Celebramos con la diva sus 90 años
Hacía setenta y dos horas que había regresado de Mar del Plata, en donde estuvo instalada durante cuarenta días para cumplir con la temporada de verano de sus míticos almuerzos, los que realiza desde hace cuarenta y nueve años (con algunas interrupciones). Pero Mirtha Legrand no estaba cansada. Tal vez esa palabra ni siquiera exista en su diccionario. Después de tres horas y media de una intensa sesión fotográfica y cuatro cambios de vestuario –el último fue por pedido especial de ella–, se sentó en la mesa principal de la habitación presidencial del Palacio Duhau para compartir con el equipo de ¡HOLA! Argentina una charla. Invitó a Elvira, su asistente personal, y también a su maquilladora y peinadora. Tomó té con scones mientras repasó cada una de las obras de teatro que vio en la ciudad balnearia. En ningún momento titubeó; mucho menos olvidó nombres ni fechas. Ella lo sabe; lo dijo: “Soy un milagro, señores”. Y eso no se cuestiona, mucho menos la semana de su cumpleaños 90.
–Hace algunos días deslizó su edad, algo que había mantenido en secreto hasta entonces. ¿Por qué?
–Estoy un poco arrepentida. Era como un juego para mí, un ida y vuelta con mi público que, aunque yo no lo decía, lo sabía. Ahora ya no tengo eso, todo es evidente, está a la luz del día... Se despejó el enigma. Cumplir años es algo natural en la vida, pero es duro de digerir. A mí esta fiesta me trae un sinsabor y una alegría al mismo tiempo. Agradezco lo vivido, pero pienso cuántos años más estaré en este mundo.
–¿Le tiene miedo a la muerte?
–Me daría pena irme de este mundo y no ver crecer a mis nietos, a mis bisnietos… Dejar a mi familia. Sí, le tengo miedo y respeto.
–¿Aprovecha esta fecha para hacer un balance?
–¡No! Lo tomo como una fiesta. Como dice Goldie, mi hermana: “O cumplís o te morís; mejor cumplir”. Es una buena frase. Pero no sé lo qué es hacer un balance. Naturalmente pienso qué tal me fue, si podría haber estado mejor. O reviso mi trabajo. Pero no creo que sea un balance. Nunca lo hice, de mi vida personal tampoco. Sí recuerdo los buenos momentos, evoco cosas muy placenteras y otras no tanto.
–¿Cómo será la celebración de este cumpleaños?
–En casa de Marcela. Nos vamos a reunir con mi familia y con Goldie, que vendrá con los suyos. También estarán algunos amigos.
–¿Cuál es el regalo que no falla para este día?
–Un ramo de flores. Me gustan. Me encantan las rosas. Las prefiero blancas o rococó.
UNA “ESTRELLA” DE TODOS LOS TIEMPOS
–¿Cambiaría algo de su vida?
–La vida ha sido muy generosa conmigo, sería demasiado ambicioso cambiar algo. Fue fantástica y generosa, a pesar de la pérdida de dos personas que quería tanto. He sido una privilegiada. Cuando era chica dejé mi pueblo, Villa Cañás, para vivir en Rosario donde empecé a estudiar danzas clásicas, españolas y zapateo americano. Mi madre hacía que mis hermanos y yo estudiásemos todo, porque quería que sus hijos fueran artistas. Hace muchos años no se estilaba eso, estaba mal visto tener artistas en la familia y, sin embargo, mi madre nos impulsó a hacerlo. Y lo logramos.
–En tantos años de profesión, ¿qué momentos atesora?
–Nunca olvidaré el estreno de mi película Los martes, orquídeas, en el cine Broadway. Yo tenía 14 años. Llegamos con mi madre y mi hermana en el tranvía 86 y nos fuimos a mi casa en un Cadillac que nunca supe de quién era. Eso fue inolvidable. Después, cuando presenté La Patota en el Festival de Berlín junto a Daniel [Tinayre, su marido, con quien estuvo casada 49 años]. Y la televisión, que me ha dado tantas satisfacciones como los premios Martin Fierro que gané, especialmente el de Oro y el de Platino. Además, el reconocimiento del público. Vengo de Mar del Plata, donde estuve en una gira de orgullo, satisfacción y alegría. Es tan increíble lo que ocurre conmigo y con el público, hasta yo me sorprendo. Siento un gran amor, devoción y respeto. Además, en este último tiempo, conquisté a un público infantil y joven que antes no tenía. También de mi parte ha habido una evolución, un cambio. Eso hizo que la gente me conociera más y se acercara a mí.
–¿A qué cambios se refiere?
–Creo que me humanicé, derribé tabúes que había en mi vida y estoy más abierta a todo. Cuando era jovencita, para mí, una mujer embarazada que no estuviera casada era una pecadora. Mi marido me hizo cambiar esa manera de pensar. “Reaccioná, vos sos católica, no podés pensar así”, me decía. También cambié respecto de la sexualidad, los gays y el lesbianismo… Apoyo el matrimonio igualitario. El mundo evolucionó y yo con él. Eso me hizo bien, me convirtió en una mujer con muchos amigos homosexuales. Me siento cómoda con ellos y son amorosos. Eso fue un trabajo mental mío, el de derribar los prejuicios, que no hacen bien. También aprendí a aceptar a la gente que no piensa como yo en el ámbito político. No son enemigos, son adversarios, porque yo tengo una forma de pensar distinta a ellos.
–En algún momento difícil de su vida, ¿se planteó dejar su carrera?
–No, he sido prohibida varias veces, sin embargo seguí trabajando. Tras la muerte de mi marido y mi hijo, también. Pero la televisión es muy cruel. Me llamaron tanto para que volviera tras las pérdidas que sufrí, que terminé haciendo mi duelo frente a la cámara y eso no es bueno. Si volviera a nacer y me ocurriera una desgracia como esta, jamás lo haría.
–Se convirtió en un referente social. ¿Cómo es tener una opinión que genera tal repercusión?
–Lo vivo con satisfacción. También pienso y reflexiono. Yo leo todos los diarios, hasta “quiebras y convocatorias” [Se ríe]. Siendo una mujer con tantos años, me gusta estar actualizada, me da placer. Siempre me interesé por la gente. Cuando era chica, viajaba en tranvía o colectivo y a la persona que tenía al lado le hablaba. Le preguntaba dónde vivía, de qué trabajaba, cómo estaba compuesta su familia. Me interesa el ser humano, soy muy abierta y espontánea. Mi lugar me dio poder y es fantástico si uno lo emplea bien. Hay que saber ejercerlo. Yo lo uso para favorecer a la gente, a los que me piden. Si tengo que llamar a la Anses o al Pami, lo hago. Yo soy presidenta honoraria de la Fundación del Hospital Fernández y muchas veces llamo a quien sea necesario para conseguir camas o una operación. Ese es el poder que tengo: llamo y me atienden. Hago todo por derecha, ¿eh? Y jamás lo hago para mí, siempre para los demás.
–Además de diarios, ¿qué más lee?
–Libros que hacen referencia a la política del país. Tengo alrededor de diez en mi mesa de luz. Además, como vienen escritores y políticos a mis programas siempre estoy con algo. Pero no me alcanza el tiempo para leerlos todos.
–¿Qué es lo que más le duele de la crítica?
–No me gusta que me ridiculicen. En este país cumplir años es como un pecado. Se emplean palabras que no quiero decir y por eso yo lucho contra los años. Hay que agasajar a la gente mayor que está lúcida y hace cosas. No tengo necesidad de trabajar y lo hago porque me gusta, me da placer, me sana en el buen sentido, me hace pensar cosas positivas y trabaja mi cerebro. Soy inquieta y quiero estar informada. También me gusta la gente que lo está, que lee y se interesa por todo. Si estoy hablando con alguien y le cuento sobre la política o la actualidad y me responde “no sé”; chau, no hablo más porque no sabe nada.
–¿Se reconoce como una seductora?
–Sí, la seducción es algo maravilloso. Seduzco hasta a mis nietos. Con una sonrisa, una mirada, un gesto, una actitud, se consiguen más cosas. Hay que ser afectivo. Todo el mundo se besa ahora, eso me parece muy bien. Hasta en el trabajo. Y así sale mejor. Ojo, soy muy exigente también, no crean que todo es maravilloso. Le exijo a mi equipo como a mí misma. Las veinticuatro horas del día me preparo para mi trabajo. Lo que quiero siempre es tener éxito. Es mi búsqueda en todo lo que emprendo.
–¿No es agotador?
–Para nada, es una disciplina.
–En las generaciones jóvenes, ¿ve alguna Mirtha Legrand?
–No. Pero sí veo buenas actrices. Con aura de “estrella” podrían ser Tini Stoessel y Nati Oreiro. Serlo no sólo es elección del público, también por el estilo de vida especial que una lleva. Además, es parte de la personalidad. Se es estrella las veinticuatro horas. Yo nunca salgo a la calle desarreglada. Puedo tener sólo crema humectante en la cara, pero los labios pintados. Así, hay muy pocas. A mí no me gusta la palabra “diva”. Yo soy una “estrella”, una “star”, como dicen en Hollywood.
–¿Le gustaría que Juana fuese la sucesora de los almuerzos?
–No, a ella tampoco. Lo hizo una sola vez y me dijo: “Nunca más”. Lo hizo con mucha naturalidad y espontaneidad, pero ella tiene una carrera muy especial. No quiere ser famosa ni le interesa el dinero, prefiere inclinarse por un teatro de minorías, más alternativo.
–A su nieta le propusieron hacer de usted en una serie sobre la vida de Sandro…
–Escuché algo. Pero yo no tuve mucha importancia en la vida de él. Eso sí, era un ser fantástico. Después de que murió Daniel, me llamaba a la noche para contarme chistes y hacerme reír. Era la única persona en el mundo que me llamaba Rosita. Pero aparte de eso, nunca conocí su casa ni trabajamos juntos. Sólo visitaba mi programa.
–¿Se considera la reina de la televisión?
–No, creo que Susana es una número uno. Ahí estamos parejas. Es una mujer con muchísimo éxito, una gran persona, la quiero muchísimo.
–Entonces dos reinas, ¿está bien?
–Eso podría ser.
SU MAYOR LEGADO
“Mi padre murió a los 36 años, jovencísimo, de una úlcera en el duodeno. Fue mala praxis. Y mamá nos guió muchísimo. No era fácil para ella trabajar como maestra y ocuparse de sus tres hijos, pero fue una mujer emprendedora, con un carácter fuerte, graciosa y encantadora. Era argentina, pero se había educado en el norte de España, en Santander. Ella fue todo para nosotros”, confiesa Mirtha, quien, sin dudas, heredó de Doña Rosa, su madre, los valores que tanto admira.
–¿Cómo podría describirse en su rol de madre?
–Creo que fui una mamá demasiado permisiva. Quería que mis hijos fueran felices, que estuvieran contentos. No me arrepiento, ha sido excelente el vínculo. Después de que murió mi marido, la relación con Marcela fue mucho más cálida, estrecha; ella se volcó mucho a mí y yo a ella. Me aferro mucho a Marcela, porque es una mujer inteligente, pensante y coherente. Ella a mí también. Nos complementamos muy bien. Y con Dani… Era amoroso. Durante mucho tiempo no lo vi, hasta que un día volvió a casa y me dijo: “Mamá, te quiero mucho”. [Suspira]. No me olvido más, yo estaba en la cama; se abrió la puerta de mi cuarto y apareció él.
–¿Se habían peleado?
–No. Él se había ido de casa, a vivir solo.
–¿Sus hijos la reclamaban cuando eran chicos?
–Un poco. Con Daniel filmábamos mucho: nos íbamos temprano, volvíamos muy tarde. Me pedían que estuviese en casa cuando ellos volvían del colegio. Yo quería estar con ellos, casi siempre llegaba para la hora del baño y me encargaba yo misma. Si volviera a vivir, quizás no haría tanto cine como en esa época. Cuando mis hijos fueron más grandes, les expliqué que sus padres habíamos trabajando tanto para que ellos tuvieran un buen estándar de vida. Y ellos reflexionaban.
–¿Cómo es la relación con sus nietos, Nacho (36), Juana (34) y Rocco (15)?
–Maravillosa. Con Nacho, además, tenemos un vínculo profesional. Sé que me quiere muchísimo y me tiene una profunda admiración. Nunca me lo hace saber, pero les escribe a mis amigos y les dice que soy una genia, entre otros adjetivos muy elogiosos. Juanita es un ser adorable. Nos mandamos whatsapp todo el tiempo. Me desarma cuando me dice: “Abuelita querida, te amo”. A Rocco lo voy a buscar al colegio una vez por semana y lo traigo a casa a tomar el té. Él toma chocolatada y come un tostado de queso. Se duerme un poco, porque está cansado, se levanta muy temprano. Pero los chicos de hoy en día no hablan mucho. A veces le mando mensajes y en lugar de escribirme “bueno”, me responde “bue” [Se ríe]. A mis nietos trato de darles todo lo que les gusta. Sería feliz si viviéramos todos juntos. Sé que es imposible, pero es mi sueño. Hace algunos años compré una casa en el Golf Club Argentino. La casa principal es mía, pero también hay una para Juana y otra para Nacho. Yo quería que los fines de semana estuviéramos juntos, notaba que Nacho se iba a jugar al fútbol, Marcela salía con amigos y yo estaba sola. Al principio, vinieron todos. Después, no más. Para mí es una lástima desperdiciar la vida así en lugar de vernos, comer un asado y disfrutar juntos.
–¿Quién es su gran confidente?
–Mi hermana Goldie. Si hay algo que no le gusta, me lo remarca pero sin lastimarme. Ella es mucho más memoriosa que yo. Los tres lo somos, Josecito también. Nos reunimos una vez cada diez días en mi casa y recordamos nuestra infancia en Villa Cañás. Hablamos de los amigos de nuestros padres, del auto que tenía papá, de los viajes que hacíamos…
–¿Les sorprende a ustedes mismos el gen de la longevidad de los Martínez Suárez?
–Sí, me sorprende. Pero nos cuidamos y nos queremos mucho. También discutimos, no es todo diálogo de carmelitas. Mi hermano nunca me presentó como Mirtha Legrand, siempre me llama la “Señora Tinayre”. Por eso no sé si le gusta que Goldie y yo seamos las Legrand, que fuésemos conocidas.
EL RECUERDO DE SU GRAN “AMOR”
–Después de Daniel, ¿nunca pensó en rearmar su vida sentimental?
–¡No! Para nada. No me interesa. Ni pienso en eso, tampoco lo hice antes. Despertarme a la mañana con la cara de un señor en la almohada, me muero. Eso no quiere decir que no admire a un hombre buen mozo. Me gustan elegantes. Admiro la belleza en general, soy una esteta. Si veo una mujer bonita, jamás dejo de decírselo. La halago. En eso no soy celosa.
–¿Cómo fue adaptarse a la vida de un hombre como Daniel: mayor que usted [tenía 16 años más] y extranjero [nació en Francia]?
–Sí, me llevaba varios años. Y como buen francés, tenía una casa organizada. Vivía en la calle Juez Tedín con una persona, María, que era gallega y le organizaba toda la casa. Así que yo nunca hice nada. Además, trabajé siempre. Jamás tuve que cocinar, no sé hacer nada. Ni un té. No me interesa tampoco. Siempre tuve personal muy fiel: Elba, durante muchos años, que murió hace tres, fue maravillosa conmigo y mis hijos; también María y ahora, Elvira y Mónica. Además, tengo mi chofer y caseros en la casa de afuera. Todos en blanco, ¿eh? Siempre tuve gente noble a mi lado para cuidarme, porque no me gusta estar sola. Y yo me dedico a ser Mirtha Legrand, ese es el ser que alimento.
–¿Cómo era su relación con la familia francesa de su marido?
–Cuando conocí a Daniel sus padres ya habían muerto. Ellos estaban separados y de chico él vino a vivir con su papá, Andre Tinayre, a Montevideo, porque era embajador de Francia en Uruguay. Por eso mi marido hablaba tan bien español. Además, Daniel tenía una hermana, Marlene, a quien conocí. Ella se quedó en París con la mamá.
–Con tanta experiencia vivida, una familia tan grande y muchos amigos ¿Se siente sola en algún momento?
–A veces. Pero mi cerebro siempre es positivo y enseguida cambio la mentalidad. A esta altura de mi vida, sólo quiero que no me hagan daño, me hieran o me falten el respeto.
–¿Tiene algún secreto jamás revelado?
–Que soy llorona. Me volví así con los años. Creo que es bueno haberme convertido en una mujer sensible.
LA FÓRMULA MIRTHA
Tips de belleza
“Todos los cuidados los hago en mi cuarto de vestir, donde tengo luz y buenos espejos. Salgo lo menos posible, salvo para ir al dentista: me cuido mucho la boca, tengo todos mis dientes. Además tengo una cosmetóloga, Mabel Tamarit, que viene dos veces por semana a mi casa. También una masajista, Noemí, que me atiende tres veces por semana. Y me hago manicura, pedicura y color constantemente”.
Comer, rezar, ejercitar…
“Como de todo, poco. Ese es mi secreto. ¿Ejercicios? Los odio, pero hago con mi kinesiólogo, Guillermo, que dice que levanto las piernas como una mujer de treinta años. También tengo un circuito de caminata en mi casa”. “Probé meditar, pero no me gustó. Me lo recomendó La [Graciela] Borges pero me duermo. En su lugar, rezo. Yo soy católica, creo en Dios. No voy a misa pero cada vez que paso con mi chofer por San Martín de Tours y está vacía, entro”.
Frente al espejo
“Veo a una señora mayor pero una linda mujer. Todavía apetecible. No quiero ser jovencita. A nada le temo más que al ridículo, de ahí no se vuelve. Detesto las mujeres grandes que se quieren hacer las nenas. Hay que vestirse de acuerdo a la edad”.
Su propia “gurú”
“Una vez fui al psicólogo y le mentí todo el tiempo. Como no se dio cuenta, no volví más. Soy psicóloga de mí misma. No tengo un humor estable, ¿eh? Soy muy cambiante. Además, impaciente. Cuando me salen con evasivas, no me gusta. Mi frase preferida es ‘vamos al grano’”.
- Texto: Sebastián Fernández y Paula Galloni
- Fotos: Tadeo Jones
- Asistente de fotografía: Martín Melizza
- Asesor de imágen: Héctor Vidal Rivas
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