Imitación
MADRID.– El día en que el Barcelona se jugaba la Liga Leo Messi hizo en el Camp Nou un ejercicio de rutina, un gol que abrió el marcador y que el estadio empezó a cantar en cuanto se pitó la falta. A veces se produce la caída de un jugador del Barcelona cerca del área y los jugadores no saben si se ha pitado porque el público ya está cantando el gol.
En los contrarios se produce por el efecto imitación que los periódicos tratan de evitar un poco alegremente con los suicidios: no informar de las faltas, no colocar la barrera de forma que Messi pueda verse tentado de superarla. Casi siempre inútil, casi siempre terminando en fracaso. Si algo ha funcionado en el Barcelona este año, ha sido el gatillo de Leo en las faltas. Su eficacia, su plasticidad, su mezcla de divinidad y locura mal llevada. Casi siempre su significado: el primer gol del equipo, la llave del cofre de la victoria.
Messi dedicó el resto de los minutos a alborotar con Suárez la zaga del Espanyol, equipo de la ciudad que quería reeditar el célebre "tamudazo", el gol de Raúl Tamudo que le tumbó una Liga al Barça hace nueve años. Leo se presentó en el partido con una barba pajiza que evocaba a uno de esos campos de Faulkner en los que arde el tiempo. Una de esas barbas inéditas con las que a veces se presentan los niños en el colegio y los profesores huyen espantados porque los creen hijos del diablo, sobre todo si son pelirrojos. Barba incipiente, primeriza, que despunta como un amanecer en la Costa Brava.
Leo termina la temporada entre algodones morales, sin terminar de desconectar, pero no conectado del todo. Suficiente para un Espanyol, pero se desconoce si para el Sevilla en la final de la Copa del Rey, como también se dudaba en la última final de Copa, cuando hizo un gol que aún no fue capaz de imitar Dios.
mj/jt
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