Jorge Telerman: “El Teatro Colón no es para todo; debe ofrecer aquello que solo el Colón puede dar”
“De alquiler, sí; de entradas masivas, sí; pero de excelencia”, sentencia el nuevo director general del primer coliseo, que presentará en quince días su equipo y los lineamientos de la gestión; resolver la jubilación de los bailarines, garantizar la calidad, ampliar los públicos, apostar al encuentro entre tradición e innovación y zanjar la grieta está entre sus prioridades
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Además de un gestor con cintura política de muy larga data, Jorge Telerman es un gran anfitrión, dos características que bien pueden emparentarse. El martes pasado, en el foyer del Teatro Colón –cuando todavía no había dejado por completo su cargo de director del Complejo Teatral de Buenos Aires– daba la bienvenida al selecto público de la apertura de la temporada lírica. Lo hacía codo a codo con María Victoria Alcaraz, la directora saliente, porque además es diplomático y muy polite. Este mediodía, en su oficina que da a la calle Cerrito, se disculpa enseguida por no tener pintado y acondicionado aún su nuevo despacho. Las paredes están desnudas, pero pronto pedirá a la colección del Banco Ciudad el préstamo de un cuadro de Jorge De la Vega que de un primer vistazo hable por él de gustos contemporáneos.
“Con mi anterior sombrero estábamos preparando un homenaje a De la Vega en el San Martín”, comenta mientras en la avenida Corrientes siguen esperando que se confirme el nombre de su sucesor. “Será la continuidad de algo que está funcionando maravillosamente, tanto para el público como para la crítica y los trabajadores”. El jueves fue su última actividad allí. Acompañó el reestreno de Campo minado, la pieza de Lola Arias que reúne en escena a excombatientes de Malvinas de ambos bandos, que vuelve a verse ahora en el marco de los 40 años de la guerra. “A todos nos hace llorar”. Tiene razón, es muy emocionante. Telerman calcula que la vio treinta y pico de veces. “Ellos mismos terminaron siendo grandes amigos, salen de gira por el mundo, reciben premios. ¿Quién iba a decir que la despedida de esta obra iba a ocurrir mientras el mundo se conmueve por una nueva guerra que no sabemos hacia dónde va?”
El viernes, ya en su nueva casa, Telerman recorrió pasillos, bajó a los subsuelos e interrumpió ensayos para saludar a los cuerpos artísticos. Al Ballet Estable, por ejemplo, lo sorprendió en medio de una clase. Sabe que con los bailarines tiene uno de los primeros desafíos políticos de su nueva función como director general de la institución cultural más icónica del país.
–¿Es un sombrero de bombero o de superhéroe el que imprevistamente te pusieron?
–Es el de gestor. A esta altura por el recorrido de mi vida me ha tocado fortalecer, comenzar o reflotar distintas instituciones, tanto hacer y desarrollar el museo MAR en Mar del Plata como tomar el Complejo Teatral en 2015 y llevarlo a esta situación tan virtuosa. Me toca ponerme, como debe ser, el sombrero de un gestor público con experiencia en el campo cultural, en la institución más representativa de los mejores sueños de lo que puede ser una nación. El Colón nos antecede y afortunadamente nos sucederá.
–Lo conocés bien por esa larga trayectoria, como secretario de Cultura, como jefe de Gobierno de la ciudad, pero no en esta silla nueva.
–Pero siempre estuve muy involucrado, lo contaba mi gran amigo Sergio Renán cuando con un cumplido exagerado decía que había aceptado volver a dirigir el teatro por ese vínculo que teníamos. Estuve muy involucrado en toda su gestión. Es cierto, esta es otra perspectiva, pero no es una nueva historia mía con el Colón.
–¿La gestión de Renán es el modelo a seguir?
–Sin duda. Sergio pensó el siglo XXI. Hoy cuando venía recordaba nuestras charlas; venía él con su papelito y me mostraba en La Biela o en mi oficina: “¿Qué te parece esta temporada? Acá estoy pensando en The Rake Progress, acá estoy pensando Lady Macbeth”. Tiempos pre-WhatsApp.
–Ahora no tenés mucho lugar para eso porque la temporada está lista e iniciada.
–Una institución como esta debe pensarse con dos o tres años de anticipación. El San Martín lo tengo programado hasta el fin de 2023. Así se debe trabajar. Por otra parte, es un alivio entrar sabiendo que ya está programado este año tan especial, el del regreso después de dos en los que nos ha golpeado la pandemia. El ámbito de la cultura fue de los más afectados, en particular el de las artes escénicas, y más el teatro lírico y de los grandes auditorios, donde pueden llegar a tener 300 personas en una producción. El martes pasado cuando subió La Bohème fue una especie de comienzo virtuoso, pudimos mostrar cómo debe ser una transición armoniosa.
–¿Te gusta la temporada que recibís?
–Es una temporada sólida, cada director lleva su impronta. Ya estamos trabajando en ideas sobre cómo imagino las próximas temporadas y en algunos encargos, que es una de las actividades que sin duda el teatro debería retomar. Es una temporada con una buena actividad. Tiene la capacidad de aunar las mejores tradiciones y la innovación, el riesgo. El Colón debe fortalecer esa maravillosa capacidad de detectar talento, como lo hizo Renán con una jovencita Renée Fleming mucho antes de que se convirtiera en una de las grandes voces de la lírica. Esa tensión virtuosa debe haber.
–Ese balance te entusiasma, pero esta temporada tiene más hits que riesgo.
–Está bien. Después de dos años sin teatro, había que volver con pies de plomo, es un regreso pertinente. Por supuesto, estabilizada la situación, daré a conocer en unos quince días aproximadamente nuestra visión acerca del teatro, no solo acerca de la temporada sino sobre cómo concebimos el rol que tiene que tener.
–¿Cuáles son las urgencias?
–Todas. Me he guiado en la función pública por un concepto que tenemos que tener grabado a fuego: como mínimo, dejá la institución como está o mejorala. Tengo que dar todo de mí para que quien me suceda encuentre una situación mejor.
–¿Pero el primer día no vas a estar pensando en quién te sucederá?
–¿Debo tomar el más resonante de los conflictos que hubo últimamente, por ejemplo, la situación del ballet? Sin duda, pero también otros. A mí me dejan la vara alta. Recibo una institución en funcionamiento, con títulos muy queridos, y dejarla en una mejor instancia va a requerir que esté aceitada la maquinaria del teatro de trabajadoras y trabajadores, desde los escenotécnicos, administrativos y cuerpos artísticos.
–En el plan a futuro tendrás objetivos más inmediatos.
–Diría nuestro amigo Keynes que el corto y el largo plazo comienzan en el mismo día. En el corto, tenemos la situación del ballet. No quiero adelantarme, pero ya se está trabajando en una muy fuerte y comprensible demanda del cuerpo para resolver el tema jubilatorio. Es de los primeros temas a los que nos vamos a abocar.
–¿De qué manera tienen que jubilarse los bailarines?
–Como en gran parte del mundo, cuando a un bailarín o una bailarina le llega el momento, que siempre es previo al de cualquier otra actividad, tiene que tener las condiciones dignas para poder tramitarlo, con una retribución acorde de su tarea.
–Por ejemplo, el modelo 20/40 de jubilación especial ya existe, hay que implementarlo.
–Hay una decisión política de hacerlo. Ni en eso ni en ningún otro tema hay que redescubrir la Luna. Hay que traer los mejores ejemplos e ir por ellos. Me he acercado informalmente a cada uno de los cuerpos para saludarlos, he visitado sus ensayos, los he interrumpido como me encanta hacer. Es otro momento de los que disfruto: presenciar cómo se desarrolla lo que luego veremos en escena tan bien terminado. Saben que van a poder contar conmigo y con mi equipo.
–¿Cuál es tu equipo?
–De a poco lo iremos viendo. Ya en quince días presentaré algunos.
–¿Se incorpora gente nueva?
–Seguramente, la menor cantidad posible. Acá hay maravillosas mujeres y hombres desarrollando su tarea. Pondré mucho énfasis en que el equipo que vaya a liderar tenga un claro expertise en relación a estos temas gremiales, laborales, porque son nudos que hay que desatar para que los cuerpos artísticos y técnicos puedan brindar con plenitud sus talentos. Voy a poner énfasis en generar las condiciones necesarias para que todo lo bueno suceda.
–¿La dirección ejecutiva y la dirección artística continúan?
–Por ahora todo sigue en marcha y veremos en próximos días si hace falta un refuerzo o algún cambio. Como bien dijiste, mi ingreso fue repentino; aunque había ya una charla de María Victoria con las autoridades, yo no me enteré mucho antes que los medios de los cambios.
–¿No sentís que recibís un teatro en crisis?
–No, recibo una institución maravillosa que como toda tiene zonas de complejidad.
–Me nombraste el caso del ballet. ¿Qué otra complejidad identificás?
–Son cosas que me estimulan. Un problema sería llegar a un lugar que no tiene problemas, si no ¿uno para qué va? Anhelo que quien me suceda en el San Martín también haga cosas que me lleven a decir: ¡por qué no se me ocurrió a mí! Acá hay muchas cosas para hacer y el tiempo me va a permitir hacerlas.
–En la usina de rumores de los últimos días se habló de un lugar en tu equipo para la cantante Verónica Cangemi.
–Afortunadamente no tuve mucho tiempo de ver los medios. Como vengo del periodismo, tengo gran cariño por mis excolegas. En verdad, es una profesión en la que uno nunca dice “ex”. Tanto es así que en los aeropuertos cuando me preguntan por mi profesión todavía me sale decir “periodista”. Es inevitable que en estos primeros días se comenten cosas. Estuve con Verónica luego de La Bohème en un ágape, con ella y con su pareja [Gustavo] Grobocopatel. Es una de las personas que me gustará escuchar. Por ejemplo, he tenido una conversación informal con [Daniel] Barenboim hace unos días y no hablo con él sobre cómo está dirigiendo su Tristán e Isolda. Me interesan los artistas que además de su cuerda específica tienen ideas.
–Respecto del perfil de teatro, el Colón hizo ruido varias veces con sus aperturas a otras actividades. Hace 20 años, de hecho, cuando eras secretario de Cultura de la ciudad, no estabas de acuerdo con dejar entrar a la música popular.
–Y dije algo que sostengo: el Colón es para todos, pero no para todo.
–¿Para qué no?
–Mejor digo para qué sí. Sus nervios centrales son la lírica, la música de partitura, la danza. Que haya cruces más audaces tiene que ver con un concepto fácil de decir y quizá no tan fácil de implementar, porque es subjetivo: el Colón tiene que ofrecer algo que solo el Colón pueda dar. Tenemos maravillosos espacios culturales públicos y privados en donde pasa de todo, Buenos Aires es una ciudad riquísima en su infraestructura cultural, pero el Colón tiene una singularidad, es único, lo que sucede aquí dentro tiene que ser aquello que solamente pueda pasar en el Colón. Y si puede estar en otro lado, ¿por qué acá? Cuando en el Master Plan tuvimos que llevar al Colón afuera, hicimos una maravillosa Turandot para miles de personas. Ampliar públicos es eso, dar a lo masivo aquello que solo hace el Colón; es otro de mis objetivos y creo que tengo expertise en eso. Me parece muy bien que puedan suceder otras expresiones que las tres clásicas, pero todas con criterio que sigo sosteniendo desde 2000: con excelencia.
–Ese concepto tensa otra variable que es la de generar recursos.
–El teatro tiene que generarlos y yo soy Mr. Recursos.
-Es decir que Colón de alquiler sí, pero depende para qué.
–Colón de alquiler, sí; Colón de entradas masivas, sí; pero Colón de excelencia. ¿Eso es subjetivo? Sí, pero para eso soy el director general. Mi equipo y yo decidiremos qué tiene excelencia y qué no. Sabemos identificar aquellas zonas en las que lo popular y la excelencia se cruzan con total armonía. Hay que conseguir recursos y me voy a poner muy firme en ablandar a mis conocidos y decirles que es momento de mostrar, como dice Lacan, que no existe el amor sino las pruebas de amor. El Teatro Colón está solventado por los bolsillos de los hombres y las mujeres de la ciudad, tenemos que ser muy respetuosos de ellos. Aun así hay cosas que pueden hacerse para generar recursos, esponsoreos y otras actividades.
–La confluencia entre lo clásico y lo contemporáneo es lo que más te interesa…
–Me salgo de la vaina por que comience eso.
–Pareciera que tenés más ganas de ser el director artístico que el director general.
–Un director general se ocupa y es responsable de todo lo que sucede en el teatro. Si alguna voz no les gusta vengan y quéjense conmigo. Me encantaría que solo me lleguen elogios, pero sus críticas serán bien recibidas.
–Retomo la confluencia entre lo clásico y lo contemporáneo para preguntarte por el Centro de Experimentación (CETC), cuyo director renunció y espera una designación.
–Es un espacio que amo, y que rehice, y que pude inaugurar antes de dejar el gobierno. Si hubo una obra que apuré en 2007 fue la del CETC, porque se veía que ya se podía abrir. Stay Tuned, va a haber novedades. El Colón, no solo el CETC, tiene que ser un lugar para el riesgo y la experimentación. Habrá cada vez más un Colón extramuros muy fuerte, que salga del edificio. El CETC es la creación de mi adorado Sergio Renán y tiene que ser central en la oferta del teatro.
–Haciendo a un lado por un momento a Sergio Renán, de los últimos 20 años ¿cuál fue la gestión que te resultó más interesante?
–La de Pedro Pablo [García Caffi]. Me gustaron muchas cosas, lo de la Fura dels Baus... No hay gestión que no tenga algo.
–Es muy polite.
–Pasé por muchos lados y sé que no es fácil. No espero indulgencia hacia mí, porque me gusta escuchar críticas y me estimulan, pero lo soy en relación a otros. Conozco la complejidad de dirigir una gran institución, que hay que tener presente que no debe faltar ni el papel higiénico en un baño. Eso es una gestión: la excelencia en su escenario, la funcionalidad en su edificio, y los públicos. Quien me conoce, como la gente de sala, sabe que vine más en alguna época que en otra, y por lo tanto esas son las mejores personas a las que preguntarles qué dirección me gustaba más. Si venía menos era porque sorprendían menos.
–¿La sorpresa es importante?
–Muy. Sin duda. Eso no significa que uno encuentra un hit, como el MET, que no se pierde una sola temporada de poner a [Franco] Zeffirelli y vende todo. Pero tiene que haber sorpresa en los elencos, y las puestas; en la sala, en el Dorado, en el CETC, en la Plaza Vaticano.
–¿Para un Colón con más vida extramuros hay que esperar al año que viene?
–No, eso ya va estar. Por ejemplo, estoy pensando en un festival de otoño para la plaza. Siempre hay algún hueco en la programación, así que seguramente este año podrá verse ya nuestra visión, hacia dónde queremos ir y las rutas que vamos a tomar para llegar a esos lugares.
–Imaginás una gestión a largo plazo, más allá de las elecciones.
–Sí. Uno tiene que tomar una gestión sin el más mínimo espíritu refundacional: esto existe hace mucho y hay que hacer algo que ayude en el camino al que viene después. Eso es gestionar con criterio de comunidad. El Colón es parte de una ciudad y de un país. Hay que pensar qué necesita la comunidad argentina del Colón.
–¿Y qué necesita?
–El Colón es una de las instituciones con mayor peso simbólico que tiene la Argentina; nos vemos reflejados en esa capacidad de ser excelsos y únicos, en un momento en el que nuestra autoestima a nivel nacional está tan caída, deteriorada, con horizontes tan difusos y una mirada melancólica. En momentos así es fundamental el lugar que tienen ciertas instituciones históricas y me animo a decir que esta debe ser de las más importantes. Necesitamos que el que no viene al Colón, sea por lo que fuere, se ponga en la agenda que va a poder venir: tiene que volver a ser ese mojón, ese hito que nos hace sentir de lo que somos capaces. Siempre, pero mucho más en épocas de grieta, este es el lugar en donde la cultura y el arte en general son una vía regia para demostrar cuánto más importantes son las cosas que nos unen, que podemos disfrutar del mismo concierto sentados uno al lado del otro un votante de Macri y uno de Kirchner. Durante dos horas esos músicos nos mueven cosas infinitamente más importantes que esas consignas huecas con las que nos peleamos en el día a día. Esa argamasa es el Colón.
–Sobre estar en la agenda de los que no vienen al teatro. ¿Qué opinás del precio de las entradas?
-Me tocó ser responsable del Colón como secretario de Cultura en la peor crisis de la Argentina, en 2002, e hicimos el Colón por dos pesos. Mi aspiración es que nadie que quiera venir al Colón deje de hacerlo porque no puede. Y para el que tiene recursos, las entradas van a ser acordes con eso.
–Supongo que habrás imaginado más de una vez que accedías a este cargo. Esa fantasía es la que ahora podés cumplir con este sombrero, ¿cuál sería?
–Comisionar una de las grandes obras de nuestra literatura (ya voy a decir cuál), porque venderle una Traviata a los italianos es difícil.
–Con ese criterio el Ballet Nacional del Sodre de Uruguay estrenó La tregua de Mario Benedetti.
–Exactamente. Nosotros podemos venderle al mundo una ópera argentina. En un mundo que cambió y que no conocemos hacia dónde va, sí sabemos que la producción de contenidos culturales va a ser cada vez más próspera, lo dicen los grandes analistas. La Argentina no puede sacar pecho en diez mil cosas, pero si en algo puede hacerlo muy bien es en su capacidad de producción de contenidos artísticos. El Colón tiene que estar al tope de la lista.
–¿En qué títulos pensás?
–Pienso, por ejemplo, que La ciudad ausente debe haber sido uno de los últimos casos donde se hizo algo así. El año que viene se cumplen diez años [de la muerte] de Gerardo Gandini y puedo anticipar que va a haber un gran homenaje. ¿Quiénes son el Gandini y el [Ricardo] Piglia de hoy? ¿Quiénes son el Stravinsky y la Victoria Ocampo de hoy? Seguramente existen, el asunto es que el Colón vuelva a tener oreja para detectarlos y generar el ruido que generó aquella Perséphone.
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