Leo y lo inexplicable

MADRID.– Lo inexplicable también sucede para mal en la vida futbolística de Leo Messi. Y del mismo modo que de la nada aparecen jugadas inverosímiles, el esfuerzo del 10 en ocasiones no sirve para otra cosa que para maquillar el resultado. Bajo una lupa gigantesca tras encadenar varios resultados catastróficos, eliminación europea incluida, el Barcelona sólo se encogió ante el gol, el golpe definitivo. Lo hizo en un partido exótico que vuelca la Liga y con un Leo entusiasta, omnipresente pero casi nada efectivo.

Caminó para retrasarse otra vez como mediocentro, síntoma de decadencia en el centro del campo culé; a acarrear el balón al área y, una vez allí, a depositarlo entre sus socios para poder rematar la jugada. Fue de este modo como acortó distancia el Barça en el segundo tiempo, con el 0-2. La estrella argentina inició una jugada en el suburbio del 10, el canal del pie cambiado y las grandes alegrías americanas en México con Maradona y ante el Getafe con Messi. Arrancó en diagonal y soltó la pelota para irse enloquecido al área: allí volvió a recibir la pelota, en una especie de pared con testaferro, y gatilló de primera, como le vino. Fue gol, su gol 500 por el que tantos partidos decisivos esperó. No hubo más.

En los últimos minutos, como contra el Atlético de Madrid, tuvo que convivir en el área con Neymar, Suárez y la torre Piqué, turista espacial en las inmediaciones del arquerazo del Valencia, Diego Alves, que se consagró ayer en la avalancha culé. La única buena noticia para Barcelona es el consuelo del calendario, lleno de rivales débiles. Eso y que su mejor jugador no termina de caer en la melancolía de los dioses que se llevó por delante la triste temporada de Martino. No al menos hasta ahora, no al menos con las señales monstruosas que se percibieron en anteriores partidos. Ante Valencia, Messi hizo muy bien lo que le iguala al resto: echarle ganas y entusiasmo. Y mal lo que no sabe explicar, ni él ni los contrarios: el fútbol dinamitador del fin de las especies.

mj/jt