Simple Minds se presentó en el Movistar Arena con un viaje a los 80 lleno de clásicos y con destellos de rock heroico
La icónica banda escocesa concretó su tercera visita al país confirmando su vigencia a través de un intenso y abrasador concierto en Buenos Aires
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Si se realiza un rápido y somero recorrido por las bandas más icónicas de la década del ochenta, sin dudas en algún momento aparecerá el nombre de Simple Minds. Sin la permanencia, la osadía para reinventarse musicalmente ni la misma trascendencia planetaria alcanzada a través del tiempo por sus contemporáneos de U2, y lejos de la oscura y seductora elegancia melódica patentada por Echo & The Bunnymen, no obstante la agrupación escocesa surgida en Glasgow en 1977 se las arregló muy bien para dejar marcada su huella indeleble sobre el sendero más heroico del post punk. Y por ende del rock.
Álbumes como New gold dream 81, 82, 83, 84 (1982), Sparkle in the rain (1984), Street fighting years (1989) y en particular el celebrado Once upon a time (1985) elevaron su reputación internacional. De todos modos, su momento de mayor gloria y esplendor sobrevino de la mano de elocuentes canciones como “Alive and kicking” y en especial del clásico “Don’t you (forget about me)”, incluido en la banda sonora del célebre film juvenil de 1985 El club de los cinco (The Breakfast Club en su título original), y que tras su negativa inicial y los posteriores e infructuosos ofrecimientos tanto a Bryan Ferry como a Billy Idol, finalmente desembocó en el grupo por insistencia de su propio autor Keith Forsey (Flashdance, Los Cazafantasmas, Un detective suelto en Hollywood), quien lo compuso pensando siempre en Simple Minds como intérprete.
De ahí en adelante, y al margen de cambios de integrantes, algunos paréntesis y lógicos vaivenes en la consideración pública, la banda continuó lanzando nuevos trabajos discográficos, aunque con suerte dispar. Dicha situación no solo no le hizo bajar los brazos sino que, muy por el contrario, la impulsó con un mayor ímpetu hacia un presente de gran reconocimiento.
A bordo del “Global Tour”, la exitosa gira mundial iniciada el último año y documentada en Live in the city of diamonds, su flamante disco en vivo grabado en Ámsterdam (Países Bajos), Simple Minds arribó por tercera vez a Buenos Aires y confirmó su vigencia tras veinte años de ausencia.
Fiel a su estilo pop rock, con toques electrónicos y algún que otro detalle gospel, y dueño de un sonido pomposo, grandilocuente y algo rimbombante, el grupo comandado por el vocalista Jim Kerr y el guitarrista Charlie Burchill, únicos miembros originales, desarrolló un vibrante concierto, pleno de pasión y de un cierto dejo de nostalgia que conquistó desde el primer minuto a los fanáticos que colmaron las instalaciones del Movistar Arena.
Apoyándose preferentemente en el material de la ya citada Once upon a time, producción discográfica próxima a cumplir cuarenta años, y encarando además un recorrido por gran parte de su vasto cancionero, el septeto sorprendió gratamente desde el vamos por su aplomo y a través de estupendas versiones de “Waterfront”, “The signal and the noise”, “Speed your love to me” e “Hypnotised”.
“Vamos a pasar una noche muy copada”, expresó Ged Grimes en un simpático y coloquial castellano. Y vaya si las palabras del bajista se hicieron pronto realidad gracias a un espectáculo que fue de menor a mayor en cuanto a intensidad y que no precisó de una puesta en escena demasiado ostentosa para cautivar. Apenas una pantalla gigante como telón de fondo sobre la que se proyectaron imágenes aleatorias y diferentes visuales sumado a un ingenioso juego de luces fueron suficientes para engalanar un show que estableció su foco puramente en lo musical.
Tras la interpretación de “See the lights” se dio el segmento más contagioso y poderoso de la velada. Con el público de pie y absolutamente entregado, los acordes de “Once upon a time” desataron un vendaval que escalaría aún más con la irresistible seguidilla conformada por “I wish you were here”, “All the things she said” y el esperado “Don’t you (forget about me)” acompañado por un gigantesco coro que tarareó su estribillo durante varios y prolongados minutos. Esto no hizo más que demostrar, por si aún fuera necesario, que no solo se trata de la canción insignia y más significativa del combo escocés, sino también de una de las más emblemáticas y recordadas de la década del ochenta.
Más allá de la atractiva y variada lista de temas seleccionada para la ocasión, uno de los puntos salientes del concierto fue sin dudas la brillante y ajustada performance instrumental de todos los componentes que dan vida a Simple Minds. Haciendo las veces de director musical de la banda, el siempre atildado Charlie Burchill llevó las riendas de cada tema a través de su refinado gusto tanto en los solos como en los fraseos de su característica guitarra climática y envolvente. El cuadro se completó con el guitarrista rítmico Gordy Goudie, el ya citado Ged Grimes desde el bajo, los confortables colchones de teclados y sintetizadores a cargo de Erik Ljunggren más el indispensable aporte de Sarah Brown con sus profundos coros y segundas voces.
Independientemente de su enérgico solo de batería hacia el final de “She’s a river”, la muy aplaudida percusionista Cherisse Osei se mostró como todo un personaje. Por eso merece un párrafo aparte. Y no solo por su destreza, por ejecutar su instrumento a veces de pie (a la usanza de los bateristas de rockabilly) y por empujar hacia adelante al resto del grupo, sino también por hacer lo suyo manteniendo en todo momento la sonrisa y una elegancia a puro brillo. “Esto es lo que yo llamo girl power (poder femenino)”, la definió Kerr a la hora de presentarla en sociedad.
En tanto, a sus 65 años un exultante y ya entrecano Jim Kerr cautivó a la multitud mostrándose como un avezado y carismático frontman, entablando un constante ida y vuelta con sus fans (“¿Está todo bien?”, preguntó en reiteradas ocasiones) pero sobre todo por conservar intacto y en perfecto estado su personal registro vocal. También fue evidente su inclaudicable intención de darlo todo, de no guardarse nada en los camarines y de salir al escenario a divertirse y bailar con gracia y suma soltura. Luciendo un informal look de jeans y remera gris más una campera negra, el veterano vocalista demostró que también es posible seducir al público desde la sencillez y la naturalidad y sin caer en poses forzadas, sobreactuadas y poco creíbles.
Luego de un breve intervalo, la tenue melodía de “Dolphins” trajo un poco de sosiego. Pero ese aparente bálsamo funcionó como la calma que antecedió al huracán final. En efecto, “Sanctify yourself”, “Ghostdancing” y “Alive and kicking”, el otro infaltable hit que todos deseaban escuchar y corear a viva voz, sonaron como verdaderos himnos y a modo de triunfal despedida. Fue en ese y en otros pasajes de este abrasador concierto donde Simple Minds, una banda quizás injustamente subestimada en algún momento de su carrera, sacó chapa de grande y salió a relucir esa estirpe épica, brava e intrépida que está marcada a fuego en su ADN y la consagró en todo el mundo.
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