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El sorpresivo retiro de Ashleigh Barty: hizo viajar a los buenos viejos tiempos del tenis y deja al mundo con ganas de mucho más
La australiana, de 25 años y N° 1 del mundo, deja de jugar; rompió el molde del circuito actual
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Ashleigh Barty fue una bendición para el tenis. Humilde, sin elevar el timbre de la voz y siempre con una mueca amigable, rompió el molde de un circuito femenino actual que se caracteriza por ser un derroche de energía, vaivenes emocionales y en el que -a palazo limpio, escasas sutilezas y saques furiosos- muchas veces cualquiera le puede ganar a cualquiera. Verla jugar a la australiana fue como un nostálgico viaje a los buenos viejos tiempos de Evert, Navratilova, Graf, Seles, Arantxa Sánchez y Gaby, nuestra Gabriela Sabatini, entre otras leyendas. Fue como un atardecer sobre el mar.
Perspicaz, creativa, de 1,66m y con gran capacidad para desplazarse en la geometría del court, se lució con un exquisito revés con slice con el que enmarañó a sus presas para luego poder rematarlas con otros golpes (con el drive, sobre todo). Jim Courier, ex número 1 del mundo, se animó a comparar ese slice con el de Roger Federer. Competitiva, los números dicen que ganó las tres finales individuales de Grand Slam que disputó (Roland Garros 2019, Wimbledon 2021 y Australia 2022), además de conquistar otros doce títulos, entre ellos el torneo de Maestras en 2019. Alcanzó la cima del ranking WTA en junio de 2019 y observó a todas sus rivales desde lo más alto durante 120 semanas. Mostró, además, templanza para ganarle la pulseada al peso de la historia: en enero, en Melbourne, se transformó en la primera australiana en obtener el Abierto de su país en 44 años (Chris O’Neil, en 1978).
Distinta, sensible, generosa, apegada a su familia y amante de los perros. Se tomó varios descansos del tenis para estar cerca de los suyos, para energizarse en sus orígenes. En 2014, por ejemplo, con 18 años, dejó la raqueta y se dedicó al cricket, deporte que mueve la aguja en Australia. Al tiempo regresó a los courts de tenis. Después de un 2019 de máxima explosión, en 2020 la pandemia la encontró en Australia y asumió sin problemas las limitaciones para viajar (sólo jugó cuatro torneos sin tener miedo de perder el liderazgo; volvió a competir en enero de 2021, también en su país).
Despreocupada por lo material, en noviembre de 2019 embolsó el mayor premio económico de la historia (4.42 millones de dólares al lograr el WTA Finals en Shenzhen) y, al recibir la pregunta sobre qué haría con el dinero, dijo que los beneficiados serían sus sobrinos en la Navidad. Muchos de los pintorescos trofeos que ganó hoy lucen como jarrones en las casas de sus hermanas, Ali y Sara. Inclusive, varias de las primeras copas profesionales que obtuvo las donó para que les quitaran las placas, las reciclaran y las reutilizaran para los torneos juniors en su país.
A los 15 años ganó el campeonato junior de Wimbledon y, en un país que le da mucha trascendencia a los deportes, estuvo expuesta a las presiones desde chica. Con eso también tuvo que lidiar y estuvo a la altura del compromiso. Hoy, con determinación, pero mucha modestia, Barty tenía (casi) todo para continuar dominando el circuito femenino por los próximos años. Con las hermanas Williams en retirada, con Naomi Osaka padeciendo altibajos emocionales, con Maria Sakkari, Paula Badosa, Emma Raducanu y Leylah Fernández en distintos procesos de formación, la australiana ostentaba recursos para seguir siendo la reina. La polaca Iga Swiatek (20 años; N° 2), quizás, era la que más podía irritarla. Se especulaba con una suerte de clásico entre ellas. Pero Barty sorprendió al mundo de las raquetas. Y a los 25 años anunció su retiro.
“El tenis me ha dado todos mis sueños posibles, pero sé que ahora es el momento de alejarme y perseguir otros sueños (…) Poder ganar Wimbledon, que era el único sueño verdadero que quería en el tenis, realmente cambió mi perspectiva. Ya no tengo el impulso físico, el deseo emocional y todo lo que se necesita para desafiarme al más alto nivel, y sé que estoy absolutamente agotada”, confesó Barty, dejando una profunda sensación de vacío. Similar, quizás, a cuando la maravillosa belga Justine Henin se retiró, también muy joven y en la cima del ranking (con 25 años, en 2008; volvió en 2010, pero dejó definitivamente a la temporada siguiente por una lesión).
“Me gusta mucho el juego de Ashleigh, es una jugadora distinta, muy completa, con variedad y una facilidad absoluta. Me sigue emocionando cuando veo un gran punto”, narró, hace unos años, Sabatini ante LA NACION. Muchos dicen que en esa forma sensible que mostró Barty durante su carrera hay una porción que les recuerda a Gaby, quien también dejó el profesionalismo muy joven, a los 26 años (en 1996). Es más, más de un conocedor de ambas historias asegura que en Robert y Josie (padre y madre de Barty) hallan parecidos con Osvaldo y Betty Sabatini. Simples, protectores, educados, nobles.
El tenis profesional, muchas veces, se convierte en un ambiente asfixiante, en el que conviven la soledad, el egoísmo, las obligaciones y las tediosas rutinas. Fresca y sensible, Barty ama el tenis y no esperó a perder la sonrisa ni a que su reserva se agotara para despedirse. Se marcha en plenitud, con un exceso de recursos para seguir en la cima. Ya sus desafíos en la vida son otros. ¿Volverá a jugar más adelante? Nadie lo sabe; ni ella, aunque la posibilidad existe. Pero la realidad es otra: Barty hoy deja al mundo del deporte con ganas de más y un espacio muy difícil de llenar. Pero también es verdad que provoca una sensación melancólica, en buena medida, porque ya dio mucho más de lo que el tenis le reclamó.
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