Por qué algunas personas se niegan a armar el árbol de Navidad, según la psicología
Mientras para algunos el arbolito es símbolo de unión y alegría, para otros genera melancolía o ansiedad; especialistas explican qué hay detrás de esta decisión
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La Navidad, tradicionalmente ligada a la alegría y la unión, no despierta el mismo entusiasmo en todos. Para muchas personas, armar el arbolito, lejos de simbolizar celebración y recuerdos felices, puede activar melancolía, ansiedad o cansancio emocional, especialmente en la adultez, cuando las fiestas dejan de asociarse exclusivamente a la ilusión infantil.
El estrés de fin de año es un factor crucial. Las demandas laborales, cierres personales y presiones sociales influyen directamente en la vivencia de estas tradiciones. Según los especialistas, las fiestas suelen ser un motivo de encuentro para la mayoría de las personas, pero también implican un alto componente de ansiedad ligado a la organización, obligaciones y expectativas externas.

A esto se suman los duelos y pérdidas, que se intensifican en estas fechas: familiares muertos, separaciones, conflictos no resueltos o la distancia de hijos que emigraron. En estos casos, evitar rituales como armar el árbol puede ser una forma de autocuidado emocional, estrategia para proteger el propio bienestar ante la intensidad de estas sensaciones.
La presión social de “estar bien” y mostrarse alegre es otro punto clave. Para quienes atraviesan momentos difíciles, esta exigencia resulta incómoda o dolorosa. La decoración navideña, en lugar de generar disfrute, se convierte en un constante recordatorio de esa expectativa social. Los cambios en las estructuras familiares, como familias ensambladas o vínculos debilitados, también demandan un esfuerzo emocional adicional en las celebraciones.
La psicología destaca varios motivos para no armar el árbol. Entre ellos: cansancio emocional y mental acumulado durante el año; duelo por ausencias, tanto por fallecimientos como por distancias afectivas; soledad, que se visibiliza más en épocas de reuniones; introversión o alta sensibilidad, que genera saturación ante el exceso de estímulos sociales; y rechazo a la imposición emocional, a “tener que estar feliz”. También influyen las preferencias personales, por lo que se buscan rituales alternativos más acordes a los propios valores. No armar el árbol no implica rechazar la Navidad, sino vivirla de otro modo, más auténtico.

El sociólogo Thomas Henricks, profesor de la Universidad de Elon, identificó en Psychology Today cuatro perfiles frente a la Navidad. El “controlador” tiene una idea fija de cómo “debe” ser la celebración, organiza todo, pero genera tensiones si no sale como espera. El “forastero” incluye a quienes viven solos, tienen pocos recursos o no se sienten representados por el modelo festivo dominante, por lo que opta por correrse de la tradición. El “atrapado” participa por obligación, no por deseo, y cumple con reuniones incómodas que pueden reactivar conflictos y aumentar el malestar. Finalmente, el “sobrecargado”, el perfil más común, vive las fiestas como una suma de presiones: trabajo, gastos, compromisos sociales y poco descanso, lo que incrementa su estrés.
Los especialistas coinciden en que no hay una única forma correcta de vivir las fiestas. La clave está en poner límites, elegir qué tradiciones sostener y priorizar el bienestar emocional. Por eso, Henricks aconsejó participar selectivamente, encontrar niveles de interacción tolerables y expresar el afecto de formas auténticas, incluso fuera de los rituales clásicos. No armar el árbol no es un rechazo al afecto, sino, muchas veces, una forma honesta de escucharse y atravesar las fiestas según las propias emociones.
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