“Lo logramos”: los festejos de estudiantes, docentes y trabajadores por el rechazo a los vetos
Manifestantes celebraron la ratificación de las leyes de financiamiento universitario y de emergencia pediátrica
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El grito estalló cuando el tablero marcó el último voto. La cuenta regresiva llegó a cero y, en un parpadeo, la vigilia se transformó en una fiesta. “¡Lo logramos!”, se escuchó por todos lados, entre lágrimas y abrazos que unían a desconocidos. En ronda, con los brazos arriba y saltando, estudiantes, docentes y trabajadores reunidos frente al Congreso celebraban la caída del veto presidencial y la ratificación de la ley de financiamiento universitario. Las pantallas de los celulares encendían el aire: algunos grababan incrédulos; otros preferían mirar en silencio, como asegurándose de haber presenciado un momento que ya parecía histórico.
El festejo había empezado unos minutos antes, con el rechazo del veto a la ley de emergencia pediátrica vinculada al Hospital Garrahan. Ahí la calle explotó en cantos y banderas, pero enseguida alguien pidió calma: “Esta lucha es conjunta, esperemos lo que pase con las universidades”. La multitud se reacomodó, volvió a agruparse, puso el cuerpo a la expectativa. Llegó el resultado y el murmullo se convirtió en rugido: “Con las universidades no, Milei”.
Un estudiante de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (UBA), todavía con la voz quebrada, le dijo a este medio: “Esto es mucho más que un número en el presupuesto. Es el reconocimiento a años de lucha, a noches enteras sin saber si íbamos a poder seguir cursando, a laboratorios que se quedaban sin insumos. Hoy nos devuelven la esperanza de que estudiar sea un derecho y no un privilegio. Ganamos esta batalla, pero ahora hay que hacerla cumplir”.
La espera
La jornada había comenzado con sol alto y calor. Las columnas empezaron a copar la Plaza del Congreso y, a medida que avanzaba la tarde, el flujo de gente se volvió incesante. Los autos que pasaban tocaban bocina en apoyo. La Federación Universitaria Argentina, el Frente Gremial y el Consejo Interuniversitario Nacional montaron una radio abierta con el escenario orientado hacia el Parlamento. Desde allí, se alternaron voces de dirigentes estudiantiles, docentes y representantes de organizaciones, con aplausos que crecían cada vez que una nueva bandera asomaba desde las calles laterales.
La postal se fue llenando con las presencias de Asociación Gremial Docente de la UBA, Conadu Histórica, Franja Morada, La Cámpora, MST, La Mella, Libres del Sur, Partido Obrero, Nuevo Encuentro y federaciones de universidades de todo el país. Se sumaron también las facultades de Periodismo y Comunicación Social, de Ciencias Sociales, de Ciencias Económicas, de Letras, de Derecho y de Psicología, entre otras. Los carteles artesanales tenían una consigna común: “Sin universidad no hay ciencia”; “La patria no se vende, la educación se defiende”; “¿Dónde está nuestra plata?” y “Hay que estar en la calle”.
En medio del gentío, Micaela Rivero, estudiante de Ciencias Biológicas de la UBA contó a LA NACION: “Vengo de Misiones, soy la primera de mi familia en llegar a la universidad. Si no existiera lo público, jamás habría podido estudiar. A veces no me alcanza ni para el boleto, pero no pienso abandonar. La plata tiene que llegar a las universidades y a los hospitales, ahí se juega el futuro. No pedimos privilegios: pedimos lo básico para seguir aprendiendo”.
Voces
A lo largo de la tarde se sucedieron testimonios que mezclaban bronca, esperanza y compromiso. Joaquín Carvallo, presidente de la Federación Universitaria Argentina, fue contundente: “La universidad pública no es solo una institución educativa, es la cuna del alma argentina. Hoy vamos a aprobar esta ley y vamos a exigir la reglamentación. Si no, estaremos en las calles las veces que haga falta”.
Agustina, secretaria general de la Federación de Estudiantes de la Universidad Nacional de Avellaneda, subrayó: “Todo este año estuvimos en la calle. La vida de los estudiantes es cada vez más difícil: becas congeladas, trabajos precarios, problemas de salud mental. Esta ley nos da oxígeno, pero no alcanza si no se cumple. Vamos a seguir hasta que se respete”.
Juan, de la Federación Universitaria de La Plata, agregó: “La victoria es política, pero no resuelve sola lo estructural. Soñamos con una universidad al servicio del pueblo y de la soberanía. Lo de hoy es un paso, no el final del camino”.
Desde diferentes grupos se encadenaban cantos que volvían una y otra vez: “Si hay veto presidencial, qué quilombo se va a armar”, “La UBA no se toca”, y una melodía que ganaba cuerpos a cada vuelta: “Es una tarde especial, no te la vas a perder, el veto va a caer y Milei también”.
El Garrahan
Los trabajadores del Hospital Garrahan llegaron con guardapolvos blancos y carteles en alto. Un referente tomó el micrófono: “Nadie se salva solo. Nuestro hospital está intervenido por autoridades sin legitimidad, que aplican descuentos y amenazan con despidos. Lo que hoy se discute no es solo una ley: es la posibilidad de frenar la destrucción de la salud pública. Si no la cumplen, vamos a volver a la calle, a las asambleas, a cada rincón del país, hasta que se respete lo conquistado”.
El aplauso fue unánime. Un grupo de estudiantes se acercó a abrazar a los médicos y enfermeros que habían hablado. “Estamos juntos en esto”, repitió una residente, mientras se fundía en un abrazo con docentes de Ciencias Sociales.
La cuenta hacia el recinto
La atención volvió una y otra vez al interior del Senado. La radio abierta intercalaba análisis y novedades, y abajo, los celulares transmitían la sesión. Cuando la tarde empezó a caer, la multitud se sentó en ronda a esperar. Se notaba el cansancio: rostros enrojecidos por el sol, botellas de agua compartidas, remeras agitadas como abanicos. Nadie quería irse.
Antes del inicio del trámite decisivo, Laura, representante de la Asociación Gremial Docente de la UBA, advirtió: “Esto es un escalón en una lucha larga. Si el Gobierno decide no aplicar la ley, tendremos que salir de nuevo. Ya hay facultades a oscuras y ascensores que solo funcionan en casos muy específicos. No podemos permitir que la universidad se apague”.
En paralelo, otra voz pedía por los hospitales y por los programas que atienden VIH y hepatitis, por la ley de discapacidad y por los salarios docentes. “La Plata tiene que llegar a los hospitales y a las universidades”, remarcó una profesora de Psicología de la UBA.
Testimonios
“La universidad pública me salvó la vida”, dijo Pedro Cantoni, un estudiante de Historia de la Universidad Nacional de Córdoba. “Llegué a la facultad después de meses difíciles. Volver a cursar me ordenó la cabeza, me devolvió una rutina y una comunidad. Si hoy estoy acá es por esa red que se armó sin preguntarme de dónde venía. Por eso digo que esto no es solo presupuesto: es una forma de estar en el mundo”.
Una graduada de Enfermería en la Universidad Nacional de La Plata agregó a este medio: “Trabajo de noche y estudio de día. Sin boleto, sin beca, sin salario digno para los docentes, la cadena se corta por el eslabón más débil. Esta ley es una puerta entreabierta; ahora hay que empujarla para que no vuelva a cerrarse”.
Mientras la radio abierta seguía, muchos miraban la transmisión del recinto en pantalla chica. Cada gesto de los senadores se leía como si pudiera anticipar el final. Alguien traducía en voz alta lo que pasaba adentro; otro pedía silencio. Se respiraba una ansiedad compartida.
El desenlace
Primero llegó la definición vinculada al Garrahan y la plaza estalló. Hubo saltos, abrazos y lágrimas. “Esperemos lo de universidades”, pidió una voz desde el escenario, y el clima volvió a tensarse. El conteo siguió su curso y la multitud, de pie, acompañó con un silencio extraño para una plaza llena. La confirmación final desató todo: banderas al cielo, redoblantes que encontraron de nuevo el ritmo, y ese grito que ya había nacido a la tarde y que ahora ocupaba cada rincón: “¡Lo logramos!”.
En un costado, dos amigas se abrazaban. “Es por mi vieja que no pudo estudiar”, dijo una, estudiante de Letras. “Es por mis alumnos de la secundaria que sueñan con entrar a la universidad”, contestó la otra, de Profesorado. A pocos metros, un investigador joven repetía como un mantra: “Hay futuro si la ciencia y la universidad siguen vivas”.
La plaza permaneció encendida incluso cuando el sol ya no pegaba con la misma fuerza y el Congreso seguía iluminado. Entre cánticos, banderas y transmisiones en vivo, los presentes se quedaron a saborear la victoria y a recordarse que el paso siguiente será verificar que el financiamiento llegue y que se cumpla lo votado.
“Lo de hoy demuestra que la organización sirve”, resumió una docente. “Lo que parecía imposible se logró porque nadie bajó los brazos. Pero sabemos que falta: ahora hay que pelear por la reglamentación, por la ejecución del presupuesto, por los salarios. El festejo es enorme, pero la tarea también”.
Antes de desconcentrar, muchos volvieron a cantar: “La UBA no se toca”. Otros improvisaron una última vuelta de ronda. No hubo horarios escritos en pancartas ni cronogramas en el piso: hubo una secuencia que se impuso sola, desde el sol intenso de la tarde hasta el estallido del festejo.
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