Un gesto cotidiano podría estar vinculado a cómo el cerebro detecta cambios sensoriales mínimos
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Muchas personas dejan sin beber el último tramo del café, sin importar el tamaño de la taza ni cuánto disfruten la bebida.
Dicho comportamiento, presente en distintas rutinas diarias, suele considerarse una simple costumbre, pero puede tener una explicación relacionada con la manera en que el cerebro procesa variaciones en sabor, textura y temperatura.
Explicación sensorial y reacción automática
En un vídeo divulgativo, la farmacéutica leonesa Elena Monje (@infarmarte) describe que este hábito no se produce por falta de apetencia ni por rechazo al gusto, sino por lo que ocurre justo al finalizar la bebida: cambios en la textura, la temperatura o la presencia de pequeños sedimentos.
Monje señala que estos elementos, aunque leves, pueden modificar la sensación en boca y activar una respuesta inmediata. Según explica, ese último sorbo presenta partículas o variaciones físicas casi imperceptibles que el cerebro identifica como señales inesperadas.

“Señales que el cerebro interpreta como desagradables”
Las bebidas filtradas, como el café, tienden a concentrar sedimentos o diferencias de densidad en el fondo. Estos matices bastan para que algunas personas experimenten una discrepancia sensorial que desencadena una respuesta automática.
La especialista indica que este proceso no está relacionado con problemas de sabor, sino con cómo el sistema nervioso reacciona ante modificaciones súbitas que interpreta como potencialmente desfavorables.
Relación con la aversión al asco
Este comportamiento se conecta con un mecanismo humano esencial: la aversión al asco. Esta reacción actúa como una forma de protección ante posibles sustancias contaminadas o poco agradables.
Se trata de un reflejo adaptativo, rápido e inconsciente, que puede influir en decisiones cotidianas tan simples como evitar el último sorbo de una bebida.
“Un gesto común que no tiene nada de preocupante”
Que una persona no termine su café no implica la presencia de un trastorno ni el desarrollo de una fobia. En muchos casos, representa una ligera barrera sensorial que algunos prefieren no superar. Mientras para ciertas personas pasa inadvertido, para otras constituye un punto final natural de su consumo.
Este comportamiento no requiere corrección ni intervención, ya que forma parte de la forma particular en que cada individuo percibe estímulos concentrados al fondo de una taza. Así, quien acostumbra a dejar la última porción del café probablemente responda, de manera mínima, a un mecanismo de protección presente en la especie desde hace miles de años.

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