Miedo e indignación de los estudiantes de la escuela donde se planeaba un ataque a tiros
Los alumnos se manifestaron para exigir medidas de seguridad y poder “estudiar tranquilos”
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“Queremos estudiar tranqui”, gritaban dos alumnas con carteles en alto frente a la Escuela de Educación Secundaria N°4, en Ingeniero Maschwitz, en Escobar. No había clases normales ni clima de rutina. Hace 48 horas se descubrió un plan de un grupo de estudiantes para protagonizar una masacre y atacar a tiros el establecimiento educativo.
Los chicos no salían de la escuela para tomar el colectivo ni para comprar algo en el quiosco: cruzaban directo a la plaza que está enfrente y, una vez allí, comenzaban a aplaudir, se agrupaban, levantaban carteles escritos a mano y pedían seguridad. De a poco se sumaron madres, padres, vecinos. Algunos filmaban con sus teléfonos celulares, otros abrazaban a sus hijos. Nadie lloraba, pero todos temblaban.
Una de las chicas, de cuarto año, tomó la palabra: “Estamos pidiendo la seguridad y la posibilidad de seguir estudiando en el futuro sin tener en duda si vamos a estar bien o si nos va a pasar algo dentro del colegio. Entonces, acá con nuestras compañeras, estamos tratando de manifestarnos, cuando hay más gente, padres, para pedir eso: que se haga algo en el colegio”.

Los estudiantes explican que ese mismo día participaron de una reunión con delegados donde les informaron que los alumnos involucrados en la amenaza estarían alejados del edificio. “Vinimos a una reunión con seis chicos. Recién nos dijeron que los que quisieron organizar este tiroteo están aislados, que van a tener clases por classroom durante cuatro meses”, contó una de las alumnas.
“También nos dijeron que van a tener una perimetral de 100 metros al colegio, o sea, una cuadra, donde no se van a poder acercar. Y que se van a poner corredores de control y patrullas”, agregó.
Sin embargo, no todos creen que eso sea suficiente. Otra de las adolescentes dijo a LA NACION: “Estoy totalmente en desacuerdo. Me parece que los chicos deberían ser expulsados. Lo lamento por ellos, pero eso no se piensa de un día para el otro. Y tampoco estaría bueno que les permitan el acceso a otro colegio”.
El conflicto había comenzado una semana antes, con una serie de mensajes que circularon entre los alumnos. Un grupo de WhatsApp, creado por estudiantes de entre 13 y 15 años, contenía frases como: “Después de que matemos a los demás, hacemos un recorrido por la escuela para ver si quedó alguien con vida”. Otro de los mensajes decía: “La Uzi calibre .22 es corta y entra en la mochila. Hay que disparar en forma de ráfaga”.
La investigación está a cargo del fiscal Fernando Martín Reinas, funcionario que conduce la Unidad Funcional de Instrucción y Juicio (UFIyJ) N°2 del Fuero Penal Juvenil de Zárate-Campana.
La Justicia ordenó allanamientos en cuatro domicilios, aunque no hallaron armas, solo teléfonos celulares que fueron secuestrados.
Los estudiantes fueron identificados, aislados del colegio y se les impuso una prohibición de acercamiento.

La comunidad educativa reclama más que una medida temporal. Lucila, madre de dos alumnas, se enteró por otras madres de los chats que se intercambiaron los adolescentes que planeaban el atentado.
“El día miércoles, día feriado, vengo de trabajar y me encuentro con unos audios, unos mensajes, que hubo un problema con una chica de tercero, amenazando que iba a matar a los compañeros. Yo como madre estoy muy angustiada. No saber qué hacer tampoco, porque bueno, hoy está la policía, antes no estaba la policía”, dijo Lucila.
La mujer intentó hacer la denuncia por su cuenta. “Me acerqué a la comisaría. Quise hacer una denuncia personalmente por la seguridad de mis hijos. Y no me tomaron la denuncia. Me hicieron firmar un papel en blanco, que no vale nada. Yo no los traje más a la escuela. Hasta que no se resuelva este problema con esta chica, que es la organizadora, no los voy a traer porque no me dan ninguna seguridad”, explica a este medio.
Otra madre, Janette, relató a LA NACION que su hija le mostró los mensajes llorando. “Mi hija viene temblando y me dice: ‘Mamá, mirá lo que me acaba de llegar’. Me manda todos los chats. Pensamos que era por el classroom, pero cuando empezamos a leer nos dimos cuenta de que era mucho más grave”.
Janette criticó la reacción de las autoridades del establecimiento educativo. “Cuando fuimos a la reunión, la directora no habló. Los directivos nos dijeron que los chicos ven mucho Netflix, como minimizando todo. Que no se encontraron armas, que los chicos lo dijeron como una broma. Pero después nos enteramos de algo más: que hace unas semanas una alumna apuñaló a un compañero con un cuchillo dentro de la escuela y que lo solucionaron cambiándola de turno”.
Preocupación en aumento
La situación fue agravándose. Algunos padres llevaron a sus hijos a la comisaría para sumar denuncias contra el grupo que había intercambiado esos mensajes sobre un ataque. “Mientras hacíamos la denuncia, los mismos chicos que estaban involucrados nos mandaban mensajes desde afuera del colegio. Les decían a nuestros hijos: ‘Sigan denunciando que los vamos a matar a todos, incluyendo a los padres’”.
Gabriela, otra madre que participó de la reunión y la denuncia, también decidió no enviar más a su hija. “Si no es por los chicos, no nos enteramos de nada. Ese es el dolor que tenemos. Esa es la bronca. Que si los chicos no hablaban, no sabíamos nada. Yo quiero mandar a mi hija a estudiar y no tengo garantía de nada”.
La noche después de la denuncia, los estudiantes recibieron nuevos mensajes. “Empezaron a llegar mensajes intimidatorios diciendo que, cuando se calmen las aguas, la masacre se va a hacer igual”, contó Gabriela. “¿Cómo hago ahora para mandarla al colegio? ¿Qué seguridad me dan?”.
Las alumnas contaron que una de las directivas les dijo en persona que “no se puede revisar mochilas” y que “no se puede controlar lo que alguien traiga” un estudiante. “Dijo que si alguien entra con un arma, no se puede hacer nada. Eso fue lo que me dijeron hace menos de una hora”, repitió una de ellas.
En la plaza, los aplausos siguieron. La esquina se llenó de voces que pedían lo mismo: garantías. Los estudiantes quieren volver, pero no así. “Nos hablaron de talleres, pero no vinimos. Vinimos porque sentimos que no podemos seguir igual. Queremos estar en el aula sin pensar si va a pasar algo”.
Lucila, firme, concluyó: “Si hubiera pasado, sería otra historia. Hoy puedo hablar porque mis hijos están en casa. Pero no quiero agradecer que no pasó nada. Quiero que no pueda pasar”.
Lucas, padre de un estudiante de cuarto año, explicó a LA NACION cómo vivió toda la situación. Con enojo, relató: “La institución les mandó a los delegados que restrinjan los grupos de WhatsApp para que los chicos no hablen ni opinen. Entonces le dije, hablá con tus compañeros, por privado, mandales esos chats y deciles lo que pasa para que los padres sepan. Porque si no, no sabemos nada, como me pasó a mí”.
La respuesta fue inmediata, según contó ese padre. “Le mandan una nota a mi hijo diciendo que no puede publicar, no puede comentar, no puede compartir, porque está bajo pena de cárcel. O sea, intimidando a los chicos para que no se publique más lo que estaba pasando. Y exponiéndose completamente a lo que podría llegar a pasar”. No hubo respuesta oficial de las autoridades educativas sobre un caso que generó temor e incertidumbre en la comunidad escolar.
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