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Diego Maradona nunca morirá
Nadie amó al fútbol como Diego. Nadie. Era sagrado para él. No importaba si afuera vivía un infierno. Entraba en una cancha y se olvidaba. "Se va la vida", cuenta en esa obra maestra de Asif Kapadia. Gritaba cada gol como si fuera el último. Argentina, Napoli, Boca, Argentinos, Sevilla, Newells, Barcelona, La Banda del Golden Rocket, Videomatch, Cebollitas, un picado con amigos. Daba igual. Jugaba con la seriedad con la que juegan los chicos. Y no se negociaba. Acaso su relación con la pelota haya sido la más virtuosa de su vida. La que más alegrías le generó y la que menos problemas le creó. Hizo cosas imposibles. Transformó el fútbol en arte. La entrada en calor bailando con "Live is life" en Alemania. La rabona para un gol de Ramón Díaz en un amistoso de la selección contra Suiza. El gol en Barcelona ante Real Madrid haciendo chocar a Juan José contra un caño. La gambeta contra el Pato Fillol y Tarantini en la Bombonera. Todo México 86, la mejor actuación individual de todos los tiempos en un deporte colectivo. Cada uno tiene su momento favorito. Transmitió su amor por el fútbol a todo el mundo. Inspiró a muchos chicos que hoy, cracks, lamentan su muerte: Ronaldo, Cristiano, Pirlo, Sergio Ramos, Iniesta. Elija el que más le guste. Todos expresaron su tristeza a través de sus redes sociales. Nuestros hijos, que no lo vieron jugar, nos abrazan y lloran con nosotros. Ese vínculo de Diego con el juego, intocable y sagrado, explica el luto mundial. Llevó este deporte que amamos a otra dimensión. Sabemos perfectamente que no se murió un santo. Maradona tomó decisiones cuestionables. Se perjudicó y perjudicó a gente que lo quiso mucho. Pudo irse con algunas heridas reparadas y el perdón de sus hijos. "Con Diego voy hasta el fin del mundo pero con Maradona no voy ni a la esquina", dice su amigo y preparador físico Fernando Signorini en el documental de Kapadia. Maradona fue el personaje que construyó para proteger a Diego. Estimados sommeliers de sentimientos, quédense tranquilos. Ponemos todo en la balanza y, aún así, estamos muy tristes por la muerte de un tipo que nos hizo muy felices en nuestras vidas. Seguramente ustedes sean menos rigurosos con su propio Diego y su propio Maradona. Es mucho más fácil exponer las contradicciones de los demás y esconder las propias. Córranse que ya los vimos. Mucha suerte.
Era un genio y era un crack, me dijo Angel Cappa en CNN Radio. Tenía esa personalidad para sobreponerse en la adversidad. Fue capitán y líder. Te protegía, te hacía sentir importante, nunca te abandonaba. Sabía que tenía esa responsabilidad y la ejercía. No sólo lo hacía en sus equipos de fútbol. También con otros deportistas. Generación Dorada, Leonas, Legión de tenistas. En Beijing 2008 compartió reuniones y arengas con gran parte de la delegación argentina. La NBA lo volvía loco. Amaba a Jordan. Usó la 9 de MJ del Dream Team para entrenarse en su vuelta al fútbol de 1992. Casi se desmaya cuando Shaq lo saludó por TV. "Si perdés la sorpresa, perdés todo", le dijo a Andy Kusnetzoff. Lo vi gritarle por TV a Patrick Ewing en un duelo de Conferencia Este contra los Pacers en 2000. Fue en México la noche del cabezazo de Samuel que puso a Boca en la final de la Libertadores. No llegó a la transmisión y se quedó en el hotel. Terminamos viendo ese partido de playoffs y tomó de punto al bueno de Pat. Entre las dedicatorias de su libro "Yo soy el Diego", figuran Las Torres Gemelas de San Antonio Tim Duncan y David Robinson. Le encantaba hablar de fútbol. Podía pasar horas charlando de táctica, de técnica, de jugadores. Te lo explicaba con pasión y simplicidad. Su cara se transformaba. Y perdías la noción del tiempo. Coqueteó con la muerte. En 2000 y en 2004. Salió de dos gravísimas. Creímos que era inmortal. Nos acostumbramos a esa dinámica de casi muerte y resurrección. Su cuerpo aguantó situaciones increíbles. Su corazón funcionó al 38 por ciento de su capacidad. Volvió impecable como en 2005 en La Noche del Diez. Pero el paso del tiempo le quitó ese aura de invencible. Las muertes de Chitoro y Tota le arrancaron parte de su alma. Se sintió vulnerable. Su deterioro físico se profundizó en los últimos cinco años. Sin estar saludable, asumió como entrenador de Gimnasia. Estaba irreconocible. Era su cuerpo pero él no estaba ahí. Si algo bueno tuvo ese paso por el Lobo fueron esos tributos que recibió en cada cancha. Mientras tanto, su entorno tomaba decisiones por su cuenta y alejaba a su familia. La pandilla exprimió a Maradona hasta el último segundo. Por lo menos, sus hijos estuvieron cerca en este momento horrible. Sabíamos que este día iba a llegar pero no estábamos preparados para verlo morir. La noticia todavía es intolerable. ¿Por qué el mundo llora la muerte de Diego? Porque se murió un tipo que practicó el deporte más popular del planeta como nadie e hizo muy feliz a mucha gente sin distinción de nacionalidades. Su muerte no cambia nada sobre su legado e impacto en el fútbol. Ya era mito y leyenda. En el documental sobre Bobby Robson, José Mourinho dice una verdad hermosa: una persona realmente se muere cuando muere la última persona que lo quiso. Lo amamos nosotros, nuestros padres, nuestros hijos. Todos estamos llorando. Tiene razón Mou. Diego Maradona nunca morirá.
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