Teatro Colón: La bohème, una apuesta a lo seguro que convenció a medias
Con una eficiente y algo tradicional puesta de Stefano Trespidi y el arrollador impulso romántico de Puccini a su favor, el primer título de la temporada lírica mostró un atinado trabajo de la orquesta y el coro a las órdenes de Alain Guingal, pero un desparejo y algo opaco reparto protagónico
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La bohème, ópera de Giacomo Puccini. Elenco: Verónica Cangemi (Mimì), Saimir Pirgu (Rodolfo), Alfonso Mujica (Marcello), Giuliana Gianfaldoni (Musetta), Fernando Radó (Colline), Juan Font (Shaunard). Orquesta y Coro Estables y Coro de Niños del Teatro Colón. Puesta en escena: Stefano Trespidi. Dirección musical: Alain Guingal. Función del Gran Abono del Teatro Colón. Próximas funciones: sábado 19, martes 22, miércoles 23 y sábado 26, a las 20 y los domingos 20 y 27 de marzo, a las 17. Nuestra opinión: bueno
La ópera inaugural de una temporada lírica tiene una significación diferente a las que vendrán a continuación. Como carta de presentación y para abrir expectativas, los grandes teatros líricos del planeta ofrecen un título novedoso, un elenco especial, una puesta inspiradora o algo que transforme a ese evento en algo único. Raramente, La bohème, una ópera sobre cuyos valores la historia ha dado un dictamen largamente positivo, aparece como título inicial de una temporada.
Tan admirada como reiterada en infinidad de ocasiones, su ubicación como inicio no denota, precisamente, una imaginación o una osadía destacadas. La pandemia, las incertidumbres que deben haber aflorado en el momento de armar la grilla 2022 del teatro y la realidad económica que nos atraviesa pueden haber incidido en esta decisión un tanto desatinada, por lo demás, tomada por una gestión que ya no está vigente y que, aún en tiempos de esa normalidad largamente extrañada, no se caracterizó, tampoco, por opciones más riesgosas o más venturosas. Con todo, y a plena redundancia, La bohème es La bohème y la calidad está garantizada. Salvo que, como en esta oportunidad, el elenco no esté a la altura de las circunstancias.
Aun cuando, casi eternamente, se dice que el público del Gran Abono es el más comedido en el momento de ofrecer aclamaciones fervorosas, los aplausos del final resonaron tumultuosos (y merecidos) cuando quien salió a saludar fue el tenor Saimir Pirgu. De alguna manera, esa reacción final dio a entender que, en general, el entusiasmo y la pasión no habían aflorado y explotado en ese agradecimiento final que, en conclusión, estuvo muy cerca de no ser más que una mera muestra de buena educación y respeto.
En tiempos de ahorros e incertezas, se optó por repetir una puesta muy tradicional de Stefano Trespidi que ya habíamos conocido hace cuatro años. Su trabajo en las reposiciones de las producciones de Franco Zeffirelli apareció claro y poderoso en la multitudinaria y espectacular escena de apertura del segundo acto cuando, en el Barrio Latino, se multiplican vendedores, chicos, personajes, bandas militares y una infinidad de figurantes. Pero también es de señalar la buena dinámica y movimientos escénicos distribuidos con buen tino en cada uno de los cuatro actos. Ninguna similitud con esas puestas en las que los y las cantantes se apoltronan inmóviles para entonar sus arias o parlamentos. Del mismo modo, también lucieron atinadas la dirección musical del francés Alain Guingal y la labor de la orquesta y los coros del teatro.
No fue responsabilidad del Guingal que algunos cantantes no tuvieran recursos suficientes para evitar la inaudibilidad y, como consecuencia inevitable, la caída del interés. Saimir Pirgu es un tenor nacido en Albania y formado en Italia. Su voz sobrevoló poderosa e invicta por los aires del teatro con su gran caudal, su principal virtud. Con todo, su canto, con su mismo color y cierta marcialidad, no reveló mayores diferencias en las distintas situaciones que le toca atravesar pero, sin lugar a dudas, fue, de los personajes protagónicos, el que se más destacó.
Verónica Cangemi sí manifestó distintas emociones y variedad en su canto pero su voz pareció escueta en el registro grave y, definitivamente, apocada en los dúos que cantó con Pirgu, cuya abundancia, inevitablemente, la dejó en un segundo plano. El barítono uruguayo Alfonso Mujica cumplió correctamente en lo actoral y en lo vocal con su papel de Marcello en tanto que la soprano italiana Giuliana Gianfaldoni, de escaso volumen vocal y abuso de estereotipos actorales, no estuvo a la altura de las circunstancias para crear a Musetta. Casi involuntariamente, volvieron a la memoria Fabián Veloz y Jaquelina Livieri (de Ayacucho uno; de Rosario, la otra), quienes, en 2018, crearon magníficamente a esos dos personajes. Y, por último, todos las alabanzas para, ahora, un bajo barítono porteño: Fernando Radó, encarnando a Colline, un personaje menor y de escasa participación, se despide de su abrigo con un canto conmovedor. Su voz oscura, profunda y envolvente fue uno de los puntos musicales más altos de esta Bohème de méritos disímiles.
Afortunadamente, más allá de los aciertos y los desatinos, siempre está Puccini. El cierre de la ópera, luego de la muerte de Mimì, es perfecto. La tensión, el llanto desgarrador de Rodolfo y el pasaje final de la orquesta despiertan esa emoción y es dolor tan particulares como sólo una muy buena ópera romántica puede generar.
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