Una de las mejores bandas nuevas del rock argentino, en otra entrega de nuestro Especial de julio
En las calles de José Mármol, en el partido bonaerense de Almirante Brown, hay caserones que parecen haber sido parte de la fundación de la República. También hay una banda de rock por cuadra que trabaja para heredar la tierra desde el garaje de un chalet. Es un sábado de mayo, se hizo de noche y la electricidad juvenil se respira en el aire frío del suburbio y en esta casa que desde afuera parece una residencia para ancianos. En una placa de cerámica junto al portón se lee: LO DE MARUJA. Una chica nos abre y, después de atravesar el jardín, llegamos a una pieza acustizada donde se amontonan cajas con fotos familiares antiguas, faroles chinos y el esqueleto de una Vespa en miniatura. En el centro de esa sala de ensayos de alquiler, abrigado con un trench negro y sacudiendo las cuerdas de su Godin para zurdo, Alejandro Schuster, de 26 años, canta subido a una melodía perfecta de resonancia post-punk: “Hoy lo que quiero... casi lo tengo/ Sé que te voy a convencer...”.
Acá están los cinco integrantes de una de las mejores bandas nuevas del rock argentino, tocando en ronda en un aguantadero indie del conurbano, mirándose entre sí, soplando vapor y conjurando el milagro de la felicidad musical. Es un ensayo expeditivo en el que repasan cuatro temas de Agua, sal y fiebre, el segundo disco de Viva Elástico, editado el año pasado por Triple RRR. Son canciones que ya tocaron juntos cientos de veces, pero da la sensación de que estuvieran redescubriéndolas: no porque les cambien los arreglos, sino porque cada vez parecen ganar un poco más de precisión, como pequeñas esculturas en un largo proceso de pulido. "Me gusta cómo sonó", le dice Schuster al bajista Santiago Pacek después de hacer "El gran encuentro". "Mucho más dinámica."
Alejandro es el líder creativo de la banda, un guitarrista que dio con un estilo único de componer y cantar. Alto, flaco y dotado de esa mezcla irresistible de inseguridad y jactancia que reviste a los perdedores hermosos del rock, su voz es todo lo que hay entre la angustia y la plenitud, entre lo torrencial y lo frágil, un hijo bastardo y arrabalero de Robert Smith que parece haber salido de la nada, o más bien de un edificio de departamentos de Longchamps y de un trabajo de oficina que todavía conserva, y del que se va cada día pensando en cómo reinventarse con una nueva canción de amor y de ansiedad.
"El gran encuentro", la que acaban de ensayar, es una de las cumbres de un álbum que podría ser el best of de una banda sin memoria. Cuenta un momento de pasión entre un chico y una chica, de los nervios y la timidez a la épica del atrevimiento. "Es simplemente un lugar imaginario en el que dos personas se encuentran", me había dicho Alejandro una noche en la pizzería Kentucky de Pacífico, mientras nos tomábamos una cerveza. Al interpretar su obra, el cantante de Viva Elástico es casi tan original como al momento de crearla. "La letra está definida por algo casi institucional: tiene un comunicador. Yo me imaginaba una sala de espera, y me atendía una persona que me iba indicando las cosas que tenía que hacer: «No tuerzas la espalda y decíselo a tiempo...». Es la organización de un sentimiento. Y es fantasiosa. Es mi canción favorita del disco."
"Ale es único", dice Marcelo Belén, ex baterista de Los Visitantes, gerente de DDR Recordings y productor de Agua, sal y fiebre. "Le decís que se toque una canción de Andrés Calamaro y parece de Viva Elástico."
Ale Sergi, el cantante de Miranda! que grabó coros en el tema "La traición", se declara fan: "Las letras de Viva Elástico hablan de cosas que nos pasan a todos, son canciones de identificación masiva. Merecen salir del gueto. Y tienen esa manera de sentir masculina tan diferente: sensible pero no afeminada, medio adolescente pero también adulta, una especie de frustración con la que yo me identifico a pleno."
Después del ensayo, nos metemos con los cinco Viva Elástico en el Fiat Uno blanco de tres puertas de Mateo Zabala, guitarrista y cofundador del grupo. En el asiento de atrás, apretujados y después de barajar un par de clásicos chistes varoniles sobre quién se sienta arriba de quién, Schuster, Pacek, el tecladista Juan Condorí y el baterista Juan García del Val comentan sobre el show que van a compartir con el cantautor español Nacho Vegas en el festival Emergente.
"Nacho es un ídolo para mí", dice Ale.
Aunque nadie en el grupo comparte su fanatismo, Mateo le hace honor y, mientras damos un rodeo por Burzaco, dispara un playlist de Vegas en el MP3 del estéreo.
La zona sur del conurbano es un espacio mítico del under de las últimas dos décadas. De la irrupción transformadora de Babasónicos (Lanús) y El Otro Yo (Temperley) a la microexplosión del Adrogué Sound en la segunda mitad de los 90 (Victoria Abril, Travesti, Emisor), los barrios que se derraman a uno y otro lado de la ex Pavón alumbraron su propia aristocracia generacional, camadas de bandas con las dosis exactas de ambición y espíritu iconoclasta que le dieron forma a un tipo de modernidad peculiar, bonaerense, con un fuerte impacto en el ideario pop del nuevo siglo.
"Cuando yo era adolescente Babasónicos era la gran influencia", dice Schuster. "Yo andaba con pibes más grandes de Glew; escuchaban Kid Loco, algún que otro DJ, pero básicamente eran fans de Babasónicos. Eran medio hippones, por ahí hacían pulseras, pero también eran modernos... La gente alternativa. Babasónicos fue nuestro pop barrial, especialmente hasta Miami."
Esta noche, Ale, Juan y Santiago van a Glew para ayudar a un amigo en una grabación. Se bajan del Uno cargando los instrumentos en sus fundas y se pierden hacia otro estudio escondido en las calles del sur. Con Mateo enfilamos a Capital: es el único de la banda que se mudó al "centro" (vive en el barrio de Coghlan). Le falta una semana para completar su semestre como conductor principiante y todavía no puede manejar en autopista ni ruta, así que en lugar de volver por el Camino Negro o el de Cintura, encaramos Yrigoyen a velocidad crucero, en una hipnótica secuencia nocturna iluminada por los supermercados tamaño Dakota, los telos faraónicos, los balnearios sindicales, los templos evangelistas y los boliches que brotan en el centro de los municipios.
Mateo y Ale fueron compañeros en el instituto San Luis Gonzaga de Tapiales, en el límite con Longchamps. Mateo iba a 8°A y Ale al B. Para estar con él, Ale se cambió de curso sin pedir permiso. "Eramos los únicos en la escuela a los que les gustaba The Cure, la Velvet Underground, Kula Shaker...", dice Mateo. "Yo ya había incursionado en la placa de sonido, el estudio hogareño. Nos pusimos a tocar desde la nada. Yo tenía una criolla pero no tenía idea. Empecé a interiorizarme en el instrumento, Ale me fue enseñando cosas. Hasta que me mostró un tema que se llamaba «Viajar o correr», que me pareció alucinante."
Ale era un chico tímido pero inquieto, hijo de un carpintero con aptitudes de luthier y de un ama de casa que se convertiría en instructora de yoga. En esos primeros años del secundario se unió a Emergencia Superficial, la banda de su primo (el chico de la tapa de Agua, sal y fiebre). Eran fans de Radiohead y el primo cantaba en inglés, pero Ale ya escribía sus canciones y, a los 17, sentó con Mateo las bases de Viva Elástico, que en el origen se llamó Los Espectaculares y después Pasajeros en Trance, en homenaje a Charly García.
La familia de Mateo tenía una pileta pública en Longchamps donde se pasaban buena parte del tiempo (ahí grabarían el video de "El festejo", un tema del primer disco, Viva Elástico, de 2009). No tenían baterista, así que no tocaban en vivo. Pero componían bastante: canciones como "Estabilizador sustancial" ("Cuando sos chiquito y creés que empezás a escribir sobre drogas"), "Somos tan felices" y la excepcional "Vida nueva", un tema que incluirían recién en el segundo álbum y que Ale compuso mientras leía Vita Nuova de Dante Alighieri. El hermano de Mateo era disc jockey de reductos como Requiem y le bajaba un montón de data. Ale andaba con gente que le pasaba casetes con Super Furry Animals, Divine Comedy, Pulp, Massive Attack, Lamb... Para ambos, Suede era una banda de cabecera, capaz de actualizar el esplendor del glam, la frustración romántica y la vida callejera juvenil en la confusa escenografía del cambio de siglo.
Santiago, el bajista, fue el primero en sumarse al proyecto, que alternó bateristas hasta la llegada de García del Val. En 2007 Viva Elástico ya era Viva Elástico, otro ignoto grupo de zona sur tratando de abrirse camino, y Ale se paseaba por los antros barriales –con eje en el Tío Bizarro de Burzaco– invadiendo los escenarios borracho y quemándole la oreja a media escena pregonando las virtudes de su banda. "Sentía la necesidad de decirles a los demás que hacía canciones", explica el cantante. "Más que nada a los artistas. Y no te dan bola, obvio. Yo confiaba mucho en lo que hacía, y sabía que a la larga me iban a respetar."
Por esa época Marcelo Belén tocaba en Placer, una pequeña leyenda sureña. "Siempre aparecía un pibito re loco", dice Marcelo sobre Ale. "Con nosotros se controlaba porque éramos gente mayor que lo representaba en la parte nocturna de su ser. Pero venía al camarín y te tiraba data sin parar. Era flaquito, pelo largo… Yo le decía Cara de Perro... «Vení, Cara de Perro, vamos a tomar cerveza». Nuestro guitarrista, Matu Naso, iba a producirles el primer disco, pero siempre me lo canuteaba. Hasta que al final lo escuché y, claro, ahí entendí por qué me lo canuteaba tanto: el grupo era demasiado bueno."
A una cuadra de lo de Maruja funciona DDR, el estudio de grabación que montó la princesa punk Bárbara Zampini con el dinero de las regalías de clásicos como "I Wanna Be Sedated" y "Sheena Is a Punk Rocker". Zampini, viuda y heredera de Dee Dee Ramone, vive buena parte del año en Los Angeles. DDR es su manera de honrar la memoria y el legado del bajista y cofundador de los Ramones, con el que armó una banda y convivió en Lomas de Zamora y en City Bell antes de que la pareja se mudara a California. Una noche de junio de 2002, Bárbara encontró el cadáver intoxicado de su marido volcado en un sillón del departamento que compartían en Hollywood.
Ahora, un retrato en blanco y negro de Dee Dee en los días de gloria del punk custodia la consola de DDR; sentado en la silla de mando, Marcelo Belén parece operar en un dichoso estado de horas extras permanente.
Dos años atrás, en calidad de gerente del estudio, Belén llamó a Bárbara para decirle: "Hay una banda de acá que se llama Viva Elástico, tenemos que grabarles el disco. No sé si nos van a pagar o no, pero hay que hacerlo porque para mí es un disco clave". Sin saber ni importarle mucho de qué le estaban hablando, Zampini se mostró de acuerdo.
Marcelo, entonces, acompañó al grupo en la larga temporada de ensayos que precedió la grabación del segundo álbum. La idea era llegar al estudio ajustados para registrar tomas directas, dando la sensación de banda en vivo.
"Me mataron a Suede", dice Belén sobre los discos que tomaban de referencia. "También escuchábamos bastante New Order, Dandy Warhols, Strokes… Yo le decía a Ale que se parecía a Palo Pandolfo, y él me decía: «Pero mirá que yo no me copié, eh, para nada... yo me parezco a este otro…». «Bueno, yo te sigo escuchando más parecido a Palo», le respondía yo."
"Fue un proceso de aprendizaje intenso", dice Ale Schuster. "Nos pasamos el verano entero buscando el sonido, los planos de la canción, tratando de aprender cuándo gritar, cuándo susurrar… En cuanto a la composición, fue el disco en que me empecé a animar, verdaderamente. Las canciones salían naturalmente. Estaba en un momento de soledad, de estar mucho en la calle, de trabajar… Por eso es directo y animado, aunque a la vez yo lo siento más oscuro."
Otro sábado de comienzos de otoño, mientras Maravilla Martínez defiende su corona en Vélez frente a Martin Murray, los Viva se preparan para tocar en el Jok Club, un salón en un primer piso sobre la avenida Alvarez Thomas que parece montado para una fiesta de 15. Es un lugar perfecto para rodar la versión argentina del baile de graduación de Volver al futuro. Acá Marty McFly podría inventar el rock & roll una vez más.
Es casi medianoche y todavía no dieron puerta: el show está previsto para bien entrada la madrugada, en una Trasher Party en la que también van a tocar los DJs Pareja. Afuera llueve a cántaros y el viento sopla en remolinos. No es cualquier tormenta: es la primera después de la inundación catastrófica de comienzos de abril, así que la fiesta está condenada al fracaso. Salir a la calle es la decisión más estúpida que uno podría tomar esta noche.
Los Viva Elástico, mientras tanto, están comiendo pizza directamente de la caja en la antesala del club. Es la banda que tiene todo para saldar la deuda entre el nuevo rock de culto y el éxito radial, pero sabemos lo arduo que puede ser el camino a la fama en estas tierras.
–Tendríamos que hablar de la relación entre Viva Elástico y la lluvia –dice uno de los plomos mientras mastica una porción de muzzarella.
–Hablemos de la relación entre Viva Elástico y la mala suerte –lo corrige Ale con una sonrisa. Es un underdog con todas las fichas para convertirse en ganador, aunque él todavía no esté dispuesto a reconocerlo. Desde una perspectiva egoísta, hay un brillo de nostalgia anticipada en esa convicción.
"Cuando terminé el secundario tenía un montón de miedo", me contaba Ale unos días antes. "Porque si bien mis viejos siempre me apoyaron, también me decían: «OK, hacé música, pero estudiá otra cosa». Y yo lo re entiendo: la sociedad en este país te mira raro cuando decís que sos músico, porque no hay un sustento para eso."
Viva Elástico ya había grabado su primer disco y Ale seguía preguntándose cómo iba a ganarse el pan, al igual que la inmensa mayoría de los músicos under del país. Cursó materias de Comunicación y Psicología en la sede Avellaneda de la UBA. Después se cambió a Derecho. "Estaba mal", dice ahora. "Quería tener mucha guita asegurada a los 29 años. El hermano de mi papá era un abogado re importante de Lomas, secretario de Obras Públicas, una persona que admiro un montón y falleció. Era el mayor de siete hermanos. Yo tenía miedo de morirme de hambre y me puse a estudiar Derecho. Estaba desesperado."
No le llevó mucho tiempo entender que sería un pésimo abogado. "Soy muy colgado, mis apuntes eran re deformes. Y en Derecho te salteás una palabra y cagaste. Tenía que estudiar música."
Esa decisión alimentó el período de crecimiento del grupo: después de un debut que fue un éxito a escala indie, favorito de músicos y críticos, el proceso creativo de Agua, sal y fiebre empujaba a la banda a otro nivel.
"Con el segundo disco", dice Marcelo Belén, "Ale quiere ser simple y popular. Hay canciones como «Voy a darte» y «El murmullo interior» que se despegan totalmente del primer disco y que se relacionan más con la música popular argentina. Son temas que pueden rozarse con Cacho Castaña tranquilamente: el cantautor argentino que hace buenas letras."
Schuster corrobora la idea: "No nos interesan los guetos. Hay un ambiente en el under donde todos se conocen. Nosotros traemos público de otro lado: por ahí nos viene a ver hasta gente que escucha Tan Biónica, o Serrat, o solamente los Beatles... Todavía estamos muy lejos del mainstream, pero ya somos profesionales. Ahora sé que la música es mi forma de vida."
Un par de semanas más tarde, de vuelta en el Uno blanco en dirección a Capital, Mateo resume su lado de la historia. A los 19 años tuvo que empezar a mantenerse solo porque su familia, que había sido de clase media acomodada, de pronto lo perdió casi todo. Durante un tiempo trabajó en un call center en el que tenía que ofrecer "cosas invendibles". Un día antes de que empezara el Mundial de 2006, renunció sin otro plan que ver los partidos.
"Acá viví durante la época más oscura de mi vida", comenta a la altura de Avellaneda, ladeando el cuello y señalando un pequeño y derruido edificio que se levanta, solitario, sobre la mano izquierda de Yrigoyen. "Me pasaba el día fumando porro, y no tenía un centavo, literalmente", dice el guitarrista. "Durante seis meses no pude pagar el alquiler."
Alguien entonces le dijo: "Mateo, ¿qué vas a hacer de tu vida? Si seguís así vas a terminar abajo de un puente". Por esa época conoció a su novia, una abogada con buena proyección, y consiguió trabajo en las oficinas centrales de Garbarino, donde comenzó una exitosa carrera administrativa que perdura hasta hoy.
Mateo es el líder operativo, el organizador de Viva Elástico, una banda enfrentada al momento de las grandes decisiones.
"Está pasando algo raro", había dicho Ale en Kentucky, un poco sorprendido por este giro de la suerte: después de escuchar su primer disco, Roberto Costa los incluyó en Géiser, el proyecto de artistas nuevos de Pop Art. Al igual que con otras bandas de Triple RRR como Los Reyes del Falsete y Valentín y los Volcanes, el acuerdo contempla un apoyo económico básico que se tradujo en masterización, videos y financiación parcial de algunas giras.
En septiembre se van a México, donde harán unas diez fechas junto con los Reyes. Va a ser la primera vez que Ale y Mateo, a sus 26 y 27 años, salgan del país. "Nunca me subí a un avión", dice Alejandro en la sala de ensayo. "Una amiga de internet me había invitado a Chile y ya tenía la plata, pero no sé qué movida hice y al final no me fui a ningún lado."
"Yo me podría haber ido a Uruguay", agrega Mateo. "Pero no sé, nunca se me ocurrió."
En la presentacion de agua, sal y fiebre en La Trastienda, el 13 de abril pasado, daba la sensación de estar frente a una banda a punto de explotar. El lugar no estaba lleno, pero las canciones sonaban perfectas y la presencia de algunos viejos escuderos del rock de guitarras más cult –Adrián Paoletti, Mariano Esaín de Valle de Muñecas, Esteban Rial de Perdedores Pop– le daba al show un halo de evento underground histórico. Ale Schuster destilaba esa mezcla de inocencia y misterio a través de su cuerpo largo y ligeramente desgarbado, la camisa metida en el pantalón, el cinto ajustado como el de un cowboy, el flequillo mod y una adorable sonrisa tímida que pelaba entre tema y tema. Pocas veces la inseguridad puede lucir así de convincente.
"Este se lo quiero dedicar a mi mamá, que está por ahí", dijo antes de tocar. "Yo te quiero más". Estamos ante una nueva clase de poeta existencialista de rock. Uno capaz de hacerse cargo del amor a mamá desde el centro de un escenario caliente.
"Empecé a meditar, porque soy muy ansioso", me había dicho Ale. "Estoy con un psicólogo que incursionó en el chamanismo y se convirtió en un guía para mí. Yo estaba en un momento muy malo… Primero empecé con terapia psicoanalítica, y un día el tipo sacó unos cuencos y empezamos a meditar. Algo me llevó a ese lugar. Mi ex novia me había regalado el libro de David Lynch Atrapa al pez dorado, y me volví loco con la meditación trascendental."
En medio de ese trance empezaron a aparecer las canciones del tercer disco, que seguramente grabarán el año que viene junto con un "equipo de productores". Por estos días la banda trabaja mucho "la composición por teléfono", según cuenta Mateo. "Ale me llama a cada rato re emocionado… «¡Escuchá esto, escuchá esto!»"
Schuster levanta los hombros: "¡Me encanta el teléfono!". Y agrega sobre el futuro disco: "Es todo súper sintético. Las metáforas no se hacen cargo de que están ahí". Adelanta una frase que tiene el potencial de un eslogan generacional: "Me importa un bledo si caigo, men, pero yo soy como el tango y me visto de new wave".
"Hoy con mi hermano –decía Alejandro antes de salir de vuelta a la noche de Pacífico– hablaba de Almafuerte, el disco del 94 producido por Mollo, y pensaba en todo lo que tiene: un impacto emocional muy fuerte, y a la vez es súper delicado, prolijo, con una voz intensa. Y yo con Viva Elástico, desde otro género, quiero lograr eso. ¿Qué sería? Piel de gallina pura, estar arriba todo el tiempo, sensible y fuerte."
Por Pablo Plotkin
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