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Un suave sol invernal se trasluce entre las hojas de la arbolada esquina de Pampa y Cuba, en pleno barrio de Belgrano. Matías Quiroga camina acelerado, no quiere llegar tarde al encuentro. No lo hace. Se para enfrente del colegio donde cursa cuarto año del secundario y espera. No pasan mucho minutos y un taxi frena a poco metros. Sí, es la persona que está aguardando. Aunque todavía no jugó muchos partidos en Primera división, siempre es fácil reconocer a una jugador de River. El joven sale al encuentro: "¿Cómo estás? Te estaba esperando", le dice. Se saludan, suben a otro taxi y parten rumbo al Monumental.
-Nos esperan con las entradas. ¿Sos hincha de River?- pregunta el jugador.
-No, de Boca- le contesta Matías con una decisión que asombra.
-¡Ah! Já… Yo también- confiesa la promesa millonaria.
A pocos pasos del estadio de Núñez, en una fila no tan larga, Martín El Mago Calcagno Quijano, de 23 años, camina a paso lento, evitando despegar la mirada del suelo. Dueño de una panadería ubicada en Libertador y Roosvelt, conoce a mucha gente del barrio y tiene miedo que lo reconozcan porque todos saben de su fanatismo por los xeneizes. Intrépido, no arruga. Viajó a Japón para ver a Boca campeón del mundo en 2000 y 2003, por lo que unos pocos pasos no lo intimidan. El objetivo está cerca.
Juan Martín González Pita, más conocido como el Negro, recibe el llamado de Daniel, un colega de San Juan. Le avisa que en poco días va a estar en Buenos Aires y que no quiere perderse la oportunidad de vivir un superclásico en la cancha. El Negro sabe lo que eso significa, él asistió a más de 20. Incluso, hace pocos días, en la Bombonera, vivió una situación muy tensa cuando confundieron a su primo, que llevaba puesto una bufanda de Liverpool, con un hincha millonario. Cuelga con Daniel y llama a un conocido: "Necesito dos entradas", le ruega.
Matías, el Mago y el Negro no sólo tienen la pasión xeneize como común denominador, sino también que fueron tres de los no pocos y osados hinchas de Boca que estuvieron el 17 de junio de 2004 en el Monumental, en el partido de vuelta de la semifinal de la Copa Libertadores. A nueve años de aquella inolvidable noche, y a pocos días de un nuevo <b>superclásico</b> sin hinchas visitantes, le contaron sus experiencias a <b>canchallena.com.</b>

Podría volver a ir infiltrado, pero no sería lo mismo: aquel día fue especial (Matías)
20.20. Hace rato que el sol no alumbra en la ciudad. Faltan 40 minutos para el partido y el Mago se junta con cuatro amigos en la Panadería. ¿El objetivo? Ensayar no gritar goles ¿Cómo se hace? "No sé, es jodidísimo", reflexiona. Cerca de las Cañitas, Matías se sube a otro taxi, esta vez junto a su madre. La radio vive la previa del clásico y recuerda la leyenda del panfleto que circuló entre los hinchas millonarios: "Asistir con los colores de River". Vestido con una campera blanca con mangas rojas, el joven aprieta en su mano derecha la vieja remera de la banda que encontró perdida en el cajón de su hermano. El Negro, en cambio, elige la casa de su suegro, a cinco cuadras de la cancha, como punto de encuentro. Aún no es consciente, pero al llegar a la esquina de Iberá y Libertador y toparse con una "marea de hinchas de River", un frío recorre su cuerpo y se pregunta: "Esto no es joda, ¿qué estoy haciendo?". Para no levantar sospechas, compra un gorrito en la calle.
Estoy tratando de conseguir entradas para poder ir este domingo. estaría muy bueno (El Mago)
Matías y su madre ya están en la Belgrano alta. Unos pesos como incentivo ayudan para conseguir una mejor ubicación. El Mago, lookeado con una bufanda, sube los escalones para ingresar a la misma platea. Un amigo suyo, con un poco más de imaginación, está de traje y se aferra a un portafolio lleno de diarios, simulando venir desde la oficina. Una vez en su ubicación, y al levantar la mirada por primera vez, reconoce "no menos de 100 personas" que suele cruzarse en la popular de la Bombonera. Hay miradas cómplices, como brindando un apoyo tácito. El Negro prefiere no buscar, intenta pasar lo más desapercibido posible.
No sé si lo volvería a hacer, fue muy estresante la situación (El Negro)
Entra Boca al estadio y, entre el bullicio de más de 60 mil personas, un infiltrado cerca del panadero no resiste y lanza un grito de aliento xeneize. La reacción es inmediata y varios millonarios se paran a increparle. El Mago, simulando ser un hincha pacifista, sale al rescate y le pide que se vaya. Ante la negativa, insiste por lo bajo: "Tomatelá, somos varios en tu situación". Obedece sin responder. Comienza el partido.

La localía dice presente. Al unísono, el aliento millonario es ensordecedor. Los intrusos no puede dar muestras de debilidad y, cada uno con su estrategia, se acoplan al movimiento del estadio. Matías se apoya en la inocencia de su madre y salta con nerviosismo. El Mago se hace el enfermo, como no pudiendo aguantar la tensión, y sólo se levanta para gritar A estos putos le tenemos que ganar. "Cada uno se lo dedica a quién quiere", se consuela. El Negro ensaya algunos movimientos y, por lo bajo, le anticipa a su amigo: "Si estos hacen un gol, nos tenemos que abrazar".
El primer tiempo pasa con mucha tensión, pero sin grandes emociones. En el entretiempo, la incertidumbre recorre el sentir común sin pausa. Algunos infiltrados son víctimas de sus impericias y se ven obligados a retirarse del estadio. Héctor Baldassi, el árbitro del encuentro, da inicio a los últimos 45 minutos de la serie.

El vértigo se adueña del partido y, por lógica, de los espectadores. La expulsión de Fabián Vargas, al minuto de juego, es un envión anímico para un público que contagia al equipo. Matías recurre nuevamente a la inocencia. El Mago, a los síntomas de malestar. Y el Negro, a la técnica más popular: la del camaleón. Llega el zapatazo cruzado de Lucho González para abrir el marcador. El Mago y el Negro, desconocidos de la existencia del otro, se mueven con una sincronización que sorprende. Se ponen de pie, con los brazos en alto, mientras los insultos salen de sus bocas como un descargo que simula ser de alegría, pero que en realidad libera de una prisión interior la bronca que no puede contenerse. El Monumental es un hervidero.
Pero el fútbol es fútbol y lo que en un momento es éxtasis de ilusión puede convertirse en un irremediable silencio atroz. El show de Barros Schelotto y la expulsión de Sambueza devuelven la esperanza a los infiltrador, que deben reprimir el Guillermo, Guillermo que habría estallado en una faltante tribuna visitante. Sigue el partido. Pase de Cángele. Gol de Tevez. El grito de los únicos uniformados con los colores xeneizes, los jugadores, desgarra la piel de los 60 mil atónitos millonarios. La cara de Matías no transmite nada. Su interior, un sinfín de sensaciones. El Negro se apoya nuevamente en el insulto, mientras el Mago ve como un amigo debe salir corriendo luego de gritar el tanto. 1-1, pero falta.
Se juega el tiempo de recuperación. Falta peligrosa para River cerca del área de Boca. Cae el centro, Nasutti se desprende de la marca de Schiavi y marca el 2-1. Un corpulento hombre salta sobre los hombros del Mago, lo abraza y le dice: "Vamos River, carajo, que a estos bosteros los co...". No le queda otra que devolver el gesto, al tiempo que se consuela pensando: "Qué ganas de sacarte de encima y cagarte a trompadas". Otro hincha de River, alguno metros más lejos, se da vuelta y busca a Matías para estrecharse en uno de esos abrazos de cancha, pero el joven se esconde en los brazos de su madre. Termina el partido. A los penales.
El Pato acaba de atajar el penal de Maxi López y Villareal se dispone a cerrar la serie. La tensión vuelve a ser abrumadora. Son segundos que se convierten en años. Dispara fuerte al medio, con un Lux ya jugado a su derecha. El ruido de la pelota acariciando la red retumba por todo el estadio a modo de telonero. El grito de los jugadores de Boca sale a escena y se convierte en el protagonista excluyente de la noche. El Negro salta de su butaca y se descarga: "Gallinas, no pueden perder así. Son unos hijos de puta". Casi sin respiro, comienza la retirada. Matías decide esperar, mientras contempla en las lágrimas de los rivales el trofeo de una jornada inolvidable.
El Negro intenta marcar el teléfono de su padre en el celular. Cinco cuadras a paso acelerado y muchas lágrimas lo hacen más difícil. Tu, tu, tu. Está llamando. Entre gritos de felicidad del otro lado del celular, reconoce la voz de su padre. Llora, como llorará nueve años después al recordar este momento. "Papá, les ganamos… Les ganamos", balbucea. El Mago ya está en la panadería de regreso, aún no entiende lo que acaba de suceder. Matías sube los últimos escalones que lo llevan a su departamento y lanza un grito abrumador, de desahogo.
Los infiltrados ya no festejan en la soledad de su interior. Se sienten únicos, pero no lo son. La promesa millonaria también vive la misma sensación.

