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El estrés es una reacción natural del cuerpo ante un desafío. En dosis pequeñas y agudas, puede ser beneficioso: nos ayuda a reaccionar ante el peligro o a cumplir con una fecha límite. Sin embargo, cuando la sensación de amenaza o presión se prolonga en el tiempo, se convierte en estrés crónico, una condición que, según la neurociencia, puede tener efectos profundos y perjudiciales en casi todos los sistemas del organismo.
Entender qué sucede en nuestro cerebro y cuerpo cuando estamos bajo estrés constante es el primer paso para poder gestionarlo y mitigar sus consecuencias.
Cuando percibimos una amenaza, el cerebro, a través del hipotálamo, activa un sistema de alarma. Este le ordena a las glándulas suprarrenales que liberen hormonas como la adrenalina y el cortisol. La adrenalina aumenta la frecuencia cardíaca y la presión arterial, mientras que el cortisol incrementa el nivel de glucosa en la sangre, preparando al cuerpo para la clásica respuesta de “lucha o huida”.
Este mecanismo es vital para la supervivencia. El problema surge cuando el factor estresante no desaparece. Las preocupaciones laborales, los problemas familiares o una situación económica difícil pueden mantener esta alarma encendida de forma permanente.

Según la neurociencia, la sobreexposición constante al cortisol puede alterar la estructura y el funcionamiento del cerebro. Las áreas más afectadas suelen ser:
El desequilibrio hormonal y cerebral causado por el estrés crónico no se queda ahí. Desencadena una serie de reacciones en todo el cuerpo que pueden aumentar el riesgo de desarrollar problemas de salud a largo plazo.
Aunque los efectos del estrés crónico pueden ser serios, la capacidad del cerebro para cambiar y adaptarse (neuroplasticidad) ofrece una vía de esperanza. Tomar medidas para gestionar el estrés puede revertir algunos de estos efectos y mejorar significativamente la salud.
Estrategias como el ejercicio físico regular, las técnicas de relajación (respiración profunda, meditación), mantener una dieta equilibrada, asegurar un sueño de calidad y buscar apoyo en familiares, amigos o profesionales de la salud son herramientas clave para “apagar” esa alarma interna y devolverle al cuerpo su equilibrio.



