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Ese hombre bajo, macizo y de abdomen prominente tiene 58 años y una mente privilegiada; todavía dice y transmite cosas interesantes. Se trata de uno de los más grandes ajedrecistas de la historia, y aunque ya no compite con la fuerza del pasado, ni tiene ambiciones desmedidas frente al cuadriculado tablero, goza del respeto de todos sus colegas. Ahora como un embajador del deporte mental se desplaza por las diferentes geografías de los cinco continentes promocionando las virtudes del milenario juego y señalando la importancia de su enseñanza entre los más jóvenes.
Anatoly Karpov nacido el 23 de mayo de 1952, en Zlatust, un punto cercano a los Urales en la antigua URSS, en tiempos en los que Iósif Stalin era su máximo líder político, fue un fiel discípulo del régimen comunista que en 1975 le dio todo su respaldo político junto al de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE), que también comulgaba idéntica ideología, para despojar al norteamericano Bobby Fischer de su condición de campeón mundial y así consagrarlo en el nuevo Zar del ajedrez. Desde aquel día, el 3 de abril de 1975 hasta 9 de noviembre de 1985 fue el N°1 indiscutido del mundo de los trebejos; su figura se vio teñida con la aparición electrizante del joven Garry Kasparov. Ambos fueron protagonistas de seis fabulosos duelos entre 1984 y 1990. Y si bien no pudo vencer a Kasparov, el paso del tiempo y el irascible genio del joven de Bakú, que con sus constantes desavenencias al poder de la FIDE terminaron por arrebatarle la corona mundial al igual que a Fischer, le permitió al ruso Karpov ser declarado nuevamente campeón mundial oficial, a los 42 años.
Lució la corona entre 1993 y 1999. Después se fue alejando día a día de la alta competencia hasta caer en la actualidad al puesto N°98 del ranking mundial. Pero Karpov junto al tenue rey y los ladinos peones dejó una marca para la historia: es el ajedrecista con el mayor número de torneos ganados; acumula 164 primeros puestos y su escolta, Kasparov, no llegó a completar el centenar.
Hace una semana que Anatoly Karpov llegó a San Sebastián para participar del Festival de Ajedrez de Donostia; una importante competencia, pero en la que ya no causan asombro sus jugadas y donde los más jóvenes no le perdonan el más mínimo error. Por eso después de seis ruedas marcha último con 1 punto; el líder de la prueba es un norteamericano con linaje oriental, Hikaru Nakamura, tiene 4,5 puntos. Pero a Karpov el revés deportivo no le tuerce el espíritu y por el contrario se entona para charla; tiene autoridad para decir en voz alta lo que piensa.
En el País Vasco contó: "Mis enfrentamientos con Kasparov fueron lo último de la época dorada del ajedrez; por entonces los aficionados recitaban de memoria los nombres de los campeones mundiales y seguían con interés las principales competencias, pero si hoy en día le preguntan a las gentes por las calles quién es el campeón del mundo, la mayoría no sabrá responder. Esto se debe al fracaso del liderazgo de la FIDE".
Y sobre las razones por las que merece apoyarse la difusión del ajedrez dijo: "Actualmente el éxito del ajedrez no viene por el peso de sus figuras; arrastra una nueva perspectiva, su potencial educativo. Así el ajedrez está introduciéndose en los programas escolares de muchos países y ése puede ser su futuro". Sobre el ajedrez y Rusia, en particular, recordó, "Tras la Revolución de comienzos del siglo XIX, el nuevo poder decidió que Rusia era un país con un mal nivel educativo, por ello se pensó en construir una población mejor formada, más inteligente y se creyó que el ajedrez era una de las formas para alcanzar ese objetivo. Por entonces en la URSS hubo una forma muy pragmática pero muy poderosa de educara la gente y decirle cómo tenía que pensar".
Sin embargo en la actualidad el ajedrez ya no es algo tan importante para los rusos, aunque Karpov sigue creyendo en sus virtudes.
"Es una pena que no sea como en el pasado, pero estamos trabajando para devolverle su esplendor, promoviéndolo entre los jóvenes en las escuelas. El ministerio de Educación autorizó la inclusión del juego, como asignatura optativa en varios establecimientos, y los primeros resultados arrojaron que los chicos han mejorado en matemáticas y socialmente el ajedrez los ha integrado. El juego no sólo desarrolla la memoria, sino que estimula el pensamiento de los chicos".
Lo dice Anatoly Karpov, todo un maestro.



