Abandonó Nueva York para mudarse a un pueblo en las montañas y revela por qué no se arrepiente
La mujer relató el cambio rotundo de vida que realizó junto a su familia y detalló todos los beneficios que encontró en su nuevo hogar
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Cuando Lydia Warren dejó su departamento en Brooklyn para instalarse en una casa en los suburbios de Long Island, creyó que ese sería su destino final. Sin embargo, la irrupción del Covid-19 alteró sus planes y, junto a su esposo, abandonó la vida cara y acelerada del área metropolitana de Nueva York para empezar de nuevo en un pequeño pueblo en las montañas Catskills, tres horas al norte. Ahora, asegura que no se arrepiente.
Las ventajas de su nueva vida en un pueblo de montaña en Nueva York
La mudanza comenzó en enero de 2021, cuando vendieron su casa y se instalaron en una localidad de apenas 1600 habitantes. Atrás dejaron su rutina en un municipio de 25.000 personas, con un centro repleto de comercios, bares, restaurantes y un tren que llegaba a Manhattan en 40 minutos.

Una de las primeras sorpresas para la mujer, según indicó en un artículo en Business Insider, fue la ausencia total de tráfico pesado. Tras años de lidiar con el congestionamiento vehicular de Long Island, le resultaba casi increíble que los trayectos en las rutas rurales respetaran exactamente los tiempos que marcaba el GPS.
“Nunca quedo atrapada en un embotellamiento”, enfatizó. En esa misma línea, remarcó que los únicos obstáculos posibles son la nieve, la niebla en la montaña o la presencia de animales que se cruzan en el camino.
Esa tranquilidad también se trasladó a la vida cotidiana. Ir al médico, enviar un paquete o comer en un restaurante dejó de ser una odisea. “Camino hasta el correo, entro y me atienden enseguida”, agregó.
En su primera consulta médica, la escena la sorprendió: la atendieron en horario, la escucharon sin apuro y la trataron “con respeto y paciencia”, algo que no había experimentado durante años.
Otra ventaja de su vida en el pueblo: la facilidad de hacer amigos
Warren descubrió que hacer amigos era, paradójicamente, más sencillo en un lugar pequeño que en la inmensa Nueva York. Las interacciones repetidas en cafés, ferias y senderos al aire libre crearon vínculos naturales.

Además, la población es menos transitoria y, según describió, quienes se establecen allí lo hacen con la intención de quedarse, algo que favorece la construcción de comunidad.
“Todos saludan a todos, incluso si no se conocen”, relató la mujer, un gesto cotidiano que en la Gran Manzana es inexistente.
Naturaleza y fauna silvestre: presentes en su vida tras dejar Nueva York
Otra de las enormes diferencias en su vida desde que se mudó a un pueblo de montaña desde Nueva York es que ahora convive diariamente con animales que antes solo veía a la distancia. Entre ellos enumeró:
- Puercoespines
- Pavos silvestres
- Zorrinos
- Serpientes
- Colibríes
- Buitres
- Osos
Su rutina también se adaptó a un clima más extremo. Los inviernos, con temperaturas que pueden llegar a 20 grados Fahrenheit (-6 °C), requieren botas con clavos, varias capas de abrigo y hasta raquetas para atravesar la nieve. En tanto, los veranos son secos y calurosos.
La mujer agradece haber tomado la decisión de abandonar Nueva York
A diferencia de otros millennials que huyeron de las grandes urbes durante la pandemia y luego lamentaron su decisión, Warren afirma que no siente ni un atisbo de arrepentimiento.

Cada mañana, se despierta frente a las montañas, con un cielo nocturno que nada tiene que ver con el de Nueva York, sin contaminación lumínica y con las estrellas que se revelan “claras y sobrecogedoras”.
Asimismo, valora la comunidad, la naturaleza, los servicios reducidos, pero eficientes, y la calma que encontró después de años en la gran ciudad. “Anhelaba volver al campo”, admitió. Hoy, tras casi cinco años en los Catskills, sostiene con convicción: no cambiaría nada.
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