Crisis en Venezuela, la medida de la presión sobre Milei
Si el presidente libertario no baja la inflación en serio y reactiva la economía, le habrá dado argumentos a una versión de la Argentina que añora opciones populistas
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La Argentina de Javier Milei está “condenada al éxito”: la frase célebre del Eduardo Duhalde modelo 2001 en su asunción presidencial en aquellos días de crisis histórica, resuena, inquietante, en esta coyuntura. Con otro sentido, y eso es clave: no vuelve a la memoria como augurio, fallido, de un futuro promisorio asegurado después de tantos sinsabores sino como requisito necesario e ineludible para el cambio profundo de época con el que sueñan Milei, la política que se alineó tras él y sus votantes: si el Presidente no baja la inflación en serio y reactiva la economía, la alternativa política que hoy no se avizora puede encauzarse eventualmente en una opción que confunde populismo económico con matriz macroeconómica y productiva sostenible y equitativa.
La crisis venezolana y las reacciones en torno a Venezuela son la medida del desafío que enfrenta la presidencia de Milei: después de veinticinco años de chavismo político, económico y social, sus crisis no logran todavía desmantelar su estructura de poder, ni la potencia que su relato ejerce en una parte significativa del autopercibido progresismo latinoamericano y algunos especímenes globales. Si Milei no logra entregarle en bandeja ese logro económico a sus votantes, le habrá dado argumentos a una versión de la Argentina perokirchnerista que sigue adorando una matriz conceptual Estado-céntrica, también en el caso venezolano, a pesar de las muestras claras de su fracaso. Hay datos de esa permanencia ideológica, a pesar de su ineficacia y sus crisis.
Más allá del triunfo del líder libertario en el balotaje del año pasado, el kirchnerismo, o un neo kirchnerismo, según sea el optimismo político, sigue vigente en el modelo mental de Axel Kicillof, quien talla fuerte, a pesar de todo, en el principal distrito electoral del país, la provincia de Buenos Aires: la solución a la crisis del sistema de salud provincial es, para Kicillof, el gobernador que cobija esa crisis, la creación de la Empresa Bonaerense de Emergencias en Salud. A una crisis del modelo de Estado kirchnerista, Kicillof le responde con más intervención estatal. Es echarle leña al fuego.
El expresidente Alberto Fernández insiste con una versión kirchnerista de la realidad económica que se niega a incorporar la evidencia de su fracaso. “Veo que Milei te convenció de que el principal problema de la inflación es exclusivamente el gasto público”, le dijo a Ernesto Tenembaum en su última entrevista. Sobre el “exclusivamente”, Fernández elaboró su coartada: en su mirada, la inflación tendría que ver con la escasez de dólares por sequía y otros avatares y en consecuencia, su precio al alza que se traduce en inflación. Después de cuatro años como presidente, una emisión de 31 billones de pesos en 2023, buena parte para financiar la campaña electoral del exministro de Economía, Sergio Masa, y una inflación que terminó en el 211,4 por ciento anual, Fernández se resiste a ver una conexión entre el déficit, la emisión de pesos, además de su uso político, y la inflación.
En la misma línea, en los últimos años, Cristina Kirchner insiste con la relativización del déficit fiscal. A veces, como mal menor ante la necesidad de una política pública que de extensión de derechos. Otras veces, como política fiscal que siguen países desarrollados. En ninguno de los casos, la expresidenta lo coloca como un problema central de la economía argentina. Como Fernández, opta por la hermenéutica de la escasez de dólares, aunque los argentinos sean los humanos con más dólares en el colchón. Por razones que el kirchnerismo se niega a elaborar, los argentinos no confían en colocar sus dólares en la Argentina.
Veedores y silencios
Entre los veedores argentinos que lograron obtener la autorización del gobierno de Venezuela para ingresar al país, están el sindicalista docente Roberto Baradel, hombre clave de la política y la pax social bonaerense que tranquiliza a Kicillof, y el sindicalista de la CTA Hugo Yasky, entre otros: imposible no interpretar esa venia como alineamiento con Maduro, cuando los otros veedores convocados por la oposición fueron deportados apenas pisaron suelo venezolano.
El silencio de los veedores enfilados tras el kirchnerismo, luego de la autoproclamación de Maduro como ganador de las elecciones, cuestionado por las democracias más o menos desarrolladas del mundo, es elocuente sobre sus lealtades. Las Madres de Plaza de Mayo, por su lado, no dudaron es mostrar su apoyo decidido al régimen de Maduro.
La realidad venezolana muestra que la disputa política e ideológica que en las últimas horas se sintetiza en Milei versus Maduro expone la necesidad de que Milei logre un éxito indiscutido si lo que busca es el cambio cultural. La revolución económica mileísta es módica: la concreción de la utopía del déficit cero y la inflación bajo control. Pero queda claro que para la Argentina es revolucionaria. Esa batalla está lejos de estar consolidada.
En el FMI y en los alrededores de Rodrigo Valdés, el funcionario clave del organismo en el caso argentino, hay una primera conclusión: “lo más difícil ya lo hizo, que es lo fiscal”. El superávit a martillazos que logró Milei despierta reconocimiento en Estados Unidos: que la política esté dispuesta a pagar costos no es lo más común. Obviamente, la Argentina vive una paradoja: cuanto más costos Milei está dispuesto a pagar por esa decisión, más ganancias políticas recibe del lado de la opinión pública.
Sobre la fase monetaria, hay más dudas. Los funcionarios del Fondo no estarían dispuestos a dar esa batalla. En su perspectiva, ven con mejores ojos dejar que el Gobierno cometa sus propias equivocaciones y aprenda de sus errores. El objetivo, al menos, es que se equivoque enseguida, antes de entrar en año electoral.
Por todo eso, la presión sobre Milei encuentra su escala en la historia de Venezuela y su dramática evolución, hasta la coyuntura urgente de las últimas horas: un recambio presidencial mileísta respecto de la hegemonía kirchnerista que se tope con las mismas limitaciones que enfrentó otro recambio presidencial como el que trajo Cambiemos y la presidencia de Mauricio Macri es un problema de cultura política para la Argentina. La dimensión del cambio es sobre todo de matriz conceptual económica y productiva.
El escenario venezolano es dificilísimo y superpone dramas: el drama político, con elecciones amañadas hasta el hartazgo; el económico, con un intervencionismo destructivo; el social, con futuros destruidos de los que se quedan y con exilios masivos; el de los derechos humanos, con una dictadura que recorta libertades desde hace años. Pero las elecciones del último domingo envían un mensaje más puntual hacia la Argentina de Milei. Mejor consolidada en su institucionalidad, la batalla estructural en juego en el escenario político argentino es en principio económica. En la Argentina, lo económico es profundamente cultural. Ese sentido se acentuó con el líder de La Libertad Avanza.
Jugadas y riesgos
Hay internas entre Milei y la vicepresidenta Victoria Villarruel. Pero el jefe de Estado tiene en sus manos la jugada ganadora y, por supuesto, el mayor riesgo: la política económica. Un cambio cultural que instale la racionalidad de la ortodoxia del balance fiscal como el único camino posible para consolidar cualquier democracia local lleva las de ganar. En los tiempos que corren, para la Argentina, inflación baja y déficit cero equivale a más democracia.
El proceso electoral venezolano subrayó todavía más la empresa que Milei tiene por delante: el silencio de Cristina Kirchner en relación a las elecciones venezolanas contrastó con el posicionamiento público del Presidente brasileño. El kirchnerismo sigue jugando en tándem con el chavismo venezolano a pesar de que otros países como el Brasil de Lula o la Colombia de Petro empiezan a trazar algunas distinciones.
Antes del fin de semana electoral, el mero llamado de Lula a respetar el resultado electoral, que las encuestas mostraban adverso a Maduro, se convirtió en un acto altamente significativo. La cercanía de la izquierda latinoamericana fue gran parte responsable de la consolidación del régimen chavista en Venezuela: esa sola mención de Lula, de respeto a la voluntad de los votantes, alcanzó para mostrar una disidencia y poner un límite. En cambio, Cristina Fernández, habituada a la sentencia política en ocasiones clave, optó por el silencio.
Alberto Fernández se mostró alineado con Lula en ese llamado al respeto de las reglas electorales, pero quedó offside en el frente económico en su insistencia en seguir tachando a la utopía argentina del déficit cero como utopía reaccionaria.
Não abrirei mão da responsabilidade fiscal. Entre as muitas lições de vida que recebi de minha mãe, dona Lindu, aprendi a não gastar mais do que ganho. É essa responsabilidade que está nos permitindo ajudar a população do Rio Grande do Sul com recursos federais. Aprovamos uma…
— Lula (@LulaOficial) July 28, 2024
En las últimas horas, Lula se preocupó por manifestarle en dos sentidos, frente a la democracia, en su llamado de atención al gobierno de Maduro, y frente al capitalismo y la racionalidad económica. Ayer, Lula hizo un posteo clave en X. No se refirió al resultado electoral en Venezuela. Pero sí al balance de su gobierno a dieciocho meses de su asunción, y al déficit cero como política de Estado clave. “No renunciaré a la responsabilidad fiscal”, señaló. “Entre las muchas lecciones de vida que recibí de mi madre, la Sra. Lindu, aprendí a no gastar más de lo que gano. Es esta responsabilidad la que nos está permitiendo ayudar a la población de Rio Grande do Sul con recursos federales”.
Hubo debate sobre la veracidad de sus dichos y su oportunismo, pero el tema elegido es central: el balance fiscal como la prueba máxima de una visión democrática y equitativa de la gestión económica, alejada de la manipulación ideológica de las variables macro. En esa voluntad, Lula y Milei se parecen a pesar de sí mismos y se desmarcan de Maduro y del kirchnerismo. La macro balanceada como proxy de una democracia sustentable.
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