Iván, Germán, Elena y Julieta tienen entre 14 y 18 años; gracias a un método ideado por una mamá pudieron expresar lo que saben; una escuela porteña adaptó los exámenes y pudieron rendir como alumnos libres
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La primera vez que Iván, Germán, Elena y Julieta pisaron una escuela fue hace apenas unos días. Para muchos adolescentes, ir a la escuela forma parte de su rutina diaria. Para ellos, que tienen entre 14 y 18 años, están diagnosticados dentro del espectro autista y ninguno se expresa verbalmente, esa visita fue un desafío al que nunca se hubiesen enfrentado sin la ayuda de una técnica que les permitió comunicarse por primera vez en sus vidas.
En verdad, no se trató de cualquier visita. A pesar de las dificultades que tienen para comunicarse, este año se propusieron rendir un examen para obtener su título del nivel primario. Y lo lograron gracias a que empezaron a ejercitar la comunicación con una técnica conocida como Rapid Prompting Method (RPM). Este método permite que personas con autismo que no se expresan verbalmente, puedan hacerlo deletreando palabras.
“Las pruebas estándar para evaluar el coeficiente intelectual de una persona no funcionan con ellos. Pero con este método, los chicos encuentran una forma de expresar lo que piensan y saben”, explica Paula Ratti, la psicopedagoga que trabaja con ellos hace dos años y que en algunos casos los conoce desde que tenían cinco. “Tienen el conocimiento, pero la dificultad para expresarlo los mantuvo incomunicados por tanto tiempo que nadie sabía todo lo que eran capaces de hacer”.
Así es como el miércoles de la semana pasada sucedió algo histórico que puede cambiarle la vida a muchos chicos diagnosticados con autismo: pudieron rendir un examen en condición de alumnos libres y recibir el diploma de la escuela primaria.
Cada uno rindió el examen a su manera y con adaptaciones que contribuyeron a hacerlos sentir más cómodos, como dar el examen mientras caminaban en el patio o cortar para salir a dar una vuelta a la manzana.
Con la ayuda de un equipo que los preparó en sus casas, el apoyo de sus familias y la comunidad de docentes y directivos de la escuela de educación de adultos Dr. Alfredo Colmo ubicado en el barrio porteño de Floresta, lograron cumplir un sueño y acceder al derecho a educarse. Ahora, esperan seguir avanzando en su educación y obtener el título secundario.
Los cuatro tardaron aproximadamente una hora en resolver el examen. Cada uno lo dio a su manera y eligió la hora a la que lo querían dar, como Germán, que decidió rendir mientras caminaba en el patio. Lo único que necesitaban era que Paula o Mónica estuvieran allí para transcribir sus respuestas y tener la supervisión de un docente o el director. “Era la primera vez que entraban a la escuela”, asegura Paula y sigue: “Lo que es muy común para muchos, como ver un patio o un aula, para ellos puede ser shockeante”.
Para Julieta, que es la menor de los cuatro, con 14 años, y no soporta las superficies duras, rendir sentada en un banco fue un gran desafío pero lo logró. Lo único que pidió fue quedarse sola con Paula, ya que la presencia de una tercera persona la incomodaba, y poder salir a dar una vuelta en medio del examen. Por eso, resolvieron grabarla mientras hacía el examen. “Todo esto fue posible también porque nos conocemos mucho. No solo hablamos de cuestiones académicas, sino también nos cuentan si están enamorados, si están mal, si se pelearon con los padres”, dice Paula.
“Sentí orgullo”
“Cuando me entregaron el diploma, sentí orgullo porque para mí todo es muy difícil”, asegura Germán, que deletrea esta ideas e Inés, su mamá, la primera persona en utilizar este método en Argentina, se las transmite a LA NACIÓN.
“No es un método mágico, hay mucho trabajo detrás”, aclara Inés. En 2017, cuando empezó a enseñarle a Germán la técnica que ella misma había aprendido “a los golpes” y por Internet, no se imaginaba todo lo que su hijo pensaba y nunca había podido transmitirle. “Cuando me di cuenta de todo lo que Germán pensaba y sentía y todos los años que pasé sin saberlo, no lo podía creer”, cuenta.
Germán, que vive junto a su mamá en el barrio porteño de Almagro, no solo fue el primero de los cuatro adolescentes en aprender el método sino que también en intentar ir a la escuela el año pasado. Sin embargo, todavía no existía un grupo en donde él pudiera escolarizarse y sentirse cómodo al mismo tiempo: “Intenté mandarlo a un colegio, pero para él era muy abrumador”, señala Inés.
Paula explica que para comunicarse utilizan una hoja apaisada con todas las letras del abecedario. Para deletrear una palabra, los chicos señalan una por una cada letra. Llegar a esa instancia, sin embargo, lleva un tiempo de aprendizaje: los chicos trabajaron durante dos años junto a ella y la psicóloga Mónica Cal para aprender a comunicarse de esa forma.
Mientras sistematizaban este método, los chicos fueron incorporando los contenidos educativos y hace siete meses empezaron a preparar el examen que les tomaron hace unos días. “La idea es que en un futuro se comuniquen ellos mismos con un teclado que lea sus respuestas”, afirma Mónica.
“Fue muy liberador”
Para enseñar este método, Paula indica que la premisa siempre es “ante la duda, tratalo como la edad que tiene”. Tras muchos años en los que los chicos asistieron a instituciones donde se encontraron con personas que les hablaban como si fueran bebés, Elena, que tiene 16 años y vive en Palermo con sus papás, cuenta mientras deletrea con su tablero que finalmente “poder decir lo que te pasa y lo que sentís fue muy liberador”. Y continúa: “Pensar y no poder expresarlo es enloquecedor”.
“Cuando empezamos, formar palabras les costaba mucho, pero el cambio que vimos en ellos fue instantáneo”, cuenta Paula y sigue: “Sus posturas cambiaron, sus padres empezaron a notarlos mucho más maduros y contentos”.
El método, que no está muy expandido en Argentina pero sí en otros países, surgió gracias a la necesidad de Soma Mukhopadhyay, una mamá de la India que se propuso que su hijo aprendiera a comunicarse porque ella estaba convencida de su inteligencia. “De hecho el RPM no tiene reconocimiento a nivel mundial pero las personas que lo prueban dan fe de que les cambia la vida”, indica Paula.
El examen
Para prepararse para el examen, los cuatro se reunían con Mónica y Paula, que además de psicopedagoga es directora de un jardín, en encuentros semanales de a dos. Practicaban RPM y seguían la currícula escolar de primaria. “Sabíamos que a nivel de conocimientos iban bien pero tenían miedo porque no sabían si iban a poder dar el examen por el desafío sensorial y emocional”, dice Paula.
Con este objetivo en mente, contactaron a Hernán Gironella, director de centros educativos del Gobierno de la Ciudad. “Nuestro objetivo es garantizar el acceso a la educación para todos aquellos que no lo hayan conseguido por diferentes maneras”, explica Gironella. Aunque él y su equipo no trabajaban con personas con discapacidad, decidieron ayudarlos.
Finalmente, este año, los cuatro se prepararon durante siete meses: estudiaron, practicaron RPM e hicieron simulacros de la evaluación. En noviembre, sus profesoras consideraron que estaban listos y solo con algunas adaptaciones de formato pero no de contenidos (como agrandar los cuadros con estadísticas o la letra) rindieron y aprobaron la evaluación. Así recibieron su diploma de primaria.
“Muchos pensaban que era tonta”
“Recibir mi diploma significó poder demostrar todo lo que sabía cuando muchos pensaban que era tonta”, dice Elena con ayuda de su tablero. Al año y medio, cuando la diagnosticaron con autismo, Inés, su mamá, había perdido la esperanza de que su hija recibiera una educación porque los médicos le dijeron que ella no tenía ninguna capacidad intelectual.
“Todo esto me parecía inalcanzable”, dice Inés y sigue: “Al verla recibir su diploma no podía evitar pensar que a mi hija la habían destinado a la nada misma. Fue algo increíble”.
Germán, por su parte, asegura que cuando le dieron su diploma sintió orgullo porque para él “todo es muy difícil”. “Son procesos que a algunos chicos les lleva más tiempo que a otros”, indica María Inés. “El autismo es un espectro por lo que hay una gran variedad de desafíos entre un chico y otro”, explica y añade: “El método tiende un puente entre la capacidad intelectual del chico y un cuerpo que no permite la comunicación por la vía tradicional”.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Trastorno del Espectro Autista (TEA) no se trata de una enfermedad y constituye un “grupo de afecciones diversas relacionadas con el desarrollo del cerebro” y sus características pueden detectarse en la infancia pero, a menudo, no se diagnostica hasta mucho más tarde. La OMS calcula que 1 de cada 160 niños tiene autismo.
En Argentina no hay datos precisos sobre la prevalencia del autismo en la población y a nivel mundial hay tanta variedad de estudios que es difícil saber cuál es el más exacto. Hay algunos que hablan de una prevalencia en 1 de cada 44 niños y otros en 1 cada 10.000 personas.
Estudiar fue una de los primeros reclamos que hicieron cuando el RPM les dio la voz que no tenían. “Ahora los chicos eligen un montón de cosas, como qué ropa les gusta vestir y cuál no”, explica Paula.
Ahora, Iván, Germán, Elena y Julieta se preparan para comenzar una nueva etapa: quieren preparar el examen para rendir libre la secundaria. “La gente se sorprende al saber que la mayoría de ellos, aunque tengan pocas capacidades de comunicarse, están inmersos en el mundo y tienen opiniones y deseos como cualquiera”, dice Paula esperanzada.
Más información
- Si querés saber más sobre educación inclusiva, podés navegar la guía de LA NACIÓN.
- Si querés conocer más sobre el método RPM, podés hacer click en la página oficial de la organización HALO (Helping Autism through Learning and Outreach) o en el Instagram de RPM en español.
A dónde acudir
- El Programa Argentino para Niños, Adolescentes y Adultos con Condición del Espectro Autista (Panaacea) es una organización civil dedicada a mejorar la calidad de vida de las personas con condiciones del espectro autista y de sus familias.
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