Operarios rurales que suelen hacer tareas en esa provincia, como para la yerba, cruzan a ciudades vecinas o más alejadas para emplearse en la cosecha de cebolla, ajo, tabaco, papa, manzana, frutillas y otros cultivos
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POSADAS, Misiones.- Un extraordinario y silencioso fenómeno económico y social se está desarrollando en la zonas fronterizas de esta provincia, con un masivo éxodo de trabajadores a Brasil en busca de un empleo, fundamentalmente rural, pero también en cualquier otro empleo que encuentren.
“Ahora se van familias enteras, y no van solamente a las localidades vecinas, sino que se adentran 400 o 500 kilómetros para buscar cualquier trabajo y quedarse por 40 o 50 días”, dijo Edgardo “Chichin” Aquino, intendente de Bernardo de Irigoyen, la localidad más oriental de la Argentina, que está separada de Brasil apenas por un boulevard que es más fácil y rápido de cruzar que la Avenida 9 de Julio.
“Tenemos muchísimos, como 2000 sanantonienses más o menos, que pasan a trabajar al otro lado cada día”, señaló Fausto Rojas, intendente de San Antonio, otro pueblo de la frontera seca con Brasil, una franja de 50 kilómetros donde se cruza muy fácil por pasos legales o clandestinos, indistintamente.
En una provincia con el 90% de sus bordes que son fronteras internacionales, o con Paraguay o con Brasil, los lazos de los habitantes de pueblos vecinos siempre fueron muy estrechos y en épocas de crisis económicas siempre hubo migración de trabajadores.
Sin embargo, el fenómeno que se observa ahora es inédito, con cruces masivos de argentinos buscando la salvación del otro lado de la frontera por la dramática falta de trabajo en Misiones y el alto costo de vida, comparado con pagar un alquiler, servicios o comida en pequeñas localidades y pueblos brasileños como Porto Xavier, Santa Rosa, Tres Pasos, Panambí y una larga lista.
“Cuando era chico mis tíos me contaban de los paraguayos o brasileños que venían acá a trabajar en los años 70 u 80, ahora eso se dio vuelta”, explicó a LA NACION Cristian Klingbeil, un productor tealero y yerbatero de la zona centro, que por la crisis que aqueja a estas producciones de bajos precios, decidió dejar el campo y emplearse en el taller metalúrgico del suegro en Oberá.
En Misiones, la yerba mate atraviesa un ciclo de bajos precios potenciado por la desregulación que impulsó el gobierno nacional, pero también las producciones de té, forestoindustria, tabaco o mandioca arrojan el mismo panorama.
“Antes la gente se iba cuando se paralizaba la zafra, pero ahora se van en plena zafra, por los bajos valores que encima no se cumplen”, explicó a este medio Carmelo Rojas, secretario de la seccional Oberá de la Unión Obrera de Trabajadores Rurales (Uatre).
Rojas explicó que un peón rural debería ganar unos 700.000 u 800.000 pesos al mes si se cumplieran los convenios, que los productores, dijo, no respetan porque tampoco a ellos les alcanza. En Misiones, los dueños de en esta actividad casi siempre son pequeños agricultores, aquí se los denomina “colonos”, con superficies de entre 25 y 50 hectáreas que también están pasando por una crisis profunda, que en algunos casos los impulsa a poner en venta sus tierras.
Según un relevamiento que realizó LA NACION entre intendentes, referentes de la producción y el trabajo rural y algunos misioneros que están en Brasil, los lugares más elegidos para trabajar son localidades vecinas o cercanas a la frontera distantes a 100 o 200 kilómetros, de manera que puedan volver cada dos o tres semanas y evitar en parte el desarraigo.
Río Grande do Sul y Santa Catarina son los dos estados linderos más elegidos, pero también puede ser a zonas de Curitiba, Paraná o incluso Mato Grosso.

“El misionero es muy arraigado, muy de su tierra, le cuesta irse, no es como el santiagueño que no tiene un trabajo en su provincia y está acostumbrado a emigrar”, explicó a LA NACION Ana Cubilla, quien es secretaria del Sindicato Único de Obreros Rurales (SUOR) y concejal de Andresito, localidad fronteriza con Brasil en la punta nordeste de Misiones.
Cubilla contó que en Andresito “hay barrios enteros de tareferos que se quedaron vacíos porque todos se fueron a Brasil a trabajar”. Para Cubilla, el 80% de los trabajadores de allí que podían emplearse se fueron a Brasil. Contó que en la guardería para hijos de familias tareferas de entre 2 y 13 años que maneja, se dieron cuenta que se habían ido casi todos cuando empezaron a preguntar quién se iba a inscribir para asistir el año entrante.
“De 100 más o menos, unos 80 nos respondieron que no podían porque estaban en Brasil trabajando”, detalló Cubilla. Culpó a las políticas nacionales hacia la actividad por haber potenciado un fenómeno que, si bien existía, no llegaba a semejante nivel. “No siempre los trabajadores son tratados bien, hay situaciones de esclavitud y tratamos de ayudarlos para que regresen cuando es así, hay vivos en todos lados y se aprovechan de la desesperación”, comentó.
Los tareferos cobran un subsidio durante los meses en que no hay cosecha (octubre, noviembre y diciembre), pero este subsidio es de la mitad de un sueldo mínimo. “No alcanza para nada, por eso muchos no pueden subsistir y buscan irse”, indicó Cubilla.
Deportados
Esta semana, en la localidad de Guaraciaba (Río Grande), la Policía Federal detuvo y deportó a 125 trabajadores rurales que circulaban en dos buses. Todos habían ingresado ilegalmente a Brasil para trabajar. “Entran por el pique”, explica Cubilla, en relación a los lugares lejos de la mirada de autoridades migratorias, aduaneras o fronterizas.

LA NACION dialogó con Lucio, de 26 años, quien trabaja en una chacra con otros 13 misioneros en la localidad de Otávio Rocha, cerca de la ciudad de Caxias do Sul, a casi 600 kilómetros de Oberá. “De 14 trabajadores, solo uno es brasileño. Nos dan casa gratis y la comida es muy barata. Además, ya es el quinto año que vengo y tenemos el CPF (documento de identidad) con lo cual nos pueden blanquear, gracias a esto trabajamos 9 horas y si trabajamos más, nos pagan las horas extra”, señaló Lucio, que está cosechando tomates.
Los sueldos para trabajadores como Lucio van de 1800 a 2200 reales al mes o el equivalente a entre US$330 y 400 dólares al mes. La ventaja que todos señalan es que el costo de vida es mucho más bajo que en la Argentina y ese dinero allá les “rinde mucho más”.
“Yo calculo que acá, en Otávio Rocha, fácilmente debe haber entre 2000 y 3000 argentinos y es un pequeño pueblo. Ahí deducís que debe haber unos 100.000 argentinos trabajando, no solo en Río Grande, sino también en Santa Catarina”, indicó Lucio.
Se trabaja mucho en la cosecha de cebolla, ajo, tabaco, en breve empieza la cosecha de uva (Río Grande mejora cada día en la calidad de sus vinos), papa, manzana, frutillas y otros cultivos.
Pero no son solo los trabajadores rurales los que se van a Brasil: también hay muchos obreros de la construcción que emigran, con una caída drástica de la actividad en Misiones por el recorte de la obra pública y la parálisis de las obras privadas.

Misiones es la tercera provincia que más empleos de la construcción perdió desde diciembre del 2023. Según datos del Ieric (Instituto de Estadística y Registro de la Industria de la Construcción), Misiones vio desaparecer uno de cada dos empleos registrados en el rubro. De más de 9000 hace dos años, a 4853 en septiembre, con una caída de 4190 puestos.

Los misioneros que van a buscar trabajo suelen cruzar por la frontera seca en localidades como Bernardo de Irigoyen, San Antonio, o bien por los pasos en balsa de Alba Posse, El Soberbio o San Javier. “El domingo a la noche se empiezan a ver los colectivos llenos de gente yendo a la frontera para tomarse la primera balsa el lunes bien temprano”, le dijo a LA NACION Hugo Bruenner, periodista que trabaja en el municipio de Santa Rita, en la zona del Alto Uruguay. “Nunca vi tanta gente”, indicó.
Misiones ostentaba 101.900 empleos registrados en blanco en el sector privado al mes de agosto, prácticamente la misma cantidad que en 2012. Pero además, es considerada la provincia con población más joven del país. Hasta hace dos años, más de la mitad de los casi 1,4 millones de misioneros tenía menos de 18 años. Cada año que pasa, la cifra de jóvenes que terminan la secundaria y debe incorporarse al mercado laboral crece fuerte, chocando con una oferta que no aumenta. “Acá ya no hay trabajo”, dicen muchos desde hace años.
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