El empresario abre su corazón puertas adentro de su paraíso privado en Punta Piedras
Como muchos de los empresarios poderosos de Argentina, Eduardo Costantini (69) guarda con recelo su vida privada. Se define a sí mismo como un hacedor y hablará de todo durante la entrevista, pero dice que prefiere expresarse a través de sus proyectos, de sus obras. "En vez de hablar de vos mismo, lo que tenés que hacer es hacer, eso es lo único que importa", explica quien dieciocho años atrás se propuso cambiarle la fisonomía a Tigre con su primer megaproyecto inmobiliario, Nordelta, y que hace poco más de un mes le donó a Uruguay un puente que une Laguna Garzón con Rocha, diseñado por el mundialmente conocido Rafael Viñoly.
Es dueño de sus silencios, a los que protege con una sonrisa casi imperceptible, siempre desde una distancia signada por la amabilidad. Quizá por eso resulta llamativo que, a cinco años de su última entrevista con ¡Hola! Argentina, el gurú inmobiliario –que hizo su primer millón con la adquisición de un terreno en el microcentro porteño que compró en doscientos mil dólares y vendió seis meses después– acceda a posar en uno de sus refugios más preciados, su casa de Punta Piedras. "Me agarraste relajado. Si bien no soy una persona estresada ni de las que se complican, el verano me distiende", asegura. Se ríe y fija la mirada en el mar, su aliado eterno, y, tal vez, la fuente de su máxima alegría.
–¿Qué es lo que más te gusta de Punta del Este?
–El mar y su energía, que es única. Todas mis propiedades están cerca del agua: esta y la de Miami tienen vista al mar. Y mi casa de Buenos Aires mira al río. El agua se mueve y el movimiento es vida. El mar es como una escultura viva: cambia todos los días a causa del viento, del que también soy muy amigo, porque es lo que me permite disfrutar del mar. Nunca me vas a ver tirado en la arena tomando sol, a mí lo que me gusta es irme con el kite [su deporte preferido es el kite surf] lejos, mar adentro, donde el movimiento del agua es más intenso.
–¿Te llevás bien con vos mismo?
–Sí, muy bien. Medito, me gusta estar en estado alfa, que es cuando alcanzás otra frecuencia en el cerebro y en el corazón y no sentís el cuerpo. Es un entrenamiento en el que lográs que la mente esté en blanco para dirigir toda la energía a una parte del cuerpo y después a otra. Lo hago todos los días y me da mucho equilibrio. Me permite irme de las cosas mundanas, del día a día, y de mi ser. Es como viajar a otro planeta y, después, vuelvo.
–¿Cuándo te instalaste en Punta Piedras?
–Acá llegué antes del 95. Es decir que esta casa [un proyecto de Diego Félix San Martín] tiene más de veinte años. Compré el terreno, que es único, a 40 dólares el metro cuadro. Además de tener cien metros de frente, la casa está a treinta y cinco metros del agua y es una de las pocas en Punta del Este que tiene playa.
–Y unas puestas del sol únicas…
–Al no tener vecinos al oeste, tengo acceso a los mejores atardeceres. Este terreno es una joya, como otro que tengo en José Ignacio, 4500 metros cuadrados sobre las rocas más grandes de la zona. Los terrenos que compro son piezas de colección y descubrirlos lleva mucho tiempo. Hay que tener una paciencia infinita, porque no es que cada seis meses aparece un terrenazo. Cuando surge, hay que moverse rápido, ser agresivo y comprar. Soy muy intuitivo y rápido a la hora de tomar decisiones y un terreno de este calibre es como esas masterpieces que, cada tanto, se encuentran en el mercado del arte. Aprovechás la oportunidad o se te escapa.
AMOR AL ARTE
–Hablando de arte, empezaste a coleccionar desde muy joven.
–El arte pone de manifiesto la profundidad del ser humano y le da color a la vida. Todavía me acuerdo de la primera sensación que tuve ante una obra: fue un retrato de Berni, que me dio mucha ternura. Yo no sabía nada de arte y, si bien era una obra menor de él, su sensibilidad social me llegó.
–¿Fue la primera obra que compraste?
–No pude, porque no me alcanzaba la plata, entonces me compré dos naturalezas muertas. Fue una decisión espontánea que se generó a partir de esa obra de Berni que me movilizó. A partir de ahí, seguí comprando de manera esporádica, sin reconocerme coleccionista, siempre motivado por lo que una obra expresa.
–Tu proyecto cultural cumbre, Malba, cumple quince años y, como parte de los festejos, en junio inauguran la primera retrospectiva de Yoko Ono en Argentina. ¿Qué te llevó a elegir a ella?
–Yoko Ono es una artista clave de los 60. En aquel entonces, ella era parte de la avanzada del arte experimental. Más allá de haber sido la mujer de John Lennon, es una artista reconocida mundialmente. Estuvo en Argentina en 1998, con dos piezas en el Centro Cultural Recoleta, pero va a ser la primera vez que venga con una muestra. Lo interesante del proyecto es que va a salir de las puertas del museo: te la vas a encontrar en los diarios, en las radios. Involucra a los medios de comunicación masiva y estamos muy entusiasmados con eso.
–¿Qué significa el museo en tu vida?
–Como todo lo vinculado al arte, Malba significa muchísimo para mí. Sigo dedicándole gran parte de mi tiempo a la gestión del museo, que, además, es donde trabajo físicamente. En todos estos años, Malba se insertó en la sociedad y adquirió vida propia, lo que me da una alegría inmensa. El próximo desafío es lograr una mayor despersonalización, donde tengan menos peso los miembros familiares y se genere un mecanismo autosuficiente que le garantice continuidad. Para que una institución pueda perpetuarse en el tiempo, muchos deben administrarla y conservarla. Los hombres pasan y las instituciones quedan y lo que tenés que hacer para que siga viva y dinámica es alimentar esa institucionalidad. Hay que luchar contra el ego: eso es lo inteligente. Yo quería ponerle "Costantini" al museo, pero en un viaje que hice a Nueva York, el director del MoMA me incitó a que no cometiera ese error. Me fui frustrado de esa reunión: me mató, sentí que me habían clavado una estaca en el corazón. Si bien le hice caso, no pude conmigo y abajo del nombre le puse "Colección Costantini", chiquito, pero lo puse.
–La mala pasada del ego…
–Con el tiempo, llegué a la conclusión de que es el ego el que te hace querer que una calle, una avenida o un museo tenga tu nombre y que eso implica una desvalorización muy grande, porque cuando te morís, pasás de ser una persona a una calle. Por otro lado, la gente va al Guggenheim y no tiene idea de quién era Guggenheim: no le importa. El tiempo barre con todo.
–Tu imagen creció mucho junto al Malba y hoy sos un referente de la cultura contemporánea.
–Mi mirada es estratégica. Yo no soy un profesional del arte: soy un autodidacta y por eso no me considero una persona de peso en la cultura. Sí soy un estratega en todas las áreas de mi vida y, al ser alguien que se expresa a través de sus obras, me siento muy conectado con lo creativo.
–Una de tus últimas obras fue el puente que une Laguna Garzón con Rocha, que tras una larga polémica se inauguró el 22 de diciembre pasado.
–Fue un proyecto que generó un gran debate público. Hace cuarenta años que vengo a Punta del Este, es un lugar que conozco muy bien y que amo, y lo que noté es que la franja costera que va desde Laguna Garzón hasta la Laguna de Rocha era muy valiosa como propuesta para la familia. En ese momento, y tras cuatro décadas de criterios distintos, los departamentos de Rocha y Maldonado y el gobierno nacional coincidieron en el deseo de desarrollar la zona de manera equilibrada y estuvieron de acuerdo en la conveniencia de construir ese puente de 200 metros de largo. Nosotros [por Consultatio, su compañía] dijimos "pagamos el puente" y, cuando el proyecto se presentó ante un organismo autárquico, que es la Dirección Nacional de Medio Ambiente, este lo calificó de una manera tal que hizo que requiriera de la opinión de la comunidad en dos audiencias públicas. Las audiencias se hicieron, hubo presentaciones judiciales en contra del puente y los juicios llegaron a buen término.
De todas maneras, lo importante es el tema de fondo, que es el impacto del puente en el desarrollo de la franja costera y cómo la legislación actual, que está muy cuidada, fija criterios muy estrictos. Tanto es así que el desarrollo inmobiliario ahí nunca va a ser mayor al 35 por ciento de la superficie total y de ese porcentaje, la mitad siempre va a ser área verde. Eso da una densidad poblacional pequeña, de menos del 20 por ciento, que equivale a 2500 casas.
EL CORAZÓN DE UN HACEDOR
–En un momento de tu vida en el que podrías haber bajado la guardia, ¿qué te mueve a ir por más?
–Cuando vos gozás con lo que hacés, el tiempo no existe y el "me tiro panza arriba" encierra una trampa, porque lo único que vas a conseguir es aburrirte y desvalorizarte. La vida es fabulosa en la medida en que sigas creando y disfrutando de todo lo que tiene para darte. Al menos eso es lo que me pasa a mí. Mi preocupación suele ser "¿qué viene ahora?". Me gusta tener proyectos y a la vez seguir alimentando los que ya existen, como Nordelta, que nació en 1998, hoy tiene cuarenta mil habitantes y la proyección es que llegue a los cien mil en veinte años.
–En términos de tiempo y de atención, ¿tu familia paga el costo de tanto trabajo?
–No, al contrario. Cuando era joven trabajaba mucho más que ahora: me levantaba a las cinco y media de la mañana y volvía a las nueve de la noche, me tomaba el tren a Retiro, el colectivo hasta la facultad, salía a las 12 y cuarto, tomaba otro colectivo, fichaba a la 1 y volvía tardísimo a casa. Los sábados y los domingos me los pasaba estudiando: a los 22 y con tres hijas estaba como loco. Ahora disfruto mucho más de mis hijos y puedo estar más tiempo con ellos.
–Hablás poco de tus hijos, ¿por qué?
–No me gusta hablar de mi vida privada y de la de mis hijos, menos. Sí puedo decir que siempre me importó ser un padre presente y me da mucho placer estar en contacto permanente con todos mis chicos.
–Tenés dos camadas de hijos [Marité, Mariana, Soledad, Eduardo y Tomás, fruto de su primer matrimonio, con Teresa Correa Ávila, y Gonzalo y Malena, de Gloria Fiorito, su segunda mujer]. ¿Cómo sos en tu rol de padre?
–El mismo, salvo que con mis hijos más grandes tengo un diálogo que es de pares y que es muy enriquecedor, porque ya tienen sus experiencias de vida. Con los más chicos el disfrute pasa por otro lado: me gusta verlos crecer y el diálogo es acorde con su edad. Para serte sincero, debo reconocer que soy más apegado a los más chicos. No puedo estar más de diez días sin verlos, ¡los extraño muchísimo!
–¿Qué es lo que más te gusta de la paternidad?
–Tengo décadas de ser de padre. Lo soy desde hace cuarenta y nueve años, así que podríamos decir que soy medalla de oro en paternidad. [Sonríe]. Los hijos te contienen: tener una relación linda con ellos, para mí, es una necesidad y la armonía familiar es lo más lindo que te puede pasar.
–¿Ese es tu éxito máximo?
–Es uno de los logros, como también lo es realizarme en el mundo profesional. Los afectos son una condición necesaria para que eso suceda y la armonía también tiene que estar presente en la pareja porque eso permite el crecimiento tuyo y del otro.
EL FACTOR "LUCÍA"
Fue una de las fiestas esteñas de más alto perfil, la Nuit Blanche de Chandon, la ocasión que Eduardo eligió para presentar a su nueva novia, Lucía Radeljak (28). "Una chica del Renacimiento", como la describen desde su círculo íntimo, que habla seis idiomas, canta y toca piezas de música clásica en el piano, es vegana, tan deportista como él (practica yoga, surf y esquí) y, según dicen, lo enamoró en un opening del Malba, seis meses atrás.
Eduardo prefiere no hablar de la relación que lo une a Lucía, licenciada en Relaciones Internacionales, pero sí se muestra a gusto con ella y posan juntos durante la producción de fotos. Según el entorno de Lucía, el máximo desafío no sólo fue la diferencia de cuarenta y un años entre ellos, sino que él fuera una figura tan pública.
–Después de tu última separación el año pasado [de la brasileña Clarice Oliveira Tavares, su tercera mujer], estuviste varios meses solo. ¿Cómo fue volver a las pistas?
–Nunca estás solo. Fue un año de transición.
–¿Qué hizo que volvieras a confiar en el amor?
–[Piensa un rato]. Te voy a contestar de manera general porque no me divierte hablar de mi vida privada. Nunca desconfié del amor, jamás. Soy una persona que apuesta al amor, que aunque le den cachetazos, siempre confía en el amor.
–¿Por qué?
–El amor es fundamental para la vida. Vos tenés que fijarte en tu capacidad para amar, que es sobre lo que vos podés actuar, y en tu honestidad, que es clave para la vida. Después, si las cosas fallan no importa, porque diste todo. Cuando apostás al amor, el sufrimiento es inevitable. Si se rompe algo y no sufrís es porque no amaste.
–¿Cómo sos cuando estás enamorado?
–Siempre tuve relaciones muy involucradas, soy una persona muy cercana a mis parejas. Tengo un código emocional comprometido.
–¿Qué tiene que tener una mujer para conquistarte?
–Tiene que ser honesta, inteligente y creativa.
Con una pausa larga y una sonrisa amable, deja claro que no quiere hablar más
Texto: María Guiraldes
Fotos: Tadeo Jones
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