Tras años de vivir en el exterior, la diseñadora y artista Mora Barber volvió a instalarse en Bariloche, donde nació y creció
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“Estaba enamorada de la casa y quería mejorarla, pero tenía graves problemas de cimientos. Me decían que era más fácil y barato tirarla abajo y hacer otra. Pero persistí, y pude renovarla de manera artesanal”, nos dijo Mora Barber cuando nos recibió en su casa de Bariloche. Es que este lugar es muy especial para ella. Junto con su marido, la compró hace más de veinte años, pero enseguida se instalaron en el exterior. Cuando él murió inesperadamente, Mora decidió volver, instalarse aquí junto con sus hijos y hacer lo necesario para ponerla en forma.

Luego de consultar con varios profesionales, se reunió con el ingeniero Guillermo Cattaneo, que le sugirió drenar el lote y alivianar la estructura: “Quedó el techo colgando, apenas apoyado en unas columnas. Mientras tanto, nos fuimos a vivir a lo de mi mamá. Yo pensaba que con un viento se iba a volar todo”, recuerda.

De más está decir que lograron hacer la obra. Fue Mora quien trazó los planos e imaginó los interiores, y fue avanzando con los constructores, un ambiente a la vez.

Giro actual
“Siempre me gustó la rusticidad de esta casa. El exterior de piedra, las vigas del living, las maderas de las paredes. Al mismo tiempo, busqué darle un giro más actual, mantener su calidez original sin que se fuera a un estilo romántico”. Lo logró, entre otras cosas, con clásicos modernos mezclados con muebles de líneas netas, sus propias obras y objetos de segunda mano traídos del exterior.

“Llegamos a Estados Unidos con nuestro primer hijo. Empecé a recorrer thrift stores para equipar la casa y encontré muchas cosas que tengo hasta el día de hoy, como la lámpara colgante de acrílico y tanza que está en el living", detalla. “Este lugar reúne cosas de todas mis casas y experiencias anteriores. Cuando volví luego de 15 años en Miami, quedaron en containers, en el campo. Recién una vez que la reforma estuvo lista, elegí los objetos, muebles y obras que quería tener acá”, resume.

Al fondo, un cuadro montado sobre rieles que se desliza frente a la abertura para taparla, cuando se quiere. “Esa obra es provocadora de ideas, siempre genera discusiones en las reuniones”, dice sobre la pieza que trajo de Miami, pero de la que no conoce su autor.

La cocina, integrada
“Quería que todo pasara acá. Cocinar, comer, compartir, conversar. Es el lugar donde me encanta estar: disfruto de la vista, preparo dulces y chutneys con las frutas que cosecho en el jardín o seco las nueces de mi nogal", nos cuenta la dueña de casa.

El cielo raso, más bajo sobre la isla para facilitar la iluminación, se hizo con maderas recuperadas de la obra.

La puerta de madera, al fondo, comunica con el nuevo espacio de trabajo.
El rincón de la artista
El último cambio fue un módulo adosado a la cocina, más moderno que el resto, donde Mora montó su taller. “Esta ala nueva iba a ser un quincho, pero terminó siendo mi taller. Ahora estoy pensando en mudarlo, que sea independiente de la casa. O quizás instalarlo en el campo que tenemos con mi mamá. Veremos", explica.

El taller tiene revestimiento interior de madera y exterior de chapa negra acanalada, material con el que también cubrieron el techo de alerce, para evitar filtraciones



Escaleras arriba


“En la planta alta había un altillo que solo servía para guardar valijas. Yo subía con una escalerita, las dejaba ahí y bajaba, porque hasta caminar en ese piso de yeso era peligroso. Pero tenía una ventanita al lago… Así que decidí transformarlo en mi dormitorio. La vista es espectacular, el lago y la vegetación, imágenes que me vuelven a sorprender cada día”.

Hoy, sus tres hijos están estudiando en Buenos Aires, y a Mora la alegra que vengan de visita con sus amigos. “La casa sigue en movimiento. Siempre imagino espacios nuevos, cambio cuadros y, sobre todo, siempre hay algún pendiente. Eso la mantiene viva”.

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