Peter Pan y el vuelo de la fantasía
Peter Pan, todos podemos volar / Autor: adaptación teatral de Marisé Monteiro, sobre el libro de James Barrie / Dirección: Ariel del Mastro / Música: Patricia Sosa y Daniel Vilá / Dirección musical: Oscar Mediavilla / Coreografía: Gustavo Carrizo / Escenografía: Jorge Ferrari / Vestuario: Gabriela Pietranera / Iluminación: Gaspar Potocnik / Intérpretes: Fernando Dente, Gabriel Goity, Natalie Pérez, Ángela Torres, Nazareno Mottola, Meme Mateo y elenco / Sala: Gran Rex, Corrientes 857 / Funciones: en vacaciones de invierno, martes a domingos, a las 15.30 y 18.
Nuestra opinión: buena
Peter Pan es tan atemporal como la Tierra de Nunca Jamás. A más de un siglo de su estreno teatral en Londres -previo a su publicación como relato-, la historia de James Barrie vuelve una vez más a escena para cumplir el sueño infantil de no crecer hacia las responsabilidades de la adultez. El eterno juego de aventuras entre hadas, indios y piratas se presta a un gran despliegue escénico.
Aun cuando las espadas actuales de los chicos sean más galácticas que de bucaneros, el espíritu lúdico es el mismo y mantiene su atractivo. Sobre todo, porque la trama del inglés James Berrie la enmarca en ese conflicto, esa tensión vital entre disfrutar de la niñez y desarrollarse hacia la vida adulta.
La versión escrita por Marisé Monteiro y puesta en escena por Ariel del Mastro sostiene este planteo con sutiles referencias a la existencia de las incursiones de Peter Pan previas a la infancia de Wendy y también más allá de ella, cuando la niña ya es madre. Entre un extremo y otro, la fantasía tiene su espacio. Las incursiones aéreas de Peter Pan, interpretado por Fernando Dente, generan exclamaciones de asombro entre los pequeños en la platea, sobre todo cuando cruza por sobre sus cabezas hacia las alturas más allá del superpullman. La presencia feérica de Campanita es eficazmente resuelta mediante la proyección de su revoloteo como una pequeña imagen luminosa.
Hay un lento crescendo a partir de una introducción que se estira un poco más de la cuenta con una canción de presentación de Wendy, el personaje encarnado por Natalie Pérez, que no aporta tampoco mucho desde el punto de vista musical. Recién se entra en un ritmo más atractivo en la medida en que se inicia el vuelo hacia Nunca Jamás. Las coreografías grupales que marcan la aparición primero de los indios, liderados con enérgico paso –y canto un tanto forzado– por Ángela Torres como Tigrilla, y luego de los niños perdidos, encabezados con singular gracia por Meme Mateo, dan el tono necesario de acción colorida que pide la obra.
La entrada en escena del malvado Capitán Garfio, personificado con oficio por Gabriel Goity, al frente de su banda de piratas y secundado por su graciosamente torpe lugarteniente Smee –Nazareno Mottola– termina de armar el paisaje. Sin olvidar, claro, al cocodrilo con su tictac amenazante y las fauces cada vez más grandes, que terminan por cerrarse sobre Garfio. Queda la sensación de que la figura del malvado capitán daba para una presencia más fuerte. Quizás hubiese requerido sin embargo para ello también de una composición más elaborada del personaje de Peter Pan, que se queda un poco en el enunciado de su vocación infantil. El texto y la puesta prefieren abundar en gags verbales.
La partitura de Patricia Sosa y Daniel Vilá funciona mejor en los momentos corales y de acción que en los temas más reflexivos que abren y cierran la obra, en consonancia con toda la puesta en escena, que adquiere más potencia a través de los cuadros locales que de las interpretaciones individuales. La fantasía de Peter Pan es, de todos modos, un anhelo con fuerte anclaje en el juego colectivo de la infancia, con vigencia permanente en la memoria de quienes supieron disfrutar sus aventuras, más allá de los personajes particulares que adoptaran en cada caso.
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