El bailarín abre las puertas de su corazón y revela cómo es su lucha contra el VIH, el virus que contrajo catorce años atrás
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Tiene cara de cansado. Y es lógico, no para un segundo. Mientras participa en "Bailando por un sueño", brilla en el teatro con Divain, su última creación, y se prepara para la temporada de verano en Carlos Paz, Aníbal Pachano (59) hace un alto en su maratónica agenda para recibir en su casa a ¡Hola! Argentina.
Pocos años atrás, mientras gozaba las dulces mieles de la popularidad que le dio el programa de Marcelo Tinelli, un cruce al aire con Graciela Alfano, su entonces compañera de jurado, lo obligó a contar públicamente que vive con VIH. "Esa pelea me provocó mucha tristeza y angustia, pero logré dar vuelta la situación: no sólo me liberé, sino que lo transformé en algo positivo y me sumé a trabajar con la Fundación Helios". En una semana en la que su caso volvió a estar en el tapete por otra pelea mediática, esta vez con Alex Freyre (presidente del Archivo de la Memoria de la Diversidad Sexual), el consagrado Pachano se revela como un ejemplo de cómo transformar la adversidad en una herramienta de ayuda.
–¿Cómo te enteraste de que vivías con VIH?
–El 24 de diciembre de 2000 noté que tenía una llaga interior en la boca. Enseguida reconocí que era igual a la que le había visto a un amigo. Y pensé: esto es rarísimo.?Ese mismo día me fui a hacer el análisis y el 15 de enero de 2001 me enteré de lo que me estaba pasando.
–¿Quién te acompañó a buscar el resultado?
–Fui solo. Leí "positivo" y malinterpreté lo que significaba: eso se llama negación. Tanto es así que un amigo al que llamé me tuvo que decir que lo estaba entendiendo mal. No bien corté, me quedé mirando unas flores divinas, con mucha energía, que había en el balcón y me dije a mí mismo: "Esto tiene que servir de algo", y no me hice más preguntas.
–Pero después, habrás caído en la realidad.
–Sí, pero cuando me sucede algo estoy un rato convulsionado y después me enfrío y empiezo a entender por qué me pasó esto o aquello. Yo trabajo para la vida, juré que nunca me iba a deprimir y voy a trabajar para que nadie se bajonee.
–¿Sabés cómo te infectaste?
–Sí. Sentí cuando el virus entró en mi cuerpo. No me había protegido, por eso insisto siempre en que hay que usar preservativo. En ese momento tenía las defensas bajas porque estaba en un momento bastante complicado de mi vida y hacía cuatro años que me había separado de Ana [Sanz, la madre de su hija Sofía y con quien fundó la compañía Botton Tap].
–¿Tenías una pareja estable?
–No. Después de Ana nunca más tuve una pareja estable.
–¿Lo hablaste con la otra persona? ¿Sabías que tenía VIH?
–No, no sabía. Pero lo supe a la hora. Yo se lo pregunté. Y no me lo contestó, así que me di por enterado. Al año, cuando yo ya me estaba tratando, me enteré de que murió. Fui responsable en un 50 por ciento y me hice cargo de mi parte. No tengo nada que reclamarle a nadie. En tal caso, debo preguntarme por qué no me cuidé. Recuerdo que después de la primera consulta que hice con una médica hablé con mis hermanas: ellas tenían que saberlo.
–¿Qué edad tenía tu hija?
–Tenía 9, era muy chiquita y yo no sabía cómo abordar el tema. Yo estaba en ese proceso de aislación que te contaba, no salía a ningún lado, no me relacionaba con nadie, me daba vergüenza pensar que quizá podía contagiar a alguien sin querer. Pero con el tiempo aprendí a preguntarle al médico lo que no me animaba. Fui a una psicóloga, pero no me gustó. Es que me senté a decirle que sabía lo que tenía, cómo y dónde me lo había contagiado, que no quería llorar sino mirar hacia adelante… Y me respondió que debía analizar a mis ancestros y no sé cuántas cosas más que no tenía ganas de hacer. Esta enfermedad llegó para ser un escalón de vida. Todos tenemos que aprender a convivir con algo.
–¿Cuándo lo hablaste?
–Se lo dije a los 14. Pero te aclaro que soy un papá y una persona muy cuidadosa. Jamás puse ni voy a poner en riesgo a nadie. Ese fue mi primer aprendizaje. En casa nunca va a haber rastros de una cortadura mía, siempre desinfecto cada ambiente y vivo con la lavandina a mano. Pero creo que Sofía lo intuyó. Le contó a la mamá que yo tomaba muchos remedios y le parecía raro, porque no tomo ni una aspirina. Después vio una carpeta donde estaban todos los análisis. Pienso que quizá la dejé inconscientemente porque no sabía cómo empezar la charla. Al principio se entristeció y le dio miedo por el desconocimiento. Entonces la llevé a mi médica de entonces, que le explicó lo que tenía. Y nunca más hablamos del tema. Ella sólo menciona que me cuide, que tome mi cóctel y se enoja porque vivo trabajando y estresado. Pero jamás me preguntó de manera obsesiva. Yo pienso que tengo una enfermedad crónica que debo atender y no me debo obsesionar.

–¿Qué papel jugó Ana en todo esto?
–Se enteró en el mismo momento que nuestra hija. Lo tomó bien y cuando se armó toda la batahola me acompañó mucho con Sofía.
–Este año tuviste una discusión con ella y tu hija que se hizo pública. ¿Están mejor?
–Con Ana nos amamos y nos peleamos mucho. Ahora estamos en una etapa de no vernos y yo prefiero que sea así. Por supuesto que si Sofía nos llegara a necesitar por algo allí estaremos, sin dudarlo. En los últimos años se nos vio mucho juntos y no sé si está tan bueno. Y estoy mejor con Sofía, que me alegra de corazón, porque ella es la mejor creación de mi vida.
–¿En qué consiste tu tratamiento?
–Tomo una serie de remedios que en el transcurso de los años fueron cambiando porque te los van probando. Cada seis meses me hago todo tipo de análisis.
–En ese proceso de prueba, ¿tuviste algún daño colateral?
–Sí. El primer cóctel me brotó. Recuerdo que estaba haciendo en teatro Smoke y se me brotaron las piernas. Me lo tuvieron que sacar, pero yo tenía poca carga viral, es decir, el virus ya estaba en menor grado en sangre. En ese momento no existía el reactivo de compatibilidad que hay ahora para saber si una medicación te puede generar algo malo. Ahí me di cuenta de que me habían atendido mal al principio: todavía no me atendía en lo del doctor Stamboulian. Después hubo otro cóctel que me disparó los triglicéridos, y eso fue un tema, porque históricamente los Pachano tenemos problemas de corazón. Y el último me provocó una inflamación del abdomen, que en este momento hace que parezca embarazado. Yo hablo de esto con humor, pero la panza que tengo, en comparación con la flacura del resto de mi cuerpo, no es normal. Ahora me dicen que se viene un nuevo protocolo, que así se llama, y creen que me va a mejorar ese tema. Aunque el humor es mi gran aliado, reconozco que en algún momento se me "voló el pato".
–¿Cómo manejás esos momentos?
–Primero discutí con mi médico, que es un divino y me sigue tratando y cuidando. Le pedí el nombre del medicamento y del laboratorio porque conocía un caso que se lo habían traído de Estados Unidos por medio de la obra social. Pasaron dos meses y nada. Después fui al programa de Mirtha Legrand y dije que hay ciertos insumos que no llegan, o tardan. Y de eso no hay un control. Si esto me pasa a mí, que soy de clase media, ¿qué le pasa a un chico con menos recursos? Y veo que se enojaron. Con palabras muy desafortunadas, este personaje [se refiere a Alex Freyre] vaticinó que me voy a morir el año que viene y en el último estadío de la enfermedad. Es tremendo. Los enfermos de VIH somos portadores del virus, el sida es el último estadío y nosotros estamos "negativizados" gracias a la medicación.
–¿Qué repercusión personal tuvo el estallido mediático que vino después?
–Más allá del exabrupto politiquero, de lo mal que se puso mucha gente de mi entorno, lo bueno fue el apoyo rotundo de un país entero. Otra cosa positiva es que lo que vengo trabajando con la Fundación Helios desde hace tanto tiempo ahora lo escucharon todos. Mucha gente se acercó para preguntar cómo puede ayudar, otras piden que se controle que estén los reactivos. Hace veinte años que no se hace una campaña de VIH. A mí el dolor me potencia, por eso me hace bien trabajar para otros.

–¿Te gustaría sumarte a algún proyecto político?
–No. Me siento bien con este rol de embajador de la Fundación Helios. Siento que hay mucho por hacer y en eso estoy.
–El año que viene cumplís 60. ¿Qué balance hacés?
–Estoy empezando a pensar si vale la pena tanto esfuerzo laboral. Nunca voy a dejar de trabajar, pero tengo que entender que empieza el momento del placer, de estar en un campo, o mirando el mar, tomarme medio año sabático... Esto que me pasó me hace replantear cómo quiero vivir mis próximos años. Me fui postergando. Pronto entro en una década en la que el cuerpo me va a ir diciendo que vaya cada vez más despacio. Quisiera tener una casa-quinta con un poco de verde. Creo que tantas mudanzas que viví de chico, haberlo tenido todo y también perderlo todo, empezar a trabajar a los 12 años… me generaron cierta incertidumbre.
–¿Qué recordás de aquellos años?
–Nací en Tostado, Santa Fe, y mis padres fueron mis grandes referentes. Papá era un odontólogo muy elegante y un gran cabaretero, muy querido por los vecinos. Fue jefe de la Policía de la provincia y lo nombró Frondizi, que era su íntimo amigo. Mi mama era una niña mimada de Santiago del Estero que se vestía por catálogo. Estuvieron juntos casi treinta y cinco años. Mamá me compró mi primer atril a los 2 años, me hacía mis trajes de pintor y me dejaba delirar. Yo salí a laburar a los 12, cuando nos vinimos a vivir a Buenos Aires. Fui cadete en un laboratorio, después en una empresa ganadera y más tarde entré a un estudio de arquitectura, donde viví una experiencia maravillosa y llevó a que estudiara toda la carrera y me recibiera. Lo del espectáculo fue por Ana. Ella estaba con Alberto Agüero y fui a tomar una clase. A los quince días nos fuimos a vivir juntos y nos casamos al año. Yo soy así, a todo o nada. No es casual que me haya casado con ella, que tenía una familia con los mismos valores que la mía, donde pase lo que pase no se pierden ni el cariño ni el respeto.
–¿Como está tu corazón ahora?
–Solo. Y estoy rodeado de poca gente, porque el éxito me aisló. Claro que salgo como cualquier hijo de vecino, pero no sé si voy a encontrar un nuevo amor. Tal vez en esta nueva etapa pueda permitirme querer a alguien y que alguien me quiera.
Texto: Lucila Olivera
Fotos: Tadeo Jones
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