En el Polish noir, el pasado que no se rinde es la bruma que acompaña al crimen
Desde hace un tiempo, las series policiales han trascendido su universalidad para encontrar sus peculiaridades en cada región de pertenencia. Nutrido de un origen literario atractivo y popular, el scandinoirha colonizado la tradición de la narrativa noir y la ha hecho propia. Sabemos que se concentra en la península escandinava, en su clima frío y sus paisajes nevados, en sus bosques de verde perenne y sus misterios ocultos entre fronteras cercanas y costas escarpadas. Allí deambulan detectives abrigados para el prolongado invierno, aparecen cadáveres congelados, los asesinos se ocultan en las noches interminables. Esa joven tradición nórdica hoy ha dejado de ser una novedad para convertirse en un manual de atractivas convenciones cuyo impacto se ha hecho sentir en un amplio espectro de ficciones.
Quizás la narrativa que mejor esquivó el mote geográfico y la influencia báltica fue la británica, que fue la cuna del policial del enigma, con sus investigadores sagaces, cada vez más oscuros y atormentados, hoy convertidos en antihéroes. En cambio, un posible heredero es el policial nacido en Galicia o 'galician noir ', surcado por historias sórdidas, recuerdos ancestrales e inquinas lugareñas. Y uno de los recientes hallazgos es el que llega de Polonia, aquella vieja región del Este que desde hace tiempo modela historias de crímenes y detectives en los confines de su variado paisaje, afirmadas en una identidad propia, adherida a su pasado bajo la égida soviética y a su historia de tragedias nacionales.
En estos días Netflix estrenó uno de los más recientes exponentes, Bosque adentro (2020). Basada en una novela de Harlan Coben de 2007, esta miniserie de seis episodios estructura el relato en dos tiempos: en 1994, durante un campamento de verano marcado por dos muertes y dos desapariciones; y en el presente, 25 años después, cuando aquellos adolescentes ahora convertidos en adultos lidian con las huellas de su pasado. El protagonista es Pawel Kopinski (Grzegorz Damiecki), hoy convertido en fiscal regional a cargo de la investigación de un caso de violación. Viudo reciente y padre de dos niñas, absorbido por el trabajo y la exposición mediática, revive los recuerdos de aquel verano cuando el hallazgo de un cadáver lo conecta con la lejana tragedia del bosque de su juventud.
Una de las claves del bautizado polish noir es la unión inquebrantable entre pasado y presente que muestran los relatos. La Polonia suburbana de Bosque adentro, cercana a la caída del Muro y el inicio de un paulatino proceso de integración a occidente, muestra en ese 1994 los rastros persistentes de un cambio de época, con sus adolescentes seducidos por la libertad aparente de ese nuevo tiempo, por la aventura que ofrece el bosque en la noche, por los descubrimientos inesperados que se tornan siniestros. Ese entorno de pueblo chico se trasforma en una caja de resonancia de malestares nacionales cuando el hallazgo de dos crímenes macabros y los fantasmas de la culpabilidad rasgan la pretendida armonía. Delación, antisemitismo, infidelidad y velados rencores atraviesan ese pasado nunca enterrado, se trasladan de una a otra generación, y sumergen esa paz lugareña en un infierno inesperado.
El pasado también resulta determinante en El pantano (2018), otro de los noir polacos estrenados en los últimos meses en streaming. Allí también la geografía es boscosa y pueblerina, alejada de la urbanidad de la metrópoli, teñida de colores opacos, luces mortecinas y persistente nocturnidad. Ambientada a comienzo de los años 80, enreda a dos periodistas en la investigación de un doble crimen. Un viejo cronista, preparado en secreto para una fuga a Berlín occidental, descarnado por un amor perdido y años de desencanto. Y junto a él un joven recién llegado a de Cracovia, inquieto por encontrar su camino, curioso de lo que sucede bajo la superficie de ese pueblo tranquilo. Las víctimas son una prostituta y un dirigente de la Juventud Socialista, el aparente culpable un chivo expiatorio, y el derrotero de la investigación una trampa, marcada por un denso trasfondo político, por los sueños truncos del pasado, por un horizonte de pretendida escapatoria. La miniserie juega con el peso del pasado del propio país de la misma manera que los personajes dialogan con sus propios recuerdos, aquellos que los atenazan a sus deberes y responsabilidades, a sus intentos de ser diferentes.
La estética del polish noir está teñida de ese mundo fronterizo entre el ayer y la actualidad, entre esa era enraizada en los tiempos de la Guerra Fría y los aires de la nueva modernidad. En El pantano todo es ocre y apagado; el verano de Bosque adentro ve su luz diurna extinguirse entre las sombras del crimen que aguarda en la vegetación. A diferencia del scandinoir, que utiliza una paleta de colores fríos y azulados, los destellos hirientes de la nieve acumulada y los reflejos en el hielo, el universo polaco es terroso y agobiante, sus momentos de calor y excitación esconden el germen de su agotamiento, los amores son efímeros o imposibles, las callecitas llenas de voces condenatorias o escondidas traiciones. La luz de los tiempos parece haberse ido a otro lado, dejando apenas los tibios resabios de su presencia, la melancolía de su desaparición.
1983 (2018) es otro de los policiales polacos anclado en un mundo anterior. En esta serie creada por Joshua Logan, ese año se configura como el inicio de un Estado policial que rige en Polonia desde entonces. A veinte años de aquella ley marcial que garantiza la paz social bajo amenaza del castigo, un nuevo aniversario despierta los aires de liberación. El entorno es ominoso, signado por la persistencia de un clima paranoico, por sus espías, sus milicias clandestinas, sus pactos subterráneos para sostener el poder. El aparente suicidio de un líder de las fuerzas rebeldes impulsa a un investigador a descubrir qué hay detrás del ataque terrorista que motivó ese férreo control que mantiene al país dormido. El uso del pasado se revela nuevamente como una estrategia fascinante, que permite elucubrar una continuidad en el presente, bajo el paraguas de la ucronía.
Ese juego de tensiones entre dos Polonias, aquella gestada por la apariencia de orden y la otra que circula por las profundidades sociales, por sus verdaderos conflictos y humores, es clave para el universo actual del polish noir. Como ocurría en el cine de Jerzy Kawalerowicz en aquellos tiempos de la Nueva Ola Polaca, los microuniversos regulados se presentaban desdoblados. Así sucedía en Tren nocturno (1959) entre el control ejercido en el tren y el caos del afuera que siempre resultaba trágico y liberador. 1983 es el mejor ejemplo de esa lógica, con su prístina apariencia de control que esconde un tentacular complot que se remonta a ese año crítico. La densidad de la historia, con sus múltiples personajes y sus giros dramáticos, toma prestadas algunas ideas del thriller de espías, se adhiere a ese vértigo que exigen las sucesivas revelaciones, pero persiste en una puesta en escena opaca y ominosa.
Otra de las series polacas que parte del presente para desenterrar el pasado es Zbrodnia (2014), remake de la sueca Morden i Sandhamn (2010). Estrenada en Netflix como The Crime y con la participación de la excelente actriz y cantante Joanna Kulig (protagonista de Cold War y de la serie The Eddy), se sitúa en un tranquilo pueblo costero en el que la aparición de un cadáver altera la vida local. La investigación queda a cargo del detective Tomasz Nowinski (Wojciech Zielinski), atormentado por la muerte de su hija y por el reencuentro inesperado con un amor de juventud. Las pistas de la investigación se tornan elusivas y la vida de ese pequeño poblado está signada por la instalación de una base militar durante los años de la Guerra Fría y los secretos que todavía silencian sus más viejos residentes. El ambiente costero, los viajes en barco y el contexto de la pesca brindan a la primera temporada un brillo diurno que apenas oculta la inminencia del peligro y los rencores personales como motor de la tragedia.
Al igual que ocurre en Bosque adentro con la historia de amor adolescente entre Pawel y Laura (Agnieszka Grochowska), separados por el clima de persecución y condena que sigue a las desapariciones en el bosque, y en El pantano con el amor perdido del veterano Witold Wanycz (Andrzej Seweryn), condenado al exilio por la crueldad de una guerra nunca saldada, Zbrodnia también teje los hilos de amores truncos, de pasiones renacidas pese al paso del tiempo y los intentos de olvido. Esa aura de eterna melancolía revela en el polish noir un costado vital que supera todo cinismo y desapego propio del policial. Sus amantes esperan pacientes, muchas veces sin saberlo, el regreso de aquellos romances olvidados en la memoria que vuelven atados a la tragedia de una muerte o el horror de un macabro hallazgo. Todas las historias polacas están pobladas de fotos viejas, de llantos contenidos, de sueños de amores condenados.
Como corolario de este recorrido asoma un peculiar policial ambientado en Serbia y también recluido en el mundo del pasado. Se trata de Sol negro (2017), una exitosa superproducción ambientada en la Belgrado de los años 20, que Eurochannel estrenó esta semana. Dos policías siguen la pista de un crimen religioso y la profanación de una iglesia. En esa búsqueda se internan en el tráfico de opio en los barrios pobres de la Belgrado de entreguerras, en el tráfico de oro en las altas esferas del poder militar, en muertes brutales y amores imposibles. La puesta en escena exuda ambición y artificio, en un noir que esconde su espíritu de melodrama bajo esas pasiones desmedidas que agitan el corazón de los Balcanes. Al igual que en Polonia, en la cercana Serbia ese pasado todavía vivo también late en las ambiciones que impulsan el crimen, en las adicciones que mitigan las pérdidas, en los ambientes sórdidos que muestran lo más oscuro de aquel tiempo que aún no se extingue.
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