¿Cómo evitar que los chicos caigan en la adicción a los videojuegos?
Jugando en grupo y premiando el buen comportamiento se puede evitar el bullying y hasta fomentar nuevas amistades
Hace cuatro años, Romina Luna Venegas (35), comunicadora y publicista chilena radicada en Argentina, fue a un torneo de videojuegos en Buenos Aires y presenció una situación que la marcó por siempre. “Un nene salió llorando de la competencia porque otro, que encima era más grande, le empezó a hacer bullying, diciéndole un montón de cosas desagradables. Ahí pensé “algo está funcionando mal”. Y me hice cargo; necesité cortarlo de raíz” admite. Así fue que en 2011, nació Sandbox, una comunidad sin fines de lucro, con reuniones y competencias que promueven el sano gaming entre chicos de todas las edades. Allí, quienes asisten, aprenden a jugar de forma sana.
Como todavía no tiene un espacio propio, Romina organiza las juntadas en el Burger King de Avenida Corrientes y Florida. Cada encuentro lo realiza cada tres meses y convoca a entre 100 y 200 personas que se enteran a través de la fan page de Facebook. Lo único que deben tener para participar y divertirse con videojuegos como el Mario Kart, Super Smash Bros, o el famoso Pokémon, es una consola y el cartucho; o simplemente cartas.
Contra el bullying
Para motivar el juego sin violencia ni maltrato, Romina está convencida de que el secreto se encuentra en compartir experiencias y en premiar el buen comportamiento: “Los chicos que han hecho bullying alguna vez, me dicen que lo hacían porque lo habían sufrido ellos antes. Se trata de una situación imitativa que se corta cuando aparece otro tipo de estímulo. Yo premio al que gana y enseña lo que sabe; al que pierde y da la mano. Cuando empiezan a entender el mensaje, todos empezamos a ser ganadores” explica.
Y, muchos de los premios de los sorteos o de las competencias que se arman, son donados por los mismos participantes: “Algunos traen consolas, peluches, remeras, todo el merchandising de videojuegos que se te ocurra. Y lo hacen porque creen en esto”, cuenta Venegas. Incluso existen mini Pymes que se suman a esta movida, ofreciendo productos fabricados por ellos, como llaveros; o distribuyendo revistas de cómics creadas por chicos.
A favor de la integración
Otro tema que combate la creadora de Sandbox es la adicción a los juegos: “Es real que el videojuego genera dopamina, sensaciones de placer y provoca adicción. Pero eso pasa cuando no hay un padre responsable detrás, y que lo transforma en un chupete electrónico para desentenderse”. En estos encuentros masivos, lejos de la alienación, los chicos participan para compartir datos, hacerse amigos e incluso pasar tiempo con sus familias. Y esto, Romina lo percibe reunión tras reunión, a través de la voz de los padres: “Una vez, la mamá de un chico se me acercó para contarme que su hijo tenía problemas de sociabilidad porque en el colegio no tenía ningún amigo y no hablaba. Iba al psicólogo y todo. Pero la señora me dijo que desde que juega en estas reuniones, empezó a relacionarse con sus compañeros” expresa emocionada.
En cada encuentro de Sandbox, llegan niños, adolescentes y adultos provenientes de diferentes barrios; desde Quilmes hasta Zona Norte. Y esto no queda sólo entre argentinos: también se suman gamers de Estados Unidos, de Colombia, México, Venezuela, Perú, Bolivia. “Esa es la magia de los videojuegos, que no hay diferencias culturales ni socioeconómicas. Importa si jugás o no; y no de qué barrio venís” declara la comunicadora. Además, agrega que estas situaciones le permiten a los chicos salir de sus casas e interactuar con pares que viven otras realidades.
Sandbox significa “caja de arena”. Su creadora admite que cuatro años atrás pensó esta movida de anti-bullying como un arenero, donde los fans de los videojuegos podían ir para pasar el rato, jugar, revolver todo e irse. Hoy es mucho más que eso: se convirtió en una comunidad, en un espacio donde los chicos van para cambiar, aunque sea, un pedacito de sus vidas.