED (pero que fueron muy bien utilizadas, logrando que la sinestesia generada por la música, la imagen y la atmósfera fuera perfecta), el cuarteto de Seattle picó en punta con "Them Bones" y "Dam That River", con las que el cantante William DuVall se calzó los enormes zapatos de Layne Staley. Y si todavía quedaban dudas de si el reemplazante podía hacerlo, bastaba con cerrar por un momento los ojos para confirmarlo. DuVall no sólo canta bien y tiene la personalidad suficiente como para ocupar ese lugar, sino que camina el escenario y golpea las cuerdas de su guitarra con una insolencia incomparable a la de Staley. Y ahí es donde radica su mérito, el de desmarcarse casi por completo de la figura que lo precedió.
Desde su regreso en 2005, Alice in Chains eligió no vivir de su pasado, y no sólo editó dos buenos discos (Black Gives Way to Blue y The Devil Put Dinosaurs Here), sino que buscó la manera de dejar afuera de su setlist canciones emblemáticas de su pasado (no tocaron "Rain When I Die", "Angry Chair" ni "We Die Young") para dar lugar a otras más nuevas, como "Hollow", "Check my Brain" o "Phantom Limb". La decisión tal vez (y sólo tal vez) radique en que el guitarrista Jerry Cantrell (de 47 años, con un look pulcro y suave) tiene ahora mucha más presencia vocal que en la primera etapa del grupo, y acompaña a DuVall bastante más de lo que lo hacía con Staley. Aún así, no deja de ser un líder generoso con el resto de la banda: el bajista Mike Inez no deja nota sin tocar ni hueco sin rellenar, y el baterista Sean Kinney golpea su bombo como si pateara la cabeza de su peor enemigo.
Si algo deja en claro la banda es que tanto en este show como en sus discos no eligieron ir a lo seguro, sino a eso que les sale bien: rock pesado de letras angustiantes y agobiantes (antes); y rock pesado, de letras menos angustiantes y bastante menos asfixiantes (ahora). La gente crece, y los traumas (por suerte) se van superando.
Por Leonardo Ferri
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