Fue parte del plantel que descendió a River, jugó en la selección argentina y hoy se dedica al golf
Juan Pablo Carrizo quedó marcado en aquel 2011 cuando el Millonario perdió la categoría; del ascenso meteórico para jugar en la albiceleste al retiro forzado en Paraguay
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La vida deportiva de Juan Pablo Carrizo estuvo marcada por diversos matices. Su irrupción en el fútbol profesional con la camiseta de River se produjo en 2006, en un encuentro contra Oriente Petrolero por Copa Libertadores. El aval de Daniel Passarella, el técnico de turno por aquel entonces, lo catapultó al estrellato. No solo sus actuaciones ilusionaban, sino el peso de su apellido: Amadeo, histórico guardameta del Millonario, le dio la bendición necesaria para agigantar su figura.

Lo que siguió vislumbraba un futuro promisorio: la convocatoria a la selección argentina, su primer -y único- título con River en 2008 y el traspaso a la Lazio, donde firmó un contrato por cinco temporadas. El contacto asiduo con Diego Maradona en la albiceleste y codearse con jugadores de primer nivel europeo le daban un espaldarazo enorme al nacido en Empalme Villa Constitución (Santa Fe).
En medio de un recorrido frenético, errores puntuales comenzaron a condicionarlo. Y lo fueron alejando. El año 2009 bajó la espuma de un ascenso meteórico: fue titular en la goleada de Bolivia contra la selección argentina por 6-1, en un encuentro que se disputó en La Paz.

Esta circunstancia, y otras consideraciones de Maradona, le valieron perder el puesto a manos de Mariano Andújar. En el Viejo continente, sus flojas actuaciones en la Lazio también lo corrieron de su puesto y los directivos, convencidos de que tenía potencial para explotar y así conservar la inversión de 10 millones de dólares, decidieron darlo a préstamo al Zaragoza de España.
Un tobogán hacia lo inesperado: una sucesión de errores lo hicieron partícipe del descenso de River
Sin poder asentarse en Zaragoza, la Lazio, club dueña de su pase, priorizó el bienestar del arquero y le concedió el deseo de retornar a River, a préstamo, con opción de compra. El recuerdo de sus memorables atajadas y el título del 2008 bajo la tutela de Diego Simeone, ilusionaba al hincha riverplatense.
Lo que comenzó como una ilusión y un volver a empezar, terminó siendo una condena: River, en 2011, descendió de categoría. Carrizo, como un hombre ya experimentado, quedó apuntado como uno de los principales responsables al tener una injerencia directa en goles que lo llevaron al Millonario a disputar la Promoción contra Belgrano.

Por la fecha 11, en La Bombonera, se haría un insólito gol en contra, en lo que fue victoria de Boca por 2-0; dos jornadas después, en el Monumental, no pudo retener un débil remate de Ferrari, jugador de San Lorenzo, y el encuentro terminó 1-1.

Para colmo de males, después de aquella actuación contra el Ciclón, Carrizo despreció un abrazo de consuelo por parte de Ubaldo Fillol y eso terminó de quebrar la relación con el hincha. Días más tarde, el Pato, por ese entonces entrenador de arqueros, se iría del club.

En un sendero que se hizo cuesta abajo de manera pronunciada, el equipo de Núñez no pudo sortear la Promoción y descendió a la “B” Nacional. Juan José López renunció a su cargo y quien tomó las riendas fue Matías Almeyda, quien le aconsejó a Carrizo, para descomprimir, que regrese a Europa a pesar de la insistencia en quedarse para atajar en la segunda categoría.
El exilio en Italia, su retiro profesional y la conexión con el golf
El cimbronazo deportivo obligó a Carrizo a volver a Italia, donde la Lazio volvió a cederlo al Inter de Milán, quien finalmente compró su pase. Durante cuatro temporadas, el arquero disputó 27 partidos y jamás pudo tener regularidad en su puesto. Sus últimos dos clubes profesionales fueron Monterrey y Cerro Porteño, donde combinó buenas y malas, sin volver a retomar aquel nivel que lo llevó a vestir los colores de la selección.

Tras atravesar la pandemia sin ningún club, Carrizo cambió el chip, se retiró de la actividad profesional y abocó sus energías a mejorar su rendimiento en el golf, un deporte que lo tenía como hobbie y hoy es su actividad principal.

“No se trata solo de pegarle más fuerte o más lejos, sino de entender el movimiento, escuchar al cuerpo y ajustar con paciencia. Cada detalle cuenta: postura, ritmo, grip... todo suma”, explicó, como una voz calificada, el exarquero que hoy elige la tranquilidad de un campo abierto y el silencio para conectarse con otro deporte.

Otra de las frases que destacó habla de la madurez que adquirió en este tiempo, alejado de las canchas, inmerso en un proceso de aprendizaje: “Hay que aprender a soltar lo que no podemos controlar, hay que cuidar muchos los pensamientos y emociones”.
Sin una continuidad en cuanto a los posteos y menciones en sus redes sociales, Carrizo tiene una foto de perfil con el buzo de arquero de River, sumado a varios videos donde se observa su destreza con el golf.

Alejado del frenesí del fútbol que le dio un espaldarazo enorme en sus primeros años de carrera, el exarquero sufrió errores propios y ajenos que lo condicionaron y alejaron de los primeros planos. Hoy, concentrado en el swing, el deportista de 41 años escribe una nueva etapa de su vida.
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