María Julia Oliván: su debut en el teatro, cómo su hijo la obligó a empoderarse y el recuerdo de Jorge Lanata
Antes del accidente doméstico que le dejó varias quemaduras en su cuerpo, la periodista y conductora charló con LA NACION
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Si hay algo que la caracteriza es su compromiso, su entrega y su empuje, tanto para encarar la vida como para llevar adelante su profesión. Discípula de la escuela de Jorge Lanata, María Julia Oliván hizo un largo camino en el mundo del periodismo político y, desde hace más de una década, fundó Border Periodismo, una empresa de medios con impronta propia.

Sin embargo, hace unos años la conocimos desde otra faceta: la de mamá. Su hijo Antonio fue diagnosticado con autismo al año y medio de su nacimiento y, desde entonces, la periodista y conductora trabaja incansablemente para incentivar a su pequeño como así también ayudar a otras madres de niños con el mismo diagnóstico.
“Siento que si tengo bajo control lo mío, tengo que usar ese tiempo para ayudar a otro (…). Lo más lindo que tiene el periodismo, la fama o los contactos es cuando los ponés en función de hacer algo por el otro entonces ahí me cierra la ecuación de cansancio, de cargarme con el estrés de otro y lo que hago en el día a día”, confiesa la creadora del podcast Chat de mamis, donde los padres pueden encontrar información sobre el tema, pero también contención.

Este viernes 20 de junio, María Julia iba a subirse a las tablas del Metropolitan con su unipersonal Catarsis de mamis, otro espacio para hacer encontrarse cara a cara, divulgar y tomar con humor este difícil camino que les tocó transitar. Sin embargo, un accidente doméstico en las instalaciones de Border Periodismo la obligó a posponer el encuentro para el 21 de octubre. La periodista intentaba encender una chimenea cuando un exceso de etanol provocó una combustión descontrolada que le causó serias quemaduras en el cuerpo. Actualmente, Oliván se encuentra internada en el Hospital Alemán, donde deberá someterse a distintas intervenciones.
-Periodista, conductora, panelista y ahora se te ocurre subirte a un escenario...
-¡Qué locura, ¿no?! (risas). Cuando terminé el libro tenía ganas de encontrarme con esa gente con la que chateo, con la que me escucho; como hacer comunidad. Cada vez que daba una charla de autismo, me daba cuenta que terminaban todos medio llorando o riendo, entonces dije: “Esto tiene que tener otra veta”. Y bueno, me animé aunque después me empezó a agarrar miedo, pero “el que abandona, pierde” (risas). Así que estoy haciendo el guion pensando todos los ejes que tienen mucho que ver con el libro. La idea es contar cómo fuimos atravesando la vida, viviendo todos estos periodos. Va a tener mucha gracia.
-Se llama Catarsis de mamis…
-Sí, surge del chat que tenemos con otras madres de chicos con autismo, donde empezamos a pasarnos información y a ayudarnos. Como cuidadores principales tenemos un estrés enorme, entonces de ahí surge esto de hacer catarsis juntos, de reírnos un poco y de naturalizar el autismo. Y esto es lo que vamos a ver en el espectáculo que se va a presentar en el Metropolitan.
-Primero, surgió el podcast y ahora la vida de Antonio termina en un escenario, ¿Te lo imaginabas?
-Sí, lo necesitaba. Lo primero que pensé, en mi confusión, fue: “Si yo estoy así, cómo estarán los demás”. Entonces empecé a comunicarme desde los vivos de Instagram. Después, surgió lo de hacer el podcast para que la gente pueda ir a buscar la información gratuitamente de todo lo que hicimos en inclusión escolar, de las leyes, de lo que le pasa al cuidador; cosas que a mí me hubiese gustado que me digan en ese momento. La realidad es que entrás en un cieguito, porque nadie sabe cómo va a evolucionar el autismo de cada persona y entonces es como que te quedás medio solo. Lo único que te dicen es que el 80 por ciento de la capacidad de que llegue a su techo tiene que ver con vos. Imaginate la carga: tiene autismo y la gran posibilidad de que esté bien tiene que ver conmigo, pero yo a su vez tengo esta vida (que hay que ver cómo la adecuo), estos miedos y estas expectativas.
-En ese momento, estabas en Intratables y decidiste dejar todo por tu hijo…
-Sí, dejé la tele pero no de trabajar, porque Border Periodismo funciona desde 2013. Lo que hice fue salir del día a día y hacía cosas temporales o que me permitiesen estar la mayoría del tiempo con Antonio. Yo nunca más pude agarrar un laburo diario en la tele ni en ningún lado. Al principio, hay un montón de intrigas que te surgen... 43 años con un nene con autismo, esta cosa de que todo el mundo te dice: “No dejes tu espacio porque después los chicos crecen”, y había que explicar que no era una elección. Conozco madres humildes y todas nos tuvimos que reinventar con algo que podamos hacer desde nuestras casas. Hay un montón de mujeres trabajando como emprendedoras a partir del diagnóstico de sus hijos. Y bueno, la idea del teatro es contar todas esas cosas que fui pasando con un poco de historia personal, divulgación y algún remate, porque también me han pasado muchas cosas bizarras (risas).
-Igual vos le ponés mucho humor a la vida…
-No sé, creo que soy bastante caracúlica pero no parece; yo sé que lo disimulo muy bien (risas). Tengo mucho humor negro conmigo misma. Siempre le digo a mi marido que se sacó la grande, y él me dice que se sacó la gordita de Navidad (risas). Pero sí, trato de ponerle humor, sobre todo, a esto del autismo. No tener actitud de víctima ni de “soy distinto” o “menos”, sino empoderarnos en la diferencia. A su vez, no resignar o renunciar a la paternidad por las terapias. Vos le dás terapias a tu hijo pero también le tenés que dar educación para lograr que tu hijo pueda responder a lo que vos le estás pidiendo. Por supuesto que es doloroso ver que tenés que ir más lento, que tenés que hacer refuerzos permanentes, cambios permanentes. No es fácil. Hay que tener mucha fuerza. Y a mí me parece que la fuerza se da en el grupo, en la comunidad, en la red. Si estás solo contra el sistema, es muy complicado.
-Antes de entrar en esa red que es la del público, la de los otros padres… Contame de tu red, la de tu marido
-Mi marido es muy amoroso. El sí es absolutamente optimista y se ríe de todo. Acompaña todo lo que yo hago pero no es que él va al frente o que averigua. Ahora que Antonio está más grande están súper copados los dos y me echan a mí. O sea, yo hice todo el laburo y ahora papá es el genio (risas). Ariel es muy copado porque es compañero, se alegra con mis éxitos. Trabajó en tele, entonces es como si fuese un productor también. Todo el tiempo me manda mensajes: “Tenes que llevar a este a Border” o “Este la está rompiendo”. Está como siempre atento y es fanático de Border. Nos complementamos y estamos todo el tiempo haciendo equipo. Él es aceptación pura de todo y yo, cuando me dieron el diagnóstico, fue: “¿Qué hay que hacer?”, “¿Cuál es el plan?”, “¿Por dónde vamos?”.

-La pandemia te pegó fuerte…
-Sí, el primer año estaba a full con la masa madre, la mopa, ponía en Instagram trabajos para que los chicos puedan practicar. Después el segundo año, me sentía encerrada, agobiada y presa de una rutina porque, así como Antonio tiene que tener una rutina, Ari también es absolutamente esquemático, rutinario y metódico y yo soy todo lo contrario, entonces decía: “¿Dónde puedo refugiarme?”. Yo además trabajaba desde mi casa. Tenía que circular con todos estos permisos para ir 45 minutos a Tigre a una terapia, el barbijo, el nene que no iba al colegio y había que explicarle. Fue heavy. Estuve con depresión, con psiquiatra varias veces.
-¿Tenía que ver con todo esto?
-Es una complicación de salud mental que la tenés o no la tenés; no tiene una explicación. Era como que ya no daba más de la cantidad de información que tenía, de los trámites que tenía que hacer, de la cantidad de gente con la que hablaba. Tenía que tratar que todos los palitos chinos estén en el aire para que el nene pueda seguir avanzando y el dolor de pensar cuánto hubiese avanzado si no hubiésemos estado encerrados me angustiaba.
-¿Y quién te ayuda con eso hoy? Porque además de Antonio, te cargaste a miles de Antonio sobre el hombro…
-Yo ocupo mucho tiempo de mis días en ese trabajo. Siento que si tengo bajo control lo mío, tengo que usar ese tiempo para ayudar a otro y lo voy haciendo cuando puedo, a cualquier hora de la noche, cuando termino de trabajar tarde. Me carga, me duele, me indigna, pero cuando veo que a veces una escucha o un consejo ayuda, entonces vale la pena. Porque de repente tenés diez terapeutas hablando, un colegio tal vez hostil, una directora que te dice una cosa, una psicopedagoga que te dice otra, problemas en la prepaga o en la obra social que no te paga las terapias y no sabés para dónde agarrar, por dónde empezar. Entonces ayudar en esos momentos da satisfacción. Yo siempre sentí que lo más lindo que tiene el periodismo, la fama o los contactos es cuando los ponés en función de hacer algo por el otro entonces ahí me cierra la ecuación de cansancio, de cargarme con el estrés de otro y lo que hago en el día a día.
-¿Y hacés tu propia terapia?
-Sí, psicóloga y, si necesito, también psiquiatra. Ahora no estoy en tratamiento pero si necesito, si me veo en algún momento complicado, está ahí. Sé que es algo que está latente y hay que hacer terapia, hay que hablar con los demás, no hay que encerrarse, hay que buscar soluciones, hay que esperar los momentos. Hay momentos en los que uno puede y momentos en los que no. También hay que reconocer y aceptar, además del autismo, cuáles son las limitaciones que tenemos nosotros en esta vida. Tenemos otro tipo de vida porque tenemos otro tipo de cosas que adaptar.
-¿Cómo es la rutina de Antonio hoy?
-A la mañana va al colegio. Ya pasó por cuatro colegios, ahora estamos en uno que me encanta. Estoy muy contenta porque me ayudan con las adaptaciones, les tiro ideas y es todo sí. Tenemos esos momentos de interacción con los compañeritos, que es lo que más le cuesta, porque después a nivel cognitivo está bárbaro. Aprueba todos los exámenes con adaptaciones. Por ejemplo, si hay diez ítems a Antonio se le piden seis. Pero a él le encanta estudiar, ama ir al colegio. Es bueno en matemáticas, en lengua. Tiene facilidad con los idiomas y con la geolocalización. Por ejemplo, vas por una calle y se acuerda que a los tres años iba a una terapia ahí. Y bueno, a la tarde tiene sus terapias y hace fútbol y parkour. También hace películas con el celular, le encanta.
-¿Tu podcast, Chat de mamis, surge el día que decidís contarlo públicamente en una entrevista con Jorge Lanata?
-En realidad, estábamos hablando sobre una investigación de Border Periodismo, algo político, y le dije que estrenábamos en Spotify Chat de mamis. El ahí me dio un recontra empujón y el podcast estuvo entre los diez más escuchados del país, así que le debo todo. Después lo vino a conocer a Antonio y me hizo un montón de notas porque no podía creer esto de que yo sacaba fotos y le adelantaba lo que iba a pasar cuando era más chico para evitarle crisis o incertidumbre. Me decía: “Oliván, ¿vos le dibujás lo que va a pasar?”. Él siempre fue muy amoroso. Cuando conoció a Antonio, fue un amor con él. Hizo todo lo que hace una persona empática. Un día estuvimos como cinco horas con él en Punta del Este y estaba copado con Antonio porque se iba al balcón y le meaba las plantas, le sacaba fotos a las obras de arte, le besaba la papada. Todo el tiempo lo estoy extrañando a Jorge.
-Aparte te agarró en el exterior su muerte...
-Sí, estaba haciendo una nota con Maite Peñoñori por la presentación de mi libro que salió en diciembre. Justo había ido a pasar las fiestas allá a Fort Lauderdale y estábamos terminando la nota y viene Ariel, abre la puerta y dice: “Se murió Lanata”. Sabíamos que estaba mal pero, por más que quise prepararme para ese momento, estuve muy mal varios días de esas vacaciones. Y también me ponía mal el no haberme despedido. Además, me da bronca que no se lo mencione tanto; me parece que todos tendríamos que recordar su escuela. Por eso cuando llegué hice un programa que se llama Oveja Negra, Escuela Lanata. Tiene ese esquema de cuatro investigadores y hacemos investigaciones todas las semanas. En Border, tengo stickers de él por todos lados y mandé a hacer remeras con sus frases. Siempre lo tengo presente, lo extraño y me parece que quedó un agujero enorme en el periodismo argentino.
-Una de las cosas que hace que lo tengas siempre presente es que el chofer de Jorge hoy trabaja con vos… ¿Cómo fue eso?
-Sí, Facu estuvo tantos años con él y tan pendiente hasta el último momento que, cuando volví de vacaciones en marzo, lo llamé y le pregunté qué estaba haciendo. Me dijo que no estaba trabajando entonces lo contratamos para que nos ayude con Antonio. Es muy lindo porque para mí verlo a Facu es como que viene Lanata atrás y bueno, ahora viene Antonio (risas).
-¿Sufriste mucho todo lo mediático del último tiempo? ¿La pelea de las hijas con Elba Marcovecchio?
-No sufrí la pelea sino cómo se hablaba de Jorge. Las cosas que se daban a conocer de su estado en terapia intensiva, cómo se hablaba de las chicas, contar las intimidades de lo que pasaba en una terapia intensiva -donde todo el mundo está con fuertes drogas para calmar los dolores y donde surgen pérdidas de conceptos o espacios temporales- me parecía muy cruel, inmerecido. Después empiezan con que él contó lo de Wanda y no fue, digamos, lo que marcó su carrera hablar de enfermedades de otras personas. Yo lo llamé ese día para decirle que me parecía que estaba mal y él me empezó a contar todo lo que Elba Marcovecchio le había dicho sobre las leyes que lo amparaban y que no iba a pedir perdón porque dio una información que no querían dar los otros. Pero bueno, lo que noté después al no hablar más del tema fue como una manera de dejarlo de lado. Más allá de eso, a mí lo que me dolió fue que estaba peleando por su vida, conectado, todo pinchado y no está bueno decir ciertas cosas.
-Te parecía una falta de respeto, digamos...
-Un poco de respeto a un tipo que fue el Messi del periodismo. Aparte venía de gente que Jorge consideraba amigos o buenos periodistas, que les tenía cariño. Por eso salí a hablar porque no podía quedarme callada en ese momento, me daba mucha indignación lo que pasaba. Yo tuve contacto toda mi vida, me peleé, me amigué, tampoco era su mejor amiga pero sé que nos queríamos y nos respetábamos mutuamente. Siempre me dio consejos buenos que yo atesoro. Él hablaba de la escuelita Oliván, por eso yo a propósito le pongo Escuela Lanata al programa. Sé que estaba muy orgulloso de Border.
-¿Hablás con sus exmujeres?
-Hace un montón que no hablo. Con Kiwi (Sara Stewart Brown) sí me escribo. A Lola (su hija menor) le escribo por Instagram y a veces le digo cosas que creo que le diría el papá. Con Elba (Marcovecchio) no, porque no hablaba antes tampoco. Yo la llamé cuando se casó con Jorge, cuando estuvo enfermo y no le gustaba mucho. No me dio mucha cabida para preguntarle. Entonces le seguía preguntando a Sara, a Barby o a Andrea. Pero la angustia que te genera no ver más una persona… El día que lo internaron yo le iba a hacer una nota en la casa para Border. Yo le decía que le daba notas a todos y a mí no entonces me dijo: “El 14 de junio venite a casa”. Y después me dice: “Escuchame, no me putees pero me olvidé que tenía un estudio”. Para mí fue muy duro.
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