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La crisis de 2001 implicó un estallido social inédito en la historia del país. Sus efectos fueron devastadores, con una pobreza cercana al 50% y un desempleo superior al 20%. A pesar de la recuperación económica en los años posteriores, la generación nacida durante el auge de la crisis, en 2001 y 2002, aún enfrenta serios obstáculos.
La inseguridad, la dificultad para conseguir trabajo, las reiteradas crisis económicas casi cíclicas, la creciente pobreza y marginalidad, son algunos de los problemas de largo plazo que el 2001 parece haber dejado como un legado indeleble. Lejos de superarlo, el país vive una fuerte sensación de deja vú. De haber atravesado un punto de quiebre que no tiene retorno.
Las historias de los nacidos en esos años así lo prueban, fiel reflejo de una Argentina que aún no encontró su rumbo en los últimos 20 años. Frustrados por la realidad que enfrentan, muchos de estos jóvenes imaginan un futuro fuera del país.
Clara Pérez Monsalvo
Fecha de nacimiento: 22/01/2002
Vive en Moreno, provincia de Buenos Aires
Estudiante de arquitectura
Tan solo un mes después del momento más dramático de la crisis de 2001, Clara Pérez Monsalvo nació en Estados Unidos. Su mamá, Daniela, llamó al consulado argentino en Chicago para nacionalizarla. “¿Usted para qué quiere que ella sea argentina?”, fue la respuesta que recibió.
Lejos del ensordecedor ruido de las cacerolas, los saqueos e incendios, allí reinaba la tranquilidad. Sus padres y sus tres hermanos mayores habían emigrado apenas unos meses antes de que se desatara el caos, por el trabajo de su papá, Diego, en la empresa 3M.
“Mis papás no podían creer la suerte que tuvieron. Se fueron justo antes del momento en el que se destrozó el país. Cuando iban de visita, me contaban que era increíble ver las caras de la gente. También estaban sorprendidos con la diferencia en el nivel de vida que teníamos nosotros allá”, recuerda Clara.
Sus familiares en la Argentina sufrieron con dureza el impacto de la crisis. Algunos de ellos perdieron sus trabajos. Casi todos se vieron afectados económicamente. La empresa familiar del lado de su mamá, dedicada al comercio y la producción de artículos de hierro, enfrentó un enorme golpe. “Les costó bastante recuperarse, varios años. Nunca se pudieron recuperar por completo”, sostiene Clara.
Cuando tenía dos años, en 2004, Clara y su familia regresaron al país. Se instalaron en Moreno, en un barrio cerrado. “Antes de irse a Estados Unidos, mi familia sufrió robos mientras ellos estaban en la casa. A mis padres los encerraron en su cuarto. Mis hermanos eran muy chicos. Eso los dejó muy traumados, les daba miedo que les entraran a robar otra vez. Querían encontrar un lugar que fuera seguro y tranquilo”, explica Clara.
La inseguridad los sigue atormentando. A sus hermanos y a sus padres más de una vez les robaron celulares, cadenitas y otros objetos de valor mientras circulaban por la calle. Por eso, a Clara le da miedo salir sola. “Mucho por acá no me muevo porque Moreno es muy inseguro. No voy a lugares sola. Realmente me da miedo salir sola, sea de día o de noche”, afirma.
Cursó en el colegio Bartolomé Mitre, un instituto privado de la zona. Hoy, Clara estudia Arquitectura en la Universidad de Buenos Aires. En 2019, se naturalizó argentina para poder votar en las elecciones presidenciales.
“Nunca me quise ir ni sentí la necesidad de emigrar. Pero ahora veo a mis hermanos, o a gente más grande, que les cuesta mucho conseguir trabajo y poder mantenerse, y a veces pienso en irme cuando termine la carrera. Un poco por ganas de probar algo nuevo, pero también porque quizá en otro país sea más fácil que te vaya bien laboralmente”, resume. “Acá terminás trabajando de lo que hay. No de lo que realmente querés”, concluye, consciente de las dificultades que tuvo su hermano de 27 años, también arquitecto, para conseguir un buen trabajo.
Narella Veiga
Fecha de nacimiento: 03/09/2001
Vive en Palermo, Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Trabaja en una juguetería
Cuando Narella Veiga apenas tenía unos meses, en plena crisis de 2001, sus padres se preocupaban por comprar pañales y leche en cantidad. Tenían miedo de que los saqueos causaran desabastecimiento. Y querían estar seguros de que a su hija pequeña no le iba a faltar nada.
“Vivíamos con mucha incertidumbre. Lo que más tuvo presente mi familia fueron los saqueos”, cuenta Narella. En ese entonces, su papá trabajaba como encargado de edificio y su mamá en la Obra Social de Empleados de Comercio (Osecac). Al no tener dinero en el banco, el corralito no afectó sus ahorros. “Por suerte, mi familia se vio poco afectada por la crisis”, afirma Narella.
Hizo la primaria en una escuela pública de Palermo. Después, terminó el secundario en el Instituto Raúl Scalabrini Ortiz. Al poco tiempo, empezó el CBC en la UBA. Pero la virtualidad, forzada por la pandemia de coronavirus, se transformó en un obstáculo demasiado grande.
“Iba a empezar a estudiar en la UBA, pero en el contexto de la virtualidad me costó mucho. Así que desde septiembre del 2020 a marzo de este año estuve buscando trabajo. Fue muy difícil. Más que nada porque todos o casi todos los lugares te piden experiencia laboral, lo cual es muy difícil recién salido del secundario”, relata Narella.
Finalmente, consiguió empleo en un local de ropa infantil. Pero le pagaban apenas un poco más de 20.000 pesos por trabajar unas 10 horas diarias de lunes a viernes. Por eso, después de unos meses decidió renunciar. “Se dificulta mucho conseguir trabajo y más que nada, conseguir uno que sea en buenas condiciones y con una remuneración correspondiente. Es difícil encontrar un trabajo en blanco en el que paguen lo que corresponde. Y los lugares que no te piden experiencia previa suelen ser los peores”, resume.
Después de casi medio año de búsqueda laboral, empezó a trabajar en una juguetería como refuerzo por las fiestas. “Estoy muy contenta. Me encantaría poder quedar fija”, afirma. Hace poco, se enteró del cierre de su escuela secundaria, por la crisis económica que trajo la pandemia. “Me duele mucho el cierre. Para mí el colegio fue muy importante, es como una familia. Siempre me apoyaron en todo”, explica.
“Estamos pagando la mala toma de decisiones de gobiernos anteriores. Pero no siento que estemos en la misma situación. Hoy en día no se vive el mismo pánico que tenía la gente en ese entonces”, concluye, al comparar las dificultades de la actual crisis económica con el contexto de 2001.
Nicolás Morales
Fecha de nacimiento: 20/02/2001
Vive en San Isidro, provincia de Buenos Aires
Estudiante de Hotelería y Turismo
En diciembre de 2001, Mónica, la mamá de Nicolás Morales, era empleada bancaria. Trabajaba en el microcentro, la zona de la ciudad donde la crisis se expresó con mayor crudeza. A sus alrededores, las manifestaciones y protestas multitudinarias interrumpían el tránsito y desataban un caos de bocinas. Los supermercados y locales cercanos sufrían saqueos. Las calles estaban llenas de policía montada, en un desesperado intento de imponer orden.
“Mi mamá decidió dejar de trabajar por los problemas que había en los bancos”, recuerda Nicolás, que en ese entonces tenía solo diez meses. Su papá, Stephan, tampoco estuvo exento de los efectos de la crisis. Trabajaba en una empresa de importación de máquinas, y por un tiempo tuvo dificultades para poder funcionar. A la familia Morales le llevó un año entero poder recuperarse de la crisis.
“Por suerte estábamos en una situación cómoda porque tanto mi padre como mi madre trabajaban. Así que no tuvimos muchas consecuencias económicas”, afirma Nicolás. Asistió al Colegio Goethe, un establecimiento educativo privado de la zona. Una vez terminada la secundaria, empezó a estudiar una tecnicatura en Hotelería y Turismo en el Ott College. Mientras tanto, busca conseguir su primer empleo en el rubro.
“Conseguir trabajo o una pasantía es muy difícil. Las empresas buscan gente con experiencia laboral y yo no la tengo. Es un gran obstáculo”, relata Nicolás, al referirse a las dificultades que hoy enfrentan los jóvenes para insertarse en el mercado laboral.
“Siento que es una situación parecida a la del 2001″, reflexiona, al pensar en la actual crisis económica que atraviesa la Argentina, hace ya varios años. “Aunque hoy en día la sensación es diferente. Antes había una desesperanza de la gente en general. Hoy hay gente que apoya a los políticos y otra que desconfía”, resume.
El proyecto a largo plazo de Nicolás es abrirse su propio emprendimiento. Sueña con tener su hotel. O quizás un bar o un restaurant. “Creo que si trabajo muy duro, podría realizar ese proyecto en este país. Pero mi idea es hacerlo en el extranjero”, concluye, convencido de que el camino a recorrer hasta concretar sus planes futuros será más ameno en otro país con menos dificultades y complejidades que la Argentina.
Matías Moreno
Fecha de nacimiento: 01/11/2001
Vive en Microcentro, Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Trabaja en una librería haciendo tareas de mensajería
Matías Moreno nació en noviembre de 2001, sólo un mes antes del estallido social. Su mamá limpiaba oficinas en el Microcentro, trabajo que conserva hasta hoy. Su papá tenía dos empleos. Era encargado de un edificio y también trabajaba en una empresa de mensajería cerca del Obelisco, que hoy ya no existe.
“Por suerte no tuvimos ningún problema grande de dinero. Porque ambos trabajaban y además mi papá tenía dos trabajos”, recuerda Matías.
Fue a la escuela primaria en el San Francisco de Asís, un colegio parroquial cercano a su casa. Después, terminó sus estudios secundarios en el Instituto Raúl Scalabrini Ortiz. En plena pandemia, durante el mes de abril, Matías empezó el CBC para ingresar a la carrera de Psicología en la UBA.
“Al principio iba todo bien, pero después terminé dejando. Me resultaba muy incómodo estar en modalidad virtual”, describe Matías. Unos meses después, intentó retomar la carrera. Pero otra vez terminó dejándola por los inconvenientes que le generaba la virtualidad. Empezó a reemplazar a su mamá en la limpieza de oficinas. También ayudaba a su papá en su trabajo como encargado.
“Después busqué trabajo por mi cuenta y empecé a trabajar en una panadería desde las 7 de la mañana hasta las 12 del mediodía”, afirma Matías. “También empecé a trabajar en una librería, entregando facturas, haciendo cobranzas, llevando cajas de resma, que son muy pesadas, y haciendo mensajería. Se me acumularon 12 horas de trabajo todo el día”, relata Matías.
Abrumado por la sobrecarga diaria de trabajo, a Matías ya no le quedaba tiempo para practicar su actividad favorita: andar en bici por la ciudad a la noche y practicar stunt, un deporte que consiste en realizar trucos con la bicicleta. Por eso, finalmente eligió quedarse sólo con la librería. “Tengo pensado aprovechar la mañana para estudiar y leer cosas de psicología que me interesan. Estaba muy cansado de tanto trabajar y sentía que no utilizaba mi mente”, afirma. En su barrio, muchos chicos que él conoce no pudieron terminar el secundario.
Hace poco intentaron tomar un campo contiguo a la casa donde vive la hermana de Matías, en Berazategui. “Hay mucha pobreza. Pudo haber un avance en el medio, pero estamos peor que en 2001. No sólo por la situación del país, también por la pandemia. En vez de estar progresando veo que mucha gente vuelve para atrás”, sentencia. Sin embargo, Matías no renuncia a sus sueños. Espera en algún momento poder abrir su propio local de ropa vintage. Y tiene confianza en que lo va a lograr.
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