
La comitiva de acompañantes que visitarán la Argentina para la cumbre del G20 , tiene una marcada inclinación hacia el arte. Acaso como ejemplo, las primeras damas de China y Japón son destacadas cantantes. Y Brigitte Trogneux, la mujer del presidente francés Emmanuel Macron, es profesora de literatura. Luego de estudiar sus perfiles, Juliana Awada armó la agenda de partners con dos "platos fuertes": una visita a Villa Ocampo, donde almorzarán hoy al mediodía,y un recorrido por el Malba, el sábado. La historia de Victoria Ocampo, presumen, fascinará también a la primera dama canadiense, Sophie Grégoire, que lucha activamente por la igualdad de género. A continuación, los invitamos a conocer (como harán los acompañantes) Villa Ocampo, testigo privilegiado de la historia cultural argentina.
Era amante no solo de la música y la literatura, sino también de la arquitectura. Y todas las casas que habitó Victoria Ocampo fueron representaciones significativas de la evolución del arte y la apreciación estética. Su espíritu transgresor y su amor por la historia convirtieron a Villa Ocampo, su casa, en un lugar único. Un espacio en el que plasmó como pocos un cierto "estilo sudamericano", despojado y vanguardista.

Ramona Victoria Epifanía Rufina Ocampo (1890-1979) nació en el seno de una familia que inauguró el siglo XX en la cima del refinamiento. Fue parte de una generación en la que la curiosidad intelectual y la lucha por las libertades transformaron el pensamiento nacional.Mecenas y empresaria editorial, se convirtió en el puente más sólido entre las culturas europea y latinoamericana. Y Villa Ocampo fue el lugar en el que su trayectoria alcanzó fama mundial y desde donde se catapultó como una de las personalidades más influyentes de su tiempo.

En las barrancas de San Isidro
La propiedad está ubicada en uno de los 65 terrenos de la ribera norte que Juan de Garay repartió en 1580, poco después de la fundación de Buenos Aires. Con el paso del tiempo, estas tierras se usaron para cultivos y plantaciones, hasta transformarse, ya avanzado el siglo XIX, en quintas de veraneo de familias aristocráticas.

Villa Ocampo fue inaugurada en 1891. El predio tenía una extensión de diez hectáreas y abarcaba desde Libertador hasta el Río de la Plata. Perteneció a Francisca Ocampo de Ocampo, quien lo cedió a su sobrino Manuel, padre de Victoria, para que construyera una quinta. El proyecto estuvo a cargo del mismo ingeniero Ocampo, quien diseñó una mezcla entre villa italiana y gran chalet donde su familia se instalaba cada año, de noviembre a marzo, para disfrutar del verano.

La "tía Pancha" dejó estipulado en su testamento que, a la muerte de Manuel y su mujer, Ramona Aguirre, la heredera de la propiedad sería la hija mayor del matrimonio, quien debía repartir el amplio terreno con sus cinco hermanas. Así, cumpliendo el deseo de su tía, un día la primogénita heredó Villa Ocampo y subdividió el lote. En el primer tomo de su autobiografía, Victoria cuenta: "La construcción empezó antes de mi nacimiento, en 1890. Mi padre fue el arquitecto de la casa y también quien diseñó el parque, grande en esa época (…). Solo en verano residía allí la familia, compuesta por mis tías abuelas (con quienes hemos vivido siempre), mis padres, mis hermanas (cinco) a medida que llegaban al mundo, y, al principio, mi bisabuelo. Murió de mucha edad. Yo diría que la historia de la quinta empieza con él, aunque poco tiempo pudo disfrutarla. Este bisabuelo era gran amigo de Sarmiento y administraba sus escasos bienes. Sarmiento no se ocupaba de ellos, y mi bisabuelo se obstinaba en enderezar sus finanzas caseras".

Victoria abandonó la casa familiar en 1912, cuando se casó con Bernardo de Estrada, de quien se separó al poco tiempo. Desde entonces, su espíritu rebelde la llevó a ser una pionera en muchos aspectos. La arquitectura y las artes decorativas no fueron la excepción. Amante de las vanguardias, mandó construir la primera casa racionalista de la Argentina, en 1926, nada menos que en el exclusivo barrio de Palermo Chico, donde el estilo lineal impactó entre el resto de las suntuosas edificaciones y las residencias de inspiración francesa allí ubicadas.

La mayor de las Ocampo heredó la casa en 1930 y la siguió utilizando, junto con sus hermanas y sus sobrinos como casa de verano durante los siguientes once años, hasta que decidió mudarse definitivamente a San Isidro, en 1941. En cuanto se instaló, se dedicó a redecorarla e imprimirle su sello: pintó de blanco toda la boiserie de caoba que los Ocampo trajeron de Europa para iluminarla. Llevó sus muebles predilectos, sus miles de libros, sus obras de Troubetzkoy, Helleu, Picasso, Léger y Figari. Todo un sacrilegio para esa época. Pero nada podía importarle menos a Victoria: amaba estar a la última moda. El exterior, sin embargo, fue mantenido intacto, incluido el color salmón que don Manuel había elegido. Fue a partir de ese año que la dueña de casa comenzó a invitar a los grandes intelectuales de la época a visitar nuestro país.

Desde su segundo viaje a Europa, en 1908, su interés por la literatura y la filosofía hizo que Victoria tomara clases con Henri Bergson en La Sorbona y que comenzara a frecuentar los salones literarios más importantes del Viejo Continente. Durante las largas temporadas que pasaba en París, todos quedaban fascinados con esa criolla extrovertida. Fue así que muchos de estos escritores, pintores, músicos y filósofos pasaron largas temporadas junto a Victoria en su residencia de San Isidro, para brindarle una historia y un espíritu único.

Nace la revista Sur
A fines de la década del 20, mientras se alojaba en Villa Ocampo, el escritor estadounidense Waldo Frank convenció a Victoria de crear una revista literaria. A instancias del filósofo español José Ortega y Gasset, la revista se llamó Sur.Con el tiempo, se fue conformando un pequeño grupo de personas que permaneció unido durante muchos años y que no solo compartía una particular actitud hacia el mundo y hacia la literatura, sino que además ayudó a trazar el curso de las letras argentinas durante el siglo XX.

Victoria se concebía como una mujer civilizada dentro del caos que reinaba en la literatura nacional y, en un intento por romper el provincialismo cultural de Argentina, impulsó la apertura hacia el mundo. Victoria quiso levantar un puente de doble mano: dar a conocer la mejor literatura extranjera contemporánea, europea y estadounidense aquí, y la obra de los escritores argentinos en todo el planeta. Esta intención se vio reflejada en las palabras de Octavio Paz: "Victoria hizo lo que nadie antes había hecho en América. Su trabajo demuestra la libertad de la literatura frente a los poderes terrestres". Por décadas, fue la anfitriona más famosa del país. En un pequeño texto se refirió a esos grandes invitados: "Rabindranath Tagore pasó dos meses como huésped en San Isidro (...). Después de ocho semanas felices pero agitadas (venía mucha gente a ver al poeta, y era necesario protegerlo e impedir que se cansara demasiado), me despedí de él, que partió en un barco italiano, y me pareció que había encontrado una manera de pagarles a los escritores y artistas las alegrías que les debía. La casa que dejó Tagore se la ofrecí a Pedro Figari, quien pasó allí ese verano. Esto fue un comienzo. Gabriela Mistral fue mi huésped mimada todo un otoño (…). En Villa Ocampo vivieron Albert Camus (durante su estadía en Buenos Aires) y Graham Greene vino tres veces. Roger Caillois, cuatro años más o menos. También a A.W. Lawrence (hermano del de Arabia) y Waldo Frank, injustamente olvidado escritor estadounidense".

Un recinto para la cultura
Seis años antes de morir, en 1973, Victoria decidió donar Villa Ocampo a la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), ya que ese mismo año Juan Domingo Perón, quien la había encarcelado por su ideología política en mayo de 1953, asumió por tercera vez la presidencia de la Nación. Tenía temor a ser censurada y hostigada nuevamente por el peronismo y que el Gobierno le diera un destino alejado de las artes. Ese fue el motivo por el que Victoria recurrió a la Unesco, una organización internacional respetuosa y confiable, para que siguiera reuniendo a la cultura en su casa. "Desde que dispuse de mis quintas, fueron las de los escritores amigos. Deseo que gracias a la Unesco conserven este destino", escribió. Murió el 27 de enero de 1979. Y en 1997, el gobierno argentino declaró Villa Ocampo Monumento Histórico Nacional.

Testigo privilegiado, Rosa Bengolea Ocampo de Zemborain, la única sobrina viva de Victoria, habló sobre los años en que convivió con ella en la casona de San Isidro. De su mano, ¡Hola! recorrió Villa Ocampo, el escenario identificado con Victoria como ningún otro, el mismo en el que vivió la mayor parte de su vida.




–¿Cuáles son sus primeros recuerdos de esta casa?
–Siempre amé esta casa, por su buen gusto y su jardín lleno de flores y ombúes. Recuerdo a mi abuelo Manuel en el Corredor del Río, que era como se llamaba antes a la terraza del frente, con sombrero y bastón sentado en un sillón de mimbre, mirando sin cansarse el Río de la Plata. Mi abuela Ramona, a quien la llamaban "Morena", recorría las terrazas y los balcones, que decoraba con jazmines y enredaderas de Santa Rita. También recuerdo cuando jugaba con mis hermanos y primos en un lugar donde había un enorme pedestal con un gran ciervo de hierro. Por ahí siempre pasaba tía Victoria antes de salir a caminar, vestida con su pantalón ancho de seda gruesa color salmón, una blusa sin mangas, alpargatas, un pañuelo en la cabeza y anteojos de sol. No era una mujer a la que le gustaran los chicos, por lo que nos miraba, nos saludaba y seguía de largo con entusiasmo y grandes pasos.
–¿Cómo era un día de Victoria aquí?
–Pasaba mucho tiempo en su cuarto leyendo y respondiendo cartas. De hecho, los sirvientes –todos gallegos– se pasaban el día entero alejándonos de la puerta de su cuarto y también de la ventana que daba al jardín, advirtiéndonos que la "señora Victoria" estaba escribiendo y no quería escuchar ruidos. Los mucamos la adoraban y la servían con verdadero amor. Ella los tuteaba y los trataba como si fueran de su familia. De hecho, cuando se donó la casa a la Unesco, la única condición que puso tía Victoria fue que el personal pudiera seguir viviendo en ella si así lo deseaban.
–Villa Ocampo fue siempre un lugar muy frecuentado por intelectuales…
–Siempre había visitas. Y recuerdo que me encantaba espiar por las puertas de vidrio de la terraza a "los grandes" almorzando. Me quedaba un largo rato viendo cómo charlaba tía Victoria con sus invitados en ese comedor con una mesa enorme y veinticuatro sillas. A ella le gustaba comer muy bien, por lo que siempre comentaba cada plato. A la hora del té llegaban autos de Buenos Aires con sus amigos, Jorge Luis Borges, Eduardo Mallea, Manucho Mujica Láinez, María Rosa Oliver… Recuerdo todavía el aroma del bizcochuelo horneándose, de las magdalenas recién hechas y del chocolate caliente con espuma que nos servían.
–Con el paso del tiempo, ¿cómo fue su relación con Victoria?
–Dejé de ver a tía Victoria por varios años, ya que ella siempre estaba viajando por el mundo y yo era una mujer dedica da completamente a mi familia. Para mi gran sorpresa, un día recibí una carta después de que empecé a trabajar en cine. Corría el año 1974 y en aquel entonces formé con mi gran amiga Tita Tamames una productora. La tregua, nuestra primera producción, estuvo nominada al Oscar como Mejor Película Extranjera, por lo que a tía Vic, como feminista que era, le gustó que hiciera algo personal y diferente a lo que hacían las mujeres de mi círculo. Todavía guardo la larguísima carta que me escribió después de haber visto la película, en la que comentaba cada actuación y todos los detalles. Quiso conocer al elenco y me pidió que los invitara a Villa Ocampo. La visita duró hasta las 10 de la noche. Todos quedaron maravillados con la casa y encantados de haber conocido personalmente a la célebre Victoria Ocampo, de la que seguramente tenían una opinión diferente.
–¿Qué viene a su memoria cada vez que regresa a esta casa?
–Creo que lo primero que viene a mi mente son los olores. Todavía siento el aroma a cera, a flores y a chimenea, donde se quemaban piñas. También su temperatura, gélida en invierno y muy fresca en verano. Cierro los ojos y escucho el piano que tocaba mi tía Angélica, la hermana predilecta de tía Vic. Gracias a ellas fue que conocí por primera vez la música de Ravel, Debussy y Erik Satie. Siempre les estaré muy agradecida por haberme enseñado a gozar del placer de la buena música.
Texto y producción: Rodolfo Vera Calderón





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