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El kéfir se ha vuelto un fijo en muchas heladeras, pero no solo por ‘moda saludable’. En realidad, este probiótico natural está ganando protagonismo por el efecto que podría tener en la salud de los riñones. En un contexto donde los problemas gastrointestinales son cada vez más frecuentes en el día a día y la microbiota intestinal está en el centro de muchas investigaciones, alimentos fermentados como el kéfir se han convertido en un aliado clave.
Asimismo, este ayuda mucho, especialmente sabiendo que el sobrecrecimiento bacteriano (SIBO) y otras alteraciones digestivas afectan ya a cierta población. Esa disbiosis intestinal no solo provoca molestias como diarrea, estreñimiento, náuseas, gases o fatiga, sino que también se vincula con enfermedades de otros órganos, entre ellos los riñones. Por eso, cuidar la microbiota no es solo ‘tener mejor digestión’, sino proteger sistemas claves para depurar toxinas y regular líquidos.
En ese escenario, el kéfir, que antes se veía como algo exótico, ha pasado a convertirse en un básico de supermercado. Es un alimento fermentado que puede elaborarse a partir de leche de vaca, cabra, oveja o incluso bebidas vegetales como soja o coco. Su valor está en la gran cantidad de bacterias beneficiosas que contiene: no solo ayudan a equilibrar la flora intestinal, también pueden ejercer un efecto indirecto y directo sobre la salud renal.
Un estudio vincula esta patología con una disbiosis intestinal: aumento de bacterias perjudiciales y pérdida de la barrera intestinal, lo que facilita que endotoxinas y productos bacterianos pasen a la sangre. Mantener una flora sana mediante probióticos, como el kéfir, ayudaría a reducir ese ‘bombardeo’ de sustancias dañinas que los riñones deben filtrar constantemente.
A partir de ahí, se repasan investigaciones en las que el kéfir muestra efectos concretos. En personas diabéticas, un estudio observó que su consumo ayudó a reducir los niveles de urea y creatinina en sangre, dos puntos clave de la función renal, y ofreció cierta protección frente a los efectos del exceso de azúcar.
Otro trabajo, centrado en los péptidos del kéfir, encontró que en dietas muy altas en sal este alimento evitó que el riñón se volviera fibroso y mantuvo su capacidad de filtración, algo clave para prevenir daño estructural.
En un estudio sobre el Cisplatino, un medicamento muy agresivo para el riñón, se vio que el kéfir ayudaba a frenar la muerte celular que este fármaco provoca en el tejido renal. Es decir, no solo actuaría de forma preventiva, sino también como posible protector ante daños concretos causados por tratamientos intensivos.
Eso sí, muchos de estos trabajos se han realizado en modelos animales, por lo que los expertos piden prudencia. Aun así, hay datos en humanos que apuntan en la misma dirección: una investigación publicada en la revista Frontiers in Nutrition, basada en miles de personas, concluyó que quienes consumen probióticos de forma habitual tienen menos probabilidad de desarrollar enfermedad renal crónica. El kéfir entra de lleno en ese grupo de probióticos con potencial protector.

El kéfir es algo más que ‘el yogur de moda’: un alimento fermentado que, tomado a diario dentro de una dieta equilibrada, podría contribuir a mantener una microbiota sana y, con ello, reducir el riesgo de daño renal y mejorar ciertos parámetros en personas vulnerables. La ciencia todavía está en marcha, pero lo que ya se sabe apunta a que cuidar los riñones también puede empezar en el intestino, y que un vaso de kéfir al día podría ser parte de una solución.



