Roger Waters encarna el espíritu de Pink Floyd en su nuevo disco
En una presentación para la prensa se escucharon las doce canciones de Is This The Life We Really Want?, su primer disco solista con canciones nuevas en 25 años
Hace 25 años, que el músico Roger Waters , ex líder y cantante de Pink Floyd , no sacaba un nuevo disco. La noticia se transformó en un acontecimiento para el mundo del rock. Ayer, periodistas en distintas ciudades del mundo pudieron escuchar a modo de anticipo las nuevas canciones de Is This The Life We Really Want?, que se pondrá a la venta el próximo viernes. En Buenos Aires la escucha colectiva se realizó en la Cúpula del CCK. La organización retuvo los celulares de los asistentes para que no se pudiera filtrar ningún audio del disco antes del viernes, día de la salida a la venta, y se repartieron unos periódicos con las letras de los temas. “Roger Waters quería que tuvieran las letras para poder concentrarse en la música”, dijo uno de los anfitriones de la escucha del sello Sony Music.
Después de escuchar las doce nuevas canciones el primer impacto es positivo, aunque no hay sorpresa. Roger Waters regresa a la fuente del sonido central de Pink Floyd, con una música y una lírica igual de contundentes, aunque con el aire contemporáneo que le imprime un productor como Nigel Golrich, que trabajó en emblemáticos discos de Radiohead como Ok Computer. La apertura del álbum con la intro de “When We Were Young” y la acústica “Déjà Vu”, cuyo título parece un símbolo del sonido del disco, marca el inicio de un trabajo que se alinea conceptualmente con discos como Animals y The Wall. El músico deja de lado sus tribulaciones como solista para ingresar directamente en el universo que conoce a la perfección: la psicodelia y el lado oscuro de los hombres, que pueden llevar a la destrucción de la humanidad.
Nigel Godrich, el productor del disco, le saca el jugo a la voz cavernosa de Waters y a esos trucos sónicos que aprendió de Pink Floyd, como los sampleos de bombas, transmisiones de misiones de guerra, el tic tac del reloj, audios de radios antiguas, ladridos de perros, sonidos de helicópteros, latidos del corazón y sobregrabaciones de voces, como un mantra que une el nuevo trabajo con sus discos junto a Pink Floyd. De hecho, las obsesiones personales del cantante y compositor, como en una suerte de biopic musical, se actualizan en el contexto de la asunción de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, la avanzada bélica de Corea del Norte y los devastadores efectos del cambio climático en la vida cotidiana.
La desesperanza en los tiempos modernos aparece en temas como “The Last Refugee”, “Picture That” y “Broken Bones”, donde el músico ofrece climas entre la melancolía, el sonido espacial, un ritmo galopante, que parece acompañar las misiones de los marines estadounidenses y una balada folk que podría secundar el final depresivo de una tarde de domingo. Las canciones funcionan como puentes, pequeños episodios que se unen entre sí como “Is This The Life We Really Want? y “Bird in a Gale”, que le dan una atmósfera melancólica al disco.
“Smell the Roses” guarda conexión con otras obras de Floyd, tanto en el sonido progresivo y rockero de los setenta, como en su poesía lacerante, que deja en claro el curso musical de Waters en esta etapa de su vida solista. Musicalmente el disco transcurre entre las atmósferas espaciales de los teclados creadas por Godrich, que inducen al cuelgue y suplantan el vuelo de Gilmour en la guitarra, y los momentos más folk y acústicos, pequeños réquiems que parecen citas a Cohen, donde Waters tiene la compañía de un piano, que provocan un efecto narcótico en la trilogía de canciones “Wait For Hher”, “Oceans Apart” y “Part Of Me Died”.
Sin la megalomanía operística de la obra conceptual de The Wall, el músico vuelve a entregar un disco a la altura de su tiempo. Sus argumentos están de “moda”: el mensaje antibelicista, la realidad vista a través de las noticias, la opresión del sistema capitalista, los efectos del cambio climático y la soledad en tiempos de redes sociales. El nuevo álbum solista de Roger Waters funciona como un artefacto musical interesante, que muestra qué hubiera pasado si no se hubiera separado de Pink Floyd.
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