Barry Harris, una leyenda del bebop, en la Argentina: "Me falta todo por aprender”
El músico, de 87 años, llegó al país para ofrecer clínicas para cantantes y tocará hoy en el CCK
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Todos iban a buscarlo. Cuando las giras los llevaban a Detroit, los músicos de jazz más importantes del momento se hacían un lugar en la agenda para tomar al menos una clase con el pianista Barry Harris, el secreto mejor guardado del bebop. A mediados de los 50, John Coltrane desde Nueva York, y Art Pepper desde Los Ángeles fueron algunos de los que se acercaron a aprender acordes e improvisación con él. "Los músicos venían a buscarme, sabían de mí en todo el país", comenta Harris, de 87 años, sentado en el CCK, donde dará un concierto hoy sábado a las 20 como cierre de una residencia centrada en clínicas para cantantes. "No sabía que era tan importante", se ríe.

Nacido en 1929, Barry Harris comenzó a tocar el piano a los 4 años y abrazó el jazz para siempre desde que escuchó a Charlie Parker en vivo en su Detroit natal. Fue en un salón de baile, él tenía 16 años y pudo ingresar porque no requerían la mayoría de edad. “Cuando sentís amor, lo sabés. Y yo me enamoré de su música ese mismo día”, cuenta con voz grave y afónica, que fluye como un sermón dicho en voz baja. En la década siguiente, formó parte de una camada de músicos que pusieron al jazz local en un lugar de privilegio. Los hermanos Thad, Hank y Elvin Jones, Howard McGhee, Tommy Flanagan y Joe Henderson -llegado desde Ohio-, fueron algunos de los nombres más importantes de la época. “Aprendíamos mucho el uno del otro”, dice Harris. “Cuando te rodeás de grandes músicos es cuando más aprendés”.
Pero Nueva York seguía siendo el faro. Aunque Detroit comenzaba a vivía su auge de esplendor gracias a la industria automotriz, Harris explica que nunca llegó a tener el perfil de una gran metrópoli. “Había grandes edificios, sí, pero en su mayoría eran casas bajas”, recuerda. Después de girar con Max Roach y Cannonball Adderley, se instaló definitivamente en Manhattan a principios de los 60 y firmó contrato con el sello Riverside. Entre sus trabajos más destacados de esa época, Chasin’ The Bird, grabado en 1962, lo muestra desarrollando todo su estilo pianístico en composiciones propias y ajenas. En una época en la que todos peleaban por tener un sonido propio, él lo había encontrado aportándole al bebop la influencia de Románticos como Beethoven o Chopin. “Les robo a todos”, dice entre risas. “Estudiábamos a los clásicos en la iglesia y siempre me gustó combinarlos con el blues”.
Al año siguiente, puso esas influencias blueseras al servicio de Lee Morgan, la joven promesa del jazz que entonces tenía 25 años y se encontraba grabando The Sidewinder, uno de los discos seminales del hard bop. “En esos años trabajé mucho”, dice Harris siempre en tono pedagógico. “Nos sentíamos muy libres para hacer cualquier cosa y el nivel de los músicos era muy alto”. La década del 60 lo tuvo también como pianista de Coleman Hawkins en su larga residencia en el Village Vanguard. En 1967, Prestige pasó a ser su nuevo sello, luego de que Riverside cerrara sus puertas tres años antes. Lumiscence!, Bull's Eye! y Magnificent!, editados en años consecutivos y con signos de exclamación, se convirtieron en su trifecta para finalizar la década. Con formaciones distintas, Harris reclutó a pesos pesados de la talla de Ron Carter, Leroy Williams, Pepper Adams y Paul Chambers, por nombrar algunos.

Además de tocar y grabar, Harris nunca dejó de enseñar, su verdadera pasión. "Nunca sé bien qué es lo que voy a enseñar cuando me llaman para dar clases especiales, pero es algo que amo hacer", explica. "Y me sirve a mí para aprender, mis alumnos no lo saben pero yo aprendo de ellos, cuando termina la clase me quedo solo en el piano tratando de imitarlos". Durante los 70, el intercambio de conocimientos se produjo con Thelonious Monk, uno de sus grandes ídolos, cuando vivieron juntos en la casa de la baronesa Pannonica de Koenigswarter, en New Jersey. Monk, que durante esos años prácticamente no hablaba con nadie, encontró en Harris un compañero con quien comunicarse a través del piano. "Él era muy callado, pero teníamos nuestros momentos", recuerda. "Nos sentábamos juntos al piano y tocábamos 20 veces un mismo tema, a veces juntos, y a veces en estilo pregunta-respuesta, desagraciadamente no hay grabaciones de eso porque creo que hicimos muy buena música juntos. Monk fue una persona muy especial y fue lindo conocerlo".
-Hasta hace un tiempo, decías que todavía seguías tomando clases, ¿qué es lo que te falta por aprender?
-Todo. Ahora tuve que dejar las clases porque mi profesora no se siente muy bien. Imaginate que es más vieja que yo... (risas). Pero siempre quiero aprender, de mis viajes, de mis charlas y de sentarme al piano. Nunca creas que te las sabés todas, eso es una gran mentira y es lo que te va a llevar a no seguir mejorando, no importa a lo que te dediques. Todavía quiero mejorar mis improvisaciones, que es lo que hacen a un músico que sea único y tenga su identidad.
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