El asesino improbable: un brutal magnicidio y los pormenores de una investigación policial repleta de marchas y contramarchas
La miniserie sueca, escrita por Niklas Rockström y Wilhelm Behrman, despliega varios recorridos temporales y retrata las diversas teorías y pistas que deja tras de sí la muerte de un primer ministro, ocurrida en 1986
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El asesino improbable (The Unlikely Murderer / Suecia, 2020). Dirección: Charlotte Brändström, Simon Kaijser. Guion: Niklas Rockström y Wilhelm Behrman, Thomas Pettersson. Fotografía: Aril Wretblad. Montaje: Thomas Lagerman, Joakim Tessert-Ekström, Christina Eriksson. Elenco: Robert Gustafsson, Eva Melander, Cilla Thorell, Björn Bengtsson, Mikael Persbrandt, Magnus Krepper. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: muy buena.
El 26 de febrero de 1986, el primer ministro sueco Olof Palme fue asesinado en el centro de la ciudad de Estocolmo mientras paseaba con su esposa luego de salir del cine. El hecho causó una conmoción inmediata en la sociedad y la policía comenzó una investigación que tuvo diversos sospechosos: un extremista de 33 años que pudo haber atentado contra la vida del mandatario por sus ideas pacifistas, la pista kurda que puso en el ojo de la tormenta al Partido de los Trabajadores de Kurdistán, un adicto con prontuario delictivo que respondía a la teoría del lobo solitario. La causa obsesionó a la opinión pública, derivó en el desplazamiento de varios policías y funcionarios de justicia y dejó una herida permanente en la historia de Suecia.
La miniserie escrita por Niklas Rockström y Wilhelm Behrman se inspira en el libro del periodista Thomas Pettersson –El hombre improbable: El hombre de Skandia y el asesinato de Olof Palme- que más de veinte años después del magnicidio reconstruye la causa y presenta al posible asesino: Stig Engström, un diseñador gráfico conocido como “el hombre de Skandia”. Ese apodo periodístico se debe a su lugar de trabajo, la compañía de seguros situada a metros del lugar donde fue asesinado Palmer, y su presencia en la escena del crimen siempre estuvo referida como la de un testigo, un curioso con afán de protagonismo, un misterioso peón que se fue desdibujando con el avance de la investigación. Siguiendo las pistas de la escritura de Pettersson, Rockström y Behrman esquivan toda duda sobre la identidad de este improbable asesino y se dedican a construir con paciente minuciosidad los motivos y las circunstancias que yacen detrás de un acto semejante.

Más allá del espejo inevitable del scandi noir en la construcción del tono sombrío del relato, la vida gris de Engström signada por rencores y frustraciones, la obtusa pedantería de la policía y los estertores de la Guerra Fría que funcionan como coro, El asesino improbable recupera la dinámica de películas como JFK, de Oliver Stone, o sobre todo Zodíaco, de David Fincher, que concentran la gimnasia del relato en la disección de los pormenores de la investigación policial. A pocas horas de conocerse la noticia del asesinato de Palme, el comisionado de la policía de Estocolmo, Hans Holmér, decide asumir la responsabilidad del caso, vanagloriarse de sus hallazgos en cada conferencia de prensa y alimentar las teorías conspirativas en boga. Así, el relato se escinde en la línea que persiguen algunos policías veteranos, guiados por la experiencia y los testimonios de la escena del crimen, y la línea oficial que asume su propia agenda, termómetro del desconcierto que genera el magnicidio al mismo tiempo que su conversión en un territorio fértil para dirimir asuntos de índole política.
El gran hallazgo de la miniserie es la construcción de la figura de Stig Engström, interpretado de manera extraordinaria por el comediante Robert Gustafsson. A medida que la historia avanza, despliega varios recorridos temporales: la investigación que se inicia en 1986 y tiene marchas y contramarchas a medida que pasan los años; la aparición del periodista Thomas Pettersson en 2008 para revisar el caso y escribir un libro; y distintos momentos en la vida de Engström que dan cuerpo a su personalidad y exploran uno de los grandes interrogantes de la historia: ¿por qué un hombre como él sería capaz de cometer un magnicidio? Un hombre común, irrelevante, con un desesperado afán de ser alguien en un mundo que lo ignora. ¿Dónde está la explicación? ¿Hay detrás de él una poderosa organización criminal, la CIA, un grupo de extremistas, un solitario cultivo del resentimiento?

Las contradicciones del propio Engström, el persistente pendular de su figura entre la oscuridad y el patetismo, ofrece la mayor riqueza de un misterio cuya hipótesis se encuentra siempre al descubierto. A medida que pasan los años, las obsesiones horadan a los investigadores: al policía que termina jubilado antes de ver a sus sospechas asumir algún destino; al propio Pettersson que intenta descifrar cuál es la medida de su hallazgo y si allí yace el atractivo de un libro; pero sobre todo al propio Engström, cuya vida se organiza en el obsesivo seguimiento de los ecos de aquel 26 de febrero de 1986, los meandros de sus acciones, sus dichos y sus inventos. La pátina cómica que le brinda Gustafsson en su interpretación es siempre subterránea para el personaje, el prisma con el que todos lo perciben, con una mueca de sorna y desprecio, quizás la clave de su tragedia y la verdadera esencia de sus actos.
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