Filósofos del poder: a todos los presidentes les conviene tener uno a mano
Intelectuales reflexionan acerca de esta variante de la política nacional que, gobierno a gobierno, se consolida: ¿pensamiento, propagandismo o interés mutuo?
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Ya que no ha nacido aún, al menos en la Argentina, un “filósofo rey” como el que postulaba Platón, los presidentes suelen tener entre sus asesores, funcionarios o simpatizantes un filósofo a mano que refrenda, explica o interpreta políticas. Néstor y Cristina Kirchner contaron con los intelectuales de Carta Abierta, liderados por el exdirector de la Biblioteca Nacional, el ensayista y sociólogo Horacio González, y a la pareja conformada por los filósofos Ernesto Laclau y Chantal Mouffe que decodificó los designios kirchneristas.
Mauricio Macri contó con el asesoramiento del politólogo Marcos Peña, devenido en coach de la dimensión humana del poder, y de Alejandro Rozitchner, hoy convertido en un tenaz defensor del gobierno libertario. Hasta Alberto Fernández supo cobijar a su propia corte de intelectuales como el antropólogo Alejandro Grimson, el filósofo Ricardo Forster y la socióloga feminista Dora Barrancos, entre otros.
No apoyar al gobierno nacional hoy es absurdo. O se tienen intereses que no son los del país.
— Alejandro Rozitchner (@AlejRozitchner) May 27, 2025
A diferencia de sus predecesores, filósofos de La Libertad Avanza como el economista Alberto Benegas Lynch (miembro de las academias nacionales de Ciencias Económicas, Ciencias Morales y Políticas y Ciencias), Rozitchner y Agustín Laje usan las herramientas provistas por las redes sociales con originalidad, osadía y, a veces, una pizca de agresividad. A las publicaciones en X, hay que sumar la participación en encuentros de la derecha internacional y en entidades no gubernamentales como la Fundación Faro que integra Benegas Lynch y dirige Laje que recientemente se reunió con el primer ministro de Hungría, Viktor Orban. Libros, cursos, premiaciones y newsletters forman parte de la contrahegemónica “batalla cultural”.

“Los que encuentran algo para criticar en el gobierno nacional, con esa actitud de mordisquear algún detalle, alguna imperfección (real o supuesta, generalmente falsa), ¿se dan cuenta de que la realidad es lo posible y no lo imaginario? ¿Tienen esa actitud ‘perfeccionista’ con sus propias vidas? Creo que hay a la vez falta de inteligencia y no saber vivir. El mundo real tiene restricciones, el idealismo quiere todo y logra nada. Nadie hubiera creído posible estar hoy en la Argentina en la increíble situación que estamos. La insatisfacción es un temita personal”, meditó en su cuenta de X el filósofo y escritor Alejandro Rozitchner con quien LA NACION intentó comunicarse.
Reunión con el Primer Ministro de Hungría @PM_ViktorOrban , en la que se habló de inmigración ilegal, invierno demográfico, agenda woke, guerras, globalismo y cómo los patriotas debemos dar la batalla cultural y política en nuestros países.
— Agustín Laje (@AgustinLaje) May 29, 2025
Experiencia inolvidable. pic.twitter.com/VLJU0uog7K
En respuesta a una publicación de X, Laje, con espíritu lexicográfico, listó palabras de “zurdo en versión progre (totalmente reventados de la cabeza)”, entre las que aparecen “deconstruirse”, “problematizar”, “disidencias”, “diversidad”, “micromachismo”, “minorías oprimidas”, “belleza hegemónica”, “violencia estética”, “ecofeminismo” y “justicia racial”.
“Podría seguir bastante más -se jactó-, pero ya me cansé de estos enfermos mentales”.
Intelectuales y filósofos reflexionan acerca de esta variante de la política nacional que, gobierno a gobierno, se consolida: los filósofos del poder.
Para el escritor y abogado Marcelo Gioffré, el caso de Rozitchner es, asegura, el de “un completo oportunista”. “Con Macri era la revolución de la felicidad y ahora la apoteosis de la agresividad y la amargura -sostiene-. Hasta hace un año seguía porfiando que habían hecho bien en no librar una disputa cultural en la época de Macri y ahora opina lo contrario. Es un mero propagandista sin ideas nítidas ni una cosmovisión política sólida. Es como Goya, que como pintor de palacio iba cambiando sus cuadros según quien era el Rey, capa sobre capa. Pero es un Goya sin talento”.
“En cuanto a Laje, es al revés: es un dogmático con ideas muy precisas: antiglobalización, mano dura, militarismo, cristiandad, extremo conservadurismo en las costumbres, antiecologismo, homófobo, misógino -opina sobre el autor de Globalismo-. Es un personaje medieval. El link con Milei es el club de la derecha mundial, ese festejo ridículo por vengarse de un enemigo irrisorio: los beatos del lenguaje inclusivo”.
Para Gioffré, los libertarios coinciden en que se debe librar la batalla cultural. “El problema es que no saben qué es esa batalla, creen que eso es la Fundación Faro y el Gordo Dan -ironiza-. Y no es así. La creación de sentido simbólico requiere algo de lo que todos estos pibes están a kilómetros de distancia: obras de teatro, novelas, grafiteros, pintores. La contrarreforma contra Lutero en España se hizo con Zurbarán pintando santas, no con Lajes. Pero ellos no pueden librar esa batalla porque ningún artista está con ellos”.
Siempre fui crítico de @AlejRozitchner, incluso hace más de 20 años (quizás él ni recuerde) tuve una agarrada fuerte en el programa de Grondona. Sin embargo, nada me impide saludar su notable defensa y aporte intelectual en favor del actual gobierno de @JMilei , con sólidos… https://t.co/l2X8hRSQpQ
— Nicolás Márquez (@NickyMarquez1) June 3, 2025
Según la filósofa Roxana Kreimer, “no es problemático que un filósofo se acerque al poder si mantiene su independencia y no se priva de criticarlo cuando discrepa”.
“Solo sería cuestionable si se tratara de un dictador, como Jorge Rafael Videla -remarca la autora de El fracaso de la derecha-. Sin embargo, el ser humano es tribal y muchas veces prioriza la lealtad al grupo sobre la verdad. También es común confundir asesoramiento con militancia, como ocurrió con Martín Caparrós cuando fue invitado a la ‘Mesa contra el Hambre’. Se le reprochó haber asistido y se lo asoció al gobierno de Alberto Fernández, pese a que nunca lo apoyó. Algo similar me ocurrió cuando, tras escribir en LA NACION sobre desigualdad y la necesidad de una Asignación Universal por Hijo (AUH), fui convocada a una reunión con el entonces ministro Julio Alak. Aporté estudios científicos sobre el tema y, dos semanas después, Cristina Kirchner promulgó la AUH por decreto. Alak me escribió un mail, diciendo que probablemente la Presidenta fue influida por ese intercambio. Fui muy crítica del kirchnerismo en su momento y no milité en el partido de Elisa Carrió, quien propuso primero la AUH en la Argentina. Pero algunos interpretaron mi colaboración como adhesión política. La filosofía debe contribuir sin renunciar a la crítica cuando sea necesario. Como señala Marx en sus tesis sobre Feuerbach: ‘Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo’”.
"No nos engañemos: el Poder no necesita a la Filosofía -afirma el filósofo y escritor Santiago Kovadloff-. Más aún: no confía en ella. Lo probó el tirano de Siracusa al encarcelar a Platón luego de escuchar su propuesta de gobierno. Y es más que nutrida desde entonces la caravana de pensadores desencantados con el Poder tras haber confiado en él, homologándolo a una búsqueda de la ética y la verdad. Por lo demás, si en algún momento el Poder recurrió al filósofo fue para subordinar sus aportes a las necesidades de hegemonía que siempre inspiran su acción. O en otros términos: para enmascarar sus imperativos ideológicos y prácticos con los atributos del espíritu crítico y autocrítico y con los resplandores de la razón”.
“Allí donde reinan las necesidades de supremacía que son propias del Poder, la palabra termina por perder toda consistencia moral -agrega el autor de Locos de Dios, que acaba de presentar La suma de los días. Fragmentos de una vida, suerte de autobiografía-. Pasa a ser un mero instrumento. Una herramienta de valor reversible. Hoy puede empleársela para decir una cosa y mañana otra contraria a la primera. En Filosofía no es así. Sus enunciados no están a salvo de la contradicción ni de la insuficiencia expresiva, pero al caer en ellas y advertirlo, la Filosofía contrae consigo misma una deuda que se empeñará en saldar buscando la coherencia que en su momento no alcanzó. No procede con impunidad. ¡Ha ocurrido tantas veces! La Filosofía va al encuentro del Poder creyendo que entre ellos puede haber compatibilidad, que puede brindarle sus servicios sin afectar su propia libertad. Y termina descubriendo que solo se la tolera si acepta rendir pleitesía a las necesidades de hegemonía a las que el Poder no puede renunciar sin traicionar su naturaleza. Si el filósofo acepta ese papel servil se habrá convertido, a lo sumo, en ideólogo y habrá dejado de ser un pensador”.
Para Kovadloff, que fue asesor de la candidata a la presidencia Patricia Bullrich, el prestigio del que goza la filosofía en ciertos ámbitos sociales “induce a veces al Poder a recurrir a sus voceros para afianzar en ellos su intendencia política”.
“Darse a ver públicamente en compañía de un intelectual puede resultar, para los devotos del Poder, un recurso apto para fortalecer su imagen, infundiéndole un aura de espiritualidad -ejemplifica-. Y a ese intelectual, la ilusión de que su palabra ha alcanzado la cumbre de su sentido, la cima de su reconocimiento”.
“La Filosofía no es enemiga de la política porque no es enemiga de la realidad -concluye-. Pero solo seguirá siendo Filosofía si no renuncia a esa convicción que le dio vida veinticinco siglos atrás: la que sostiene que la verdad importa más que los intereses sin freno del Poder. Es inútil recurrir a la historia para mostrar y demostrar dónde terminan quienes prestan oídos al canto de las sirenas. El imán resiste todos los embates que ponen a prueba su hechizo. Siempre habrá lobos feroces disfrazados de abuelitas y caperucitas dispuestas a dejarse comer con tal de vivir el ensueño que asegura que, por fin, la realidad se ha rendido al encanto de los conceptos”.
La filósofa Leonor Silvestri, autora de Sin esperanza y sin miedo: cínicos, estoicos y epicúreos, entre otros títulos, fue catalogada como una “ideóloga queer” por Laje y Nicolás Márquez en El libro negro de la nueva izquierda.
“Técnicamente hablando, si seguimos a Giorgio Colli en su libro El nacimiento de la filosofía esta palabra no es más que un neologismo creado por Platón para decir que él no es un sophós, sabio, sino alguien que ama (phileo) lo que los sophoi producen: la sabiduría -establece Silvestri-. Si realizó esta disquisición entre el amor por la sabiduría, filosofía, y la sabiduría misma, a lo que se dedican quienes son sabios y sabias, es decir, de Sócrates y su mítica maestra Diótima a los físicos, por falsa modestia o auténtica humildad queda a juicio de cada quien. No obstante, el pensamiento crítico es inherentemente impopular, la famosa adoxia de los cínicos, que se dedicaban con su mordedura pedagógica a contagiar la rabia contra el poder. Si para desautomatizar la percepción hay que ofender lo que existe, es imposible producir y trasmitir un pensamiento filoso y al mismo tiempo caerles bien a las elites. Por eso, Diógenes de Sínope, ante el ofrecimiento de Alejandro Magno de qué podía hacer el emperador por el sabio, responde que se corra porque le tapa el Sol: primero, a qué puede ayudar sino a caer un emperador y, segundo, esa falsa humildad no se la compró dado que tapar el Sol, en última instancia, es creerse una divinidad”.
“Por eso, se suponía que la filosofía era un oficio peligroso -prosigue Silvestri-. Como bien dice Lao Tse en el Tao Te Ching: ‘Las palabras verdaderas no son gratas / las palabras gratas no son verdaderas’. De hecho, el logos, la palabra, no fue hecha ni para agradar ni para comunicarse sino para pelear. De eso se trata la agonística, la famosa batalla por los enunciados”.
Según Silvestri, hoy, la filosofía “suele ser el equivalente a, en el mejor de los casos, una licenciatura o peor, denomina ese seudopensamiento de tipo cortesano, lisonjero, ramplón, más cerca del coaching que de otra cosa".
El profesor y escritor Lucas Soares, que acaba de publicar el ensayo ¿Qué es esa cosa llamada filosofía?, sostiene que si nos remontamos a la filosofía política antigua, “el vínculo entre filosofía y poder supone una relación de interés mutuo en la que el gobernante obtiene del filósofo concepciones acerca de la buena vida y la sociedad más justa, y el filósofo se sirve del gobernante como un medio para ver alguna vez realizadas en la práctica esas concepciones”.
“Pensemos, por citar los casos más emblemáticos, en la relación del sofista Protágoras con Pericles, en la de Platón con Dionisio y en la de Aristóteles con Alejandro Magno -ilustra-. Hay también una idea que atraviesa, en mayor o menor medida, la filosofía política antigua y que a mí me resulta muy actual: la idea de que la política es una ciencia que tiene al alma por objeto, en tanto que la meta de la política apunta a un mejoramiento de la vida del conjunto que presupone, en última instancia, un conocimiento del alma individual. Ya desde la Antigüedad encontramos esta idea de la política como ‘psicopolítica’ que resuena con fuerza en el presente. Porque hoy ejercer el poder, bajo la amplificación de las redes sociales, consiste en gobernar las emociones de los ciudadanos. La política actual, lo vemos a diario, se rige más por narrativas emocionales que por narrativas de corte racional-argumentativo; basta con ver el espectáculo de la ‘barrabravización’ de la política que nos muestran las sesiones legislativas”.
“Si hoy la medida de la realidad pasa por nuestra traducción emocional de los acontecimientos, ahí es donde el discurso filosófico, con su bagaje teórico forjado por una tradición milenaria de pensadores y pensadoras, tiene mucho que decir respecto de las diversas formas de administración política de la vida humana; y el gobernante, por su parte, tiene mucho que escuchar acerca de eso”, concluye.
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